No le gustaban los franceses (comprensible) y menos le gustaban aquéllos que en la corte habían transigido con ellos. Khuyen escribió uno de los poemas políticos más cáusticos que haya leído para criticar a los cortesanos colaboracionistas:
“En un pueblo del este vive un actor cheo [un tipo de teatro],
en medio de la noche despierta a su mujer.
Dice: “A menudo represento al Alto Mandarín,
sin embargo me tratas como a basura.”
Su esposa furiosa se mofa de él:
Hombre viejo y estúpido
gracias a Dios es de noche,
¡Cómo se reiría la gente si te oyese!
¿Cómo me casé con un idiota?
Teme, marido, dos cosas hay que temer en la vida:
Teme la posesión del poder sobre la vida y la muerte;
teme experimentar ese poder en otras manos.
Por desgracia, no puedes entenderlo,
eres pobre, recuérdalo.
Día y noche actúas para ganarte la vida.
En escena el emperador cheo no cuenta para nada.
El mandarín cheo con su cara pintada no es mejor que un payaso.”
Así veía Nguyen a aquéllos que en la corte de Hue mantenían las formalidades, mientras que el poder real estaba en manos de los invasores franceses: actores, que representaban un papel vacío y sin sentido. Para un vietnamita tradicional, el insulto es aún más atroz, porque los mandarines son comparados con los payasos, que eran la hez de la sociedad y porque, encima, la crítica es hecha por una mujer.
En otro poema critica abiertamente a uno de esos colaboracionistas, el Duque Nguyen Huu Do, quien llegó a construirse un templo en vida, algo nunca visto. Eran los contemporáneos quienes te debían construir el templo a tu muerte, si te consideraban merecedor de ello. Se ve que Nguyen Huu Do no se fiaba mucho de la posteridad y con razón. Al final del poema, Khuyen describe cómo se verá el templo de Nguyen Huu Do, cuando éste haya muerto:
“Cuando el Duque se haya ido, no habrá más reuniones intimidadas,
sólo incensarios fríos, sólo malas hierbas.
Ciudadanos de segunda clase sin nombre apoyados en sus bastones lo visitarán [o sea que no habrá más que los mendigos que visiten el templo].
La vida está llena de altibajos.
Oh Duque, cuando vivas en el infierno, ¿a quién seguirás?”
El pronóstico de Khuyen se cumplió. Nadie se preocupó por el templo, cuando murió su constructor.
Khuyen advertía con angustia cómo los saberes confucianos se malbarataban. Por un lado los franceses potenciaban la educación a la occidental. Por otro, los exámenes al mandarinato, cada vez más irregulares y carentes de sentido, iban bajando el listón. El colmo ocurrió en 1897 cuando fue el Gobernador General de Indochina, acompañado por su mujer, quien entregó los diplomas. La ceremonia tuvo toques occidentalizantes, incluida la escandalosa presencia de una mujer en la misma. Khuyen no debió de dejar de advertir la ironía de que fuesen los mismos franceses que se estaban cargando la tradición confuciana, quienes otorgasen los diplomas acreditativos.
“El gobierno celebra los exámenes trienales.
Los estudiantes de Nam se examinan con los de Ha.
Los candidatos, ruidosos, desharrapados, llevan los tinteros en los hombros.
Los examinadores gritan incoherentes por los altavoces.
Con un cortejo impresionante, el Residente francés aparece.
Su esposa, arrastrando su falda larga, hace su entrada.
¿Quiénes son los hombres de talento del norte?
Mirad y considerad el estado de la nación.”
Los estudiantes son ruidosos y desharrapados. Los examinadores gritan incoherentes. En cambio el Residente francés aparece con un cortejo impresionante. El contraste es evidente.
La realidad que Khuyen no quiso ver, es que el confucianismo en Vietnam agonizaba. La lucha contra los franceses no se haría a partir del confucianismo. Los mandarines con sus saberes eran una reliquia del pasado. Cuando los vietnamitas se alzasen contra los franceses lo harían esgrimiendo las ideologías occidentales del nacionalismo y el marxismo.