Ayer, mientras me introducía en el mágico mundo de los cuentos de la mano de Flash Teatro con la obra "Deletreando" me sentía uno más en aquel patio de butacas. Mi compañero Pablo llevaba tiempo insistiéndome en que debía ver la obra, y no podía dejar pasar la ocasión para disfrutarla. Los ojos y las manos de Gemma y Pablo me hipnotizaron hasta el punto de vivir las aventuras de Superman, del lector ruidoso, de la princesa y su amor imposible y de ese adorable Fermín, un ratón que devoraba los libros en el sentido más literal. Yo era un niño más y disfruté igual que mis compañeros de público.
Sin tener hijos, mi vida ha estado marcada por los niños y su verdad. Trabajar con niños tiene la recompensa del respeto y el cariño que te devuelven. Me han hecho muy feliz y me han dado muchas energías cuando las mías decaían. Muchas imágenes tengo en la memoria de buenos momentos vividos con ellos.
Recuerdo el abrazo de Paula cuando, después de un año sin vernos después del doblaje de "Bichos", nos encontramos en un estudio de Barcelona. Corrió desde el fondo del pasillo al grito de ¡Gutiiii!... y se me lanzó a los brazos. Si no lloré es porque mi mente se debatía entre la emoción y lo impresionante de su reacción.
También me acuerdo de los días pasados con mis niños de "Los cachorros del libro de la selva". Grandes alegrías me han dado años después, cuando Nacho me sobrecogía subido a las tablas del Teatro Español junto a Pepe Viyuela, o Adrián cuando me contó que estaba estudiando arte dramático, o Borja me hacía estremecer cada vez que lo veía en televisión como uno de los triunfitos, o David cuando me llamó para pedirme consejo sobre su papel en "Hoy no me puedo levantar". Sus corazones se quedaron en mí, y creo que el mío un poco en ellos como me han demostrado después.
Sus detalles inocentes se han convertido en un alimento único para mi espíritu. En una época de duro trabajo, mi lucha contracorriente al sistema establecido había agotado tanto mis energías que me estaba planteando de qué servían los madrugones y las largas horas delante de un monitor y un guión. Un día entré en un centro comercial y de pronto surgió la respuesta: Cuatro niños sentados delante de un televisor miraban extasiados y se reían con la película "Buscando a Nemo". En ese momento lo ví claro, esos cuatro niños y su respuesta a esos diálogos que tanto me costaba a veces, era lo que daba sentido a mi trabajo. Aunque sólo fuera por su sonrisa merecía la pena seguir esforzándome. Nunca olvidaré todos los que han compartido conmigo tan gratificantes momentos. Olivia, mi eterna Lilo cuya mirada vale un mundo; Claudia, que no necesita hablar para mostrar su ternura; Rodrigo, que me hace sentir grande cuando me escucha; Juan María, que me tiene una admiración sólo comparable con la que yo siento por él. Mi niña Michelle (porque la conocí siendo una niña) y que ahora me enorgullece cada vez que la veo en "Los hombres de Paco" o en cualquiera de los magníficos trabajos que hace. Axel, que empezó a ser Harry Potter tan, tan pequeño y ahora es todo un tío con su grupo musical y todo. Auri, Diego, Nicolás, Ian, Raúl, Klaus (mi pequeño Nemo), Pepe, Junio, David, Kolia, Daniel, Sergio, Marta, Jorge, Pablo, Iván, Fernando (Mogli de voz angelical), Ramón, Eduardo (mi sobrino, que acabará siendo artista, pero no pienso forzar), Gabriel, Adrián... Y los que, desde fuera, dan valor a mi trabajo. Como Tony, el hijo de una amiga y compañera, que enterado de la faena que me habían hecho al retirarme de la dirección del doblaje de la saga "Harry Potter", le dijo a su madre "si no está Eduardo, no me llevéis a ver la película, ni me compréis el DVD". La amargura que sentía en ese momento por haber perdido ese trabajo que tanto quería, se transformó en llanto y en ganas de devolver a esos niños lo que me habían dado. Sirva esta reflexión como homenaje a esos niños que tanto me han regalado y a la deuda que tengo con ellos.