Una cosa es cierta. La palabra «transgénico» suena fatal, casi tan mal como «nuclear» o «tóxico». Cuando ves una noticia en la prensa donde aparece la palabra «transgénico» o su sinónimo «organismo genéticamente modificado» en la mayoría de los casos van a hablar de riesgos, de peligro o de rechazo social. Lo mismo pasa cuando quieres informarte y buscas algún libro o blog que hable del tema. En la mayoría de los casos vas a encontrar informaciones muy preocupantes sobre peligros para la salud o para el medio ambiente. Hemos visto a determinadas organizaciones haciendo campañas muy agresivas contra esta tecnología que incluyen imágenes de patatas convertidas en escorpiones, campos cultivados devastados o el boicot a compañías que venden productos que incluyen transgénicos. También hemos visto ciudades o regiones que se declaran libres de transgénicos o la promulgación de leyes para frenar el desarrollo de esta tecnología. A nivel personal, cuando dices que eres científico normalmente la gente te muestra un cierto respeto salpimentado con un punto de admiración, más que nada porque en España tenemos muy pocos en comparación con otros países y la rareza siempre puntúa alto. Sin embargo, cuando dices que trabajas con plantas transgénicas pierdes de un plumazo todo lo que habías ganado en reconocimiento social, y ya no eres tan majo como antes. Eso de los transgénicos suena muy mal. El problema es que si preguntas por qué es malo un transgénico y qué problemas crea, a la gente le cuesta encontrar una respuesta medianamente coherente. Y de hecho, surgen preguntas incómodas. Si esta tecnología es tan mala y crea tantos problemas, ¿por qué se sigue usando? ¿No sería más fácil prohibirla? O más fácil, si fuera tan mala, nadie querría utilizarla. En la vida, como en las buenas novelas, las cosas no son blancas y negras, y muchas veces los malos no son tan malos como los pintan, ni los buenos, tan buenos. Los transgénicos no son más que una tecnología, que como todo tiene una utilidad: hay algunas cosas para las que sirve y otras para las que no. Y como todo, una tecnología no es mala o buena per se, todo depende del uso que hagas de ella. Sin embargo, en este caso concreto la información que circula habla mucho de sus problemas (reales o inventados) y poco de sus beneficios. También tenemos un problema añadido: sobre transgénicos hemos oído hablar mucho a los políticos o a los activistas, y muy poco a los científicos, con lo que se ha creado un problema comunicativo que ha favorecido la propagación del miedo y de noticias alarmistas, que muchas veces no son ciertas. Hablar de transgénicos y no decir lo que el público espera oír no deja de tener sus riesgos, como recibir amenazas de muerte o tener que salir escoltado de alguna charla.
y la nota de prensa: «Hoy por hoy, no podríamos vivir sin transgénicos. La gente que alerta sobre los supuestos peligros de los transgénicos, realmente nos sabe lo que son. De hecho, muchas camisetas con la leyenda “no quiero transgénicos” están hechas con algodón transgénico. Los alimentos transgénicos son los más evaluados de la historia, así que si pidiéramos los mismos controles a los alimentos no transgénicos, tendríamos que vaciar los supermercados. La mejor prueba de que el miedo no tienen fundamento es la cantidad de aplicaciones que utilizamos a diario basadas en esta tecnología. El miedo a los transgénicos es fruto de la mala información.»
Entrevista a José Miguel Mulet Compartir