Portrait Study of Sir Thomas More. Black and coloured chalks on unprimed paper, 38 × 25.8 cm, Royal Collection, Windsor. Drawing by Hans Holbein the Younger (1498–1543).
Por Fabrizio Reyes De Luca | [email protected]
(Publicado originalmente en diario El Telégrafo, Quito, el 30 de mayo de 2013)
A propósito del discurso magistral de la presidenta de la Asamblea Nacional el pasado viernes, durante el acto de posesión del mandatario, Rafael Correa, vale la pena recordar la figura del humanista cristiano de origen inglés, Thomas More, conocido por la castellanización de su nombre como Tomás Moro. Este personaje fue un destacado pensador, teólogo, profesor, poeta y abogado. En su vida pública se desempeñó como juez de negocios civiles, consejero del rey Enrique VIII desde 1518 y canciller de Inglaterra en 1529. En 1535 fue enjuiciado por orden de dicho rey, acusado de traición por no prestar el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia anglicana, oponerse a su divorcio con la reina Catalina de Aragón y no aceptar el Acta de Supremacía, que declaraba al rey como cabeza de esta nueva Iglesia. Fue sentenciado a muerte y decapitado el 6 de julio de ese año. Moro fue canonizado en 1935 por el papa Pío XI.
Su obra cumbre fue “Utopía”, que se publicó en Lovaina en 1516, en la que abordó los problemas sociales de la humanidad, y describió un Estado ideal de tipo platónico en la nueva isla de Utopía, donde al hilo de una crítica de la situación de la Gran Bretaña de su época introdujo los postulados del socialismo económico. En su análisis, muestra los defectos de la organización social de su tiempo, el excesivo número de nobles, a quienes se refería como “zánganos ociosos que se alimentan del sudor y del trabajo de los demás” y de monjes mendicantes, “segundo tipo de parásitos”.
Propugnaba la virtud como fundamento de la moralidad del Estado y la sustitución de la servidumbre económica por una rigurosa distribución del trabajo con una jornada laboral de 6 horas diarias, suficientes para proveer a la sociedad de las cosas necesarias para la vida y para la comodidad de las familias, permitiendo el ocio para el perfeccionamiento moral e intelectual de los ciudadanos. Sostenía también que el Estado no debía ser la expresión de los intereses de la clase dominante. Al contrario, argumentaba que “una sociedad justa supone un fundamento totalmente diferente: allí donde la propiedad sea un derecho individual; allí, donde todo se mida por el dinero, no se podrá nunca organizar la justicia y la prosperidad sociales”. Se establecía la propiedad común de los bienes, en contraste con el sistema de propiedad privada. En consecuencia, el modelo político de la utopía sería un régimen socialista.
Como corolario, quiero recordar un extracto de un pensamiento crítico de Tomás Moro, válido para las sociedades capitalistas: “Así, cuando observo esas repúblicas que hoy florecen por todas partes, no veo en ellas -¡Dios me perdone!- sino la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de la república. Imaginan e inventan toda suerte de artificios para conservar, sin miedo a perderlas, todas las cosas de que se han apropiado con malas artes, y también para abusar de los pobres pagándoles por su trabajo tan poco dinero como pueden”.
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