Este episodio de mi vida en compañía de mis 5 mascotas, si sois seguidores de mi blog sabréis que son, por antigüedad, 2 gatos, 2 tortugas (jabutis) y un pinscher enano, viene a añadir otro personaje más a nuestra ya numerosa familia.
En esta ocasión se trata de otro gatito de unas 2 semanas que hace 4 días apareció sin que nadie le llamara. Se presentó delante del plato de la comida de los gatos situado justo en la puerta entrada de nuestra casa mientras nosotros desayunábamos. De repente oímos como Pinchuco gruñia nervioso y corría de un lado a otro. Respuesta exactamente igual a la que la noche anterior nos había despertado mientras se enfrentaba a un Mucura, amenazando, con el corazón latiendo a 20000 pulsaciones por segundo, al pobre marsupial amazónico. Se formó tal escándalo que logró despertarnos y nos hizo levantar a ver que le pasaba al "jaleante", como gusta de llamarle a mi esposa. Ella fue quién vio la zarigüeya arrinconada en una esquina de nuestro jardín.Pero a lo que ibamos. Decía que se había presentado, el gatito,como si no quiere la cosa y sin que nadie le hubiese invitado a la fiesta, en medio del alegre festín que tienen por costumbre regalarse nuestras mascotas mamíferos en la hora primera de la mañana. Parece como si quisieran compartir con nosotros la experiencia del desayuno.
Bueno, el caso es que la relación de Pinchi y Panchito se ha vuelto, yo diría, demasiado cordial y se pasan todo el día persiguiéndose y corriendo por la casa mientras el gato sube por las sillas y mesas. A continuación, los 2, Pinchuco y Panchito se encaraman en el sofá para intentar, éste último, huir por la ventana, claro, si está abierta. Si no, empiezan con la sucesión de amagos de modiscos de Pinchuco a Panchito que acaban cuando yo me enfado con los 2 y grito, ¡Kampora!. A Pinchuco le falta tiempo para bajar atropelladamente del sofa dando un saltito muy gracioso, aunque no tanto como el que, a lo Sergei Bubka, le encarama encima del sillón . Parece que tuviese un potente muelle en las patas. Pues el caso es que con la novedad del minino recién llegado, parece que la confusión de sus traumas infantiles se le han hecho permanentes y se sigue creyendo más gato que Silvestre, el lindo gatito de Piolín. Perro-gato le llamo yo cuando, en sus alocadas carreras detrás de Panchito para encaramarse a lo más alto del sofa y vernos comer desde más cerca, se desplaza con agilidad felina de un lado a otro del mullido respaldo. En otras ocasiones se llegan a abrazar y dan la sensación de estar actuando para el baile de los cisnes. Como decía, aludiendo a la salud mental del míni pariente del dóberman, de raza le viene al galgo, ahora le ha dado por hacer amagos poco elegantes encima del pobre gatito. Temo que este nuevo deporte convierta a nuestro perro-gato en un perrófilo. ¡Ya no sé que pensar! ¡Salud y Suerte!