El desarrollo humano, medido por el Índice de Desarrollo Humano (IDH), sigue mejorando, pero a un ritmo más lento. El rápido progreso tecnológico, el avance de la globalización, el envejecimiento de las sociedades y los desafíos ambientales están transformando rápidamente el significado actual del trabajo y la forma en la que se lleva a cabo.
En los últimos 25 años 2 mil millones de personas han salido de los niveles más bajos de desarrollo humano gracias a unos mejores resultados en materia de salud y educación y a la reducción de la pobreza extrema. Pero no es suficiente. Es una de las conclusiones del Informe sobre Desarrollo Humano de 2015.
El crecimiento económico no se traduce automáticamente en un mayor desarrollo humano. Entonces, ¿dónde está la clave? Una de las respuestas es conseguir que el trabajo sea equitativo y decente para todos. Se debe mirar más allá del empleo y tener en cuenta los numerosos tipos de trabajo que existen (como el trabajo de cuidados no remunerado, el voluntariado o el creativo entre otros) que son de gran importancia para el desarrollo humano. El Informe sostiene que solo adoptando esta visión de conjunto, los beneficios del trabajo podrán aprovecharse realmente en favor de un desarrollo sostenible.
“El trabajo decente contribuye tanto a la riqueza de las economías como a la riqueza de las personas. Todos los países deben dar respuesta a los desafíos que genera el nuevo mundo del trabajo y aprovechar las oportunidades para mejorar vidas y medios de subsistencia”, declaraba Helen Clark, Administradora del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Los cinco últimos países en la clasificación del IDH son: Níger (0,348), República Centroafricana (0,350) Eritrea (0,391) Chad (0,392), y Burundi (0,400). Además, los países con los descensos más pronunciados en la clasificación son Libia, que bajó 27 puestos y Siria, que descendió 15.