Editorial Periférica. 127 páginas. 1ª edición de 2004, ésta de 2010.
Mi amigo el escritor mexicano Federico Guzmán Rubio me había recomendado varias veces esta primera novela del también mexicano Yuri Herrera (Actopan, México, 1970), al que considera uno de los máximos representantes literarios de su país nacidos en la década de los 70. La compré hace unas semanas en la librería La independiente de Madrid, situada en el barrio de Malasaña, en la calle Espíritu Santo, 27. En esta librería tuvo lugar la firma de libros asociada al Encuentro de Blogs literarios celebrado en Media-Lab Prado el 3 de marzo, y el librero, Javier López, se había molestado en pedir mi libro de poesía a la distribuidora. Una semana después, cuando fui a visitar de nuevo la librería en compañía de Federico, Javier tenía un ejemplar de Siempre nos quedará Casablanca en su mesa de novedades y unos cuantos más en los estantes. Y quise corresponder a este gesto comprando allí algún libro.Tengo la tarjeta de socio de la Fnac, me hacen un 5% de descuento directo por cada compra y, si elijo bien el día, la tarjeta me puede acumular otro 5% en descuentos indirectos, pero cada vez me parecen más interesantes las pequeñas librerías que consiguen crear un espacio íntimo y cercano con el cliente (Javier López, gran lector, recomienda los libros que le gustan a sus visitantes) y que organizan actos literarios. Además Javier López mantiene un blog donde recomienda los libros que lee y que vende en la librería. (El enlace al blog está AQUÍ).
Trabajos del reino es una novela corta organizada en capítulos de extensión breve. El protagonista, al principio llamado Lobo, y después el Cantante o el Artista –cuando ha entrado en un nuevo mundo que le hace perder en parte su identidad–, es un chico de la calle, de una calle de una ciudad cualquiera del norte de México. Un norte dominado por la violencia y el poder de los narcos.La primera frase de la novela marca el tono violento del libro: “Él sabía de sangre, y vio que la suya era distinta” (pág. 9); con la suya se refiere a la sangre del Rey; en esta primera frase (que podría ser un resumen del primer capítulo) asistimos al encuentro de Lobo con el Rey, el narco bajo cuya protección va a empezar a vivir.Lobo canta por los bares canciones populares, que él mismo inventa, a cambio de unas monedas y, a su corta edad, entre sus pocos conocimientos se encuentra el siguiente: “El Artista ya estaba consciente de que no había nadie sobre el cielo o bajo el suelo para protegerlo, que cada quien para su santo; pero ahora en la Corte, se le aclaraba que uno podía gozarse antes de que el diamante se hiciera polvo” (pág. 27). Lobo, ahora el Artista, acude (en el capítulo 3) desde las calles al Palacio del Rey para ofrecer sus servicios de trovador a cambio de protección, y así conseguirá entrar en un mundo que le despierta admiración.
El Palacio es en realidad la mansión del narco (el Rey). El uso de este tipo de términos medievales (nos encontraremos también con una Bruja, por ejemplo) no es casual en la novela: en el México que nos propone Yuri Herrera, un Estado en descomposición ha dejado de cumplir sus funciones y el poder se ejerce desde estas fortalezas que actúan como los antiguos castillos-Estado de la Edad Media. En cierto modo el mundo de reglas brutales que rige este mundo me ha recordado al propuesto por Rafael Pinedo en su novela Plop, pero, mientras Pinedo, para hablar de la vuelta a la barbarie de la humanidad, nos proponía una antiutopía de ciencia-ficción, Yuri Herrera escribe una novela puramente realista, centrada en el aquí (el norte de México) y el ahora (principios del siglo XXI).(Nota personal: mi novia apunta que últimamente comparo a todos los libros con Plop. Vigilar esto.)
