Cuando Icon Productions tuvo noticia de que circulaban guiones antiguos de forma ilegal, denunció el robo y su legítimo derecho a que se le devolvieran las copias. También advirtió que el guión definitivo distaba mucho de aquellas versiones antiguas, en las que aparecían algunas escenas que habían sido eliminadas o modificadas para no herir la sensibilidad de nadie.
Gibson habló con la Conferencia Episcopal norteamericana y consiguió aclarar las cosas. A resultas de ello, la Conferencia le pedía públicamente disculpas por una reticencia que había estado basada en acusaciones infundadas. Había temido que la cinta pudiera interferir en el diálogo ecuménico con los líderes judíos, pero ahora comprendía que no era verdad.
Gibson aclaró una y otra vez que “ni yo ni el filme son antisemitas. El antisemitismo no sólo es contrario a mis creencias personales, sino que es contrario al mensaje de mi película”. E insistía: “Si sometieran a una intensa investigación mis 25 años de vida pública y se revelara que había discriminado a alguien basándome en la raza o el credo, estaría dispuesto a corregirme. Pero no existen tales hechos. No odio a nadie, y mucho menos a los judíos. Ellos son mis amigos y socios, tanto en mi trabajo como en mi vida social. Afortunadamente, las amistades forjadas durante décadas no se tambalearán por insinuaciones nauseabundas”.
Finalmente añadió: “En mi película, todos los personajes buenos son judíos: Jesús, la Virgen, María Magdalena, Simón de Cirene, la Verónica, los apóstoles. No hay nada en ella que deje en mal lugar al pueblo judío”.
Superado ese distanciamiento de la jerarquía, durante el mes de mayo de 2003 Gibson proyectó fragmentos de su cinta —aún sin terminar— a varios prelados americanos. Todos mostraron su aprobación y aún su entusiasmo por la película, y algunos escribieron comentarios en la prensa en favor del director australiano. Mons. Charles Chaput, Arzobispo de Denver, publicó en el periódico Denver Catholic Register (mayo de 2003) un artículo titulado “Mel Gibson, The Passion y los críticos que no pueden esperar”, en alusión a tantos que criticaban la cinta sin haberla visto.
Mientras arreciaban las críticas de algunos líderes judíos, y mientras el comité de intelectuales que debía asesorar a los obispos se dedicaba a publicar en la prensa sus opiniones, Gibson llevó un adelanto de su película al multitudinario Congreso Eucarístico de Atlanta, en Georgia, a mediados de junio de 2003.
Los cinco minutos que exhibió convencieron a los más de veinte mil asistentes de que aquella cinta no sólo no iba contra nadie, sino que pretendía transmitir un mensaje de amor y perdón a todas las culturas. Levantó tal entusiasmo, que tuvo que repetir la proyección varias veces, antes de que el mismísimo actor Jim Caviezel se dirigiera a los presentes para contar su experiencia personal.
(Continuará el viernes 7.X)