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Titanic – Una tragedia de proporciones Bíblicas

Publicado el 14 abril 2012 por Cinefagos

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En una época de blockbusters de bajo presupuesto y películas fase – food, regresa a las pantallas la que posiblemente sea la ‘Cleopatra’ de nuestra generación, una película que demuestra que hay personas a las que les gusta hacer todo a lo grande y un recordatorio de lo poderoso que puede llegar a ser el cine cuando se lo propone.

Titanic, la obra cumbre de James Cameron, se convirtió en la película más taquillera de la historia en el momento de su estreno, y mantuvo ese título hasta que en el año 2009, el propio Cameron se superó con ‘Avatar’, si bien, a mí me parece más digna de elogio la cinta sobre el trasatlántico que la de los alienígenas de Pandora. Ahora, explotando la tecnología en Tres Dimensiones desarrollada por su director, vuelve a nuestras pantallas en un escenario donde los reestrenos están en una “tierra de nadie” sobre la que muchos no saben qué opinar.

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En los últimos meses, varias películas míticas han regresado a la gran pantalla para ver si seguían interesando a un público con el que hay que luchar, sobre todo debido a Internet y a los avances que plantea. Las entradas de cine decaen, y los establecimientos deciden subir los precios para contrarrestar las pérdidas, lo que hace que aún menos gente quiera gastarse un riñón para disfrutar de algo que puede encontrar más fácilmente. Y la verdad es que ir al cine ahora es un suplicio, porque la gente es gilipollas e incapaz de callarse durante tres horas, de pasar sin el móvil y sin sus ingeniosos comentarios durante un rato, como si peligrase su existencia si no revisan el facebook justo delante de tus narices.

Pero experiencias de este tipo aparte, la pregunta es la siguiente: ¿Pagaría alguien por ver en el cine una película que seguramente se sepa de memoria y que tal vez tenga en DVD? Arrolladoras recaudaciones como ‘El Rey León’ aseguran que sí, pero fracasos como ‘La  Amenaza Fantasma’ lo ponen en duda. Titanic no es una excepción, no está rompiendo barreras pero sí es cierto que está moviendo a gente a las salas, y eso es porque su innegable fuerza épica sigue impresionando quince años después, y hay cosas que parecen disfrutarse mejor en una gran pantalla y con un buen sistema de sonido. Aprovecharemos pues, para hablar no sólo de la conversión al 3D, sino de la película en sí, algo que quería hacer desde hace tiempo pero que he ido postergando hasta ahora, el día del centenario de la tragedia del barco original.

Titanic nació como una aventura submarina por parte de James Cameron. Como ya hemos visto en anteriores post, le encanta la exploración, y le resultaba extraño que pequeñas películas destinadas al IMAX pudiesen contar con expediciones hacia los restos del trasatlántico y Hollywood no, de modo que pidió dinero para visitar las ruinas con el pretexto de utilizar imágenes reales del barco para conseguir más realismo y una excelente campaña de publicidad. La película parecía una especie de penitencia para conseguir algo tan alucinante como aquello, pero se acabó convirtiendo en una especie de obsesión personal para el director, que sigue explorando de vez en cuando.

Ya desde el principio, la historia del Titanic es única y tiene mucha fuerza: El escenario perfecto, una tragedia en ciernes, lujo, personalidades famosas, pequeñas historias dramáticas, la brutalidad de la naturaleza encontrada contra el ingenio humano… todos los elementos están ahí, y siempre han cautivado al público como una especie de tragedia griega moderna. Nosotros la hemos convertido en algo romántico, pero lo cierto es que seguramente el acontecimiento real no tuvo ningún parecido.

Aun así, lo cierto es que los detalles sobre la construcción, viaje y posterior catástrofe del viaje están profusamente documentados, y  decenas de profesionales han logrado conocer hasta el más recóndito de sus secretos, leyendas urbanas al margen. Tras muchas adaptaciones al cine que llegaron antes (y que siguen haciéndolo, en forma de miniseries y películas de serie B con el flipante título de “Titanic2”) lo cierto es que la de Cameron parece la definitiva (o al menos, tanto como Liz Taylor nos parece Cleopatra o Marlon Brando Vito Corleone). Su obsesión por recrear el barco hasta el más pequeño de los detalles casi logró que la película se cancelara en multitud de ocasiones, algo que si lo pensamos es casi lo habitual en estas situaciones y que sirve quizás para compensar por el éxito brutal que conseguiría la cinta tiempo después.

Nos encontramos, pues, con un barco recreado al detalle y preparado para asombrar al espectador desde esa primera transición en la que pasamos de las ruinas que vemos al principio, al escenario donde nuestra Rose aparece por primera vez en su coche vestida como toda una dama de época. Ella es quien, años después, nos cuenta lo que fue para ella la experiencia del naufragio, y cómo le cambió la vida cuando conoció a un joven que ganó el pasaje por casualidad y del que se enamoró en los pocos días que duró el viaje. Cameron definió la historia (y la vendió) como “Romeo y Julieta en el Titanic”, y no andaba muy desencaminado. El lujo se ve por todas partes y es de esas películas en las que te das cuenta de que aquí se ha invertido dinero. Gran parte de su éxito se debe a la capacidad que tiene el film de maravillarnos y de dejar de pensar que es todo cartón piedra, tal vez porque las mismas empresas que fabricaron partes del barco original colaboraron en la construcción de los decorados.