Trabajos del reino, además de ser una novela sobre la realidad del México actual, también es una reflexión sobre la figura del artista en cualquier sociedad. Al principio el Cantante se dedica a componer loas sobre su admirado Rey, lo que provoca la simpatía de éste; pero ya avanzada la novela, en la página 88 su amigo el Periodista le advertirá: “Artista, lo que digo es que lo suyo tiene vida propia, que no depende de esto. A mí me parece bien que nuestros desmadres le sirvan de motivo, sólo espero que no tenga que escoger. Yo a usted lo veo hecho pura pasión, y si un día tiene que escoger entre la pasión y la obligación, Artista, entonces sí que estará jodido”.
Poco después de esta advertencia, el Rey pondrá al Artista en la disyuntiva de elegir entre la pasión y la obligación, ya que le propondrá infiltrarse en el palacio de un rival para obtener información. “Llegó la hora de hacerse útil, Artista”, le espeta el Rey en la página 92, una frase que hace que el protagonista dude sobre su misión en el mundo, sobre su labor de creador de canciones.
Trabajos del reino es también una novela de iniciación de tipo picaresco: el artista también va a descubrir en Palacio las vicisitudes de la pasión o el amor, así como las reglas que rigen el mundo de los adultos.
Y el Artista se hará adulto definitivamente cuando en las páginas finales reciba esa lección con la que la mayoría de los jóvenes se han de topar : cómo la pasión es arrasada por el cinismo: “He aquí una historia para ser cantada, no la que el Rey había representado con gracia hasta el final, sino la otra, la de las máscaras, la del egoísmo, la de la miseria. Y luego se dijo: Una historia para ser contada por alguien más. ¿Para qué iba a ponerse a refutar las invenciones del periódico? A estas alturas prefería la verdad que la historia verdadera” (pág. 122).
El lenguaje de la novela está muy trabajado, y Yuri Herrera se muestra prolijo en el uso de mexicanismos, que no incomodan, en todo caso, la lectura para un español.
Quizás me ha extrañado que en una novela corta de capítulos breves, donde el autor, gracias al labrado uso del lenguaje, consigue una prosa a la vez brusca y poética, que hay que leer atentamente porque la reflexión abunda pero también la acción –marcada por hondas elipsis, donde de modo casi expresionista se destaca una escena de lo contado–, cambie el ritmo narrativo para introducir tres o cuatro capítulos, más breves que el resto, que prácticamente son un poema en prosa. Esto ocurre, por ejemplo, en las páginas 39-40, que comienzan así: “Son. Tantas letras juntas. Suyas. Puestas ahí sin otra cosa que hacer más que fecundar la testa. Son. Muelen la hoja entre rodillos de insomnio, avisan, hurgan la blancura baldía en el papel y en el mirar. ¿Y qué había sido la hoja sino un trasto del jale, como el serrucho si armara mesas, como la fusca si arreglara vidas? Qué, pero nunca este despeñadero de arena con brío y propósitos a saber. Tantas letras ahí. Son. Son un destello. Cómo se empujan y abrevan una de otra y envuelven al ojo en un borlote de razones”.
De Trabajos del reino destaco su cuidado lenguaje, como ya he dicho, a la vez brusco y poético, y su incursión en un territorio narrativo candente en México, el de los cambios en las relaciones de poder que el narcotráfico está provocando en el país; aunque, por otro lado, las reflexiones sobre el arte o la iniciación del protagonista me han resultado más conocidas. Y quizás no he acabado de entrar del todo en esta breve aunque intensa historia por una cuestión puramente personal: creo que estoy en un momento de mi vida en el que prefiero las novelas más largas, con un amplio desarrollo y un acercamiento emocional a la voz narrativa, a las historias breves.
En todo caso Trabajos del reino, como primera novela, escrita por alguien que acaba de sobrepasar la treintena, me ha parecido una obra de una madurez y un saber hacer notables. Yuri Herrera es una nueva voz en la narrativa hispanoamericana a tener en cuenta.