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Decorados que, además, estaban pensados para romperse e inundarse, lo que nos da una idea del increíble trabajo de cientos de personas que participaron en el rodaje. Mientras nosotros nos recreamos en unos escenarios que se han convertido en algo familiar para todos (sabríamos dibujar esa escalera de memoria), nos cuentan la historia de algunas grandes personas que viajaban en el barco, como el capitán Smith, el arquitecto del Titanic o el director de la compañía White Star, Bruce Ismay. El guión engarza personajes ficticios entre  los reales, algo que a mí siempre me ha gustado, y se notan las simpatías de Cameron por Thomas Andrews, el arquitecto del barco y una de las personas que más insistió en colocar botes salvavidas. Sin embargo, Bruce Ismay se negó a ello, y así fue como se convirtió en el responsable indirecto de la muerte de más de mil quinientas personas.

Como toda película, tergiversa o manipula sutilmente los detalles reales para adaptarlos al guión, tales como el suicidio de William Murdoch o los destinos tanto del Capitán Smith o de otros miembros de la tripulación (Si bien es cierto que no sabemos qué les ocurrió en realidad). Pero por lo general, se ha respetado al máximo algunas conversaciones y momentos históricos. Si se sabe con certeza que una de las supervivientes vio a X hora X minutos al señor Andrews caminando por tal pasillo con los planos del navío, la película muestra a una mujer saliendo al pasillo justo en el momento en que Andrews cruza por él. Como otra mujer aseguró haber escuchado al señor Ismay insistir al capitán de que acelerase la marcha (algo que fue fatal para el barco), vemos a una dama tomando el té a escasos metros de donde ambos hombres hablan.

Como vemos, las historias de Jack y Rose son lo poco ficticio que hay en el film, ya que incluso en el coche donde hacen el amor existió realmente y se hundió con el barco (Cameron lo buscó entre las ruinas años después).

Como detalle curioso, podemos darnos cuenta de que Cameron siente predilección por los personajes femeninos fuertes y que llevan la voz cantante. La película además pone a la mujer no como mero accesorio amatorio del protagonista masculino, sino que es ella quien toma las riendas, de modo que podemos incluso deducir gracias a pequeños detalles que el personaje de Di Caprio en el film es virgen antes del encuentro en las bodegas.

Tras dos horas de narración suave y sin apenas acción, en las que o nos hemos olvidado o esperamos con ansias el hundimiento, llega el ansiado avistamiento de iceberg. Los pocos minutos en los que intentaron esquivar la masa de hielo están recreados casi con exactitud, y poco después de que el barco sea herido de muerte, vemos una situación de relativa calma. Esta situación irá in crescendo hasta llegar al caos más absoluto que habrá después, pero de momento siguen importándonos más las historias personales de nuestros protagonistas. Y cuando ya la cosa se desmorona, y el celoso prometido de Rose persigue a la pareja disparando en mitad de la catástrofe (me encanta el hecho de que el agua salte hasta arriba cuando recibe un impacto de bala), sentimos mucha emoción y nos damos cuenta de que el momento de las frases y movimientos anquilosados ha terminado. Ya no es cine de época, y la fotografía roja y azul de Cameron hace acto de presencia (incluso se escuchan los mismos chispazos que en Terminator 2).

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Quince años después, el reesteno pone de manifiesto las diferencias entre su momento y ahora. Por una parte, disfrutar de la película nos obliga a utilizar el 3D y las gafas de plástico, por otra, nos damos cuenta de que se trata de una película muy “física”, con poco CGI. Y aunque hay grandes panorámicas generadas por ordenador y nos fijamos en las personas que corretean por la cubierta, lo cierto es que están bastante bien integradas y están resistiendo el paso del tiempo tan bien como los efectos de Parque Jurásico. Además, a pesar de que sigue siendo la misma película de siempre, y que no se han añadido cosas y escenas eliminadas, ni tonterías al estilo George Lucas, olvidamos que sabemos cómo va a acabar la película y volvemos a experimentarla como la primera vez. Es cierto, no es un truco publicitario para que os gastéis la pasta. El 3D (bastante bueno, incluso menos molesto que el de Avatar) hace que nos fijemos quizá por primera vez en esos actores secundarios que luchan por sobrevivir, y vemos hasta dónde llega la perfección por los detalles de Cameron y su equipo, y la escena final, que me parece todo un prodigio de la composición (realizada en una sola toma), me sigue poniendo los pelos de punta siempre que lo veo.

Una gran película que merece la pena disfrutar en una sala de cine para comprobar de veras lo asombroso de su montaje y diseño, lo buena actriz y guapa que es Kate Winslet y que, ego al margen, a James Cameron sólo puede definírsele con una palabra: Genio.

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