
Bebo champagne cuando estoy contenta y cuando estoy triste. A veces, cuando estoy sola. Cuando estoy con amigos lo considero obligatorio. Tomo una copa o dos si estoy tranquila, y lo bebo si estoy agobiada. Aparte de eso, no lo toco nunca. Sólo si tengo sed.
Lilly Bollinger
El problema de crear ocasiones especiales, darles un significado y celebrarlas, es que llega un momento, cuando pasan muchos años o cuando eres el único que conoce esa ocasión, en que no sabes muy bien qué celebras ni porqué lo celebras. Semanas o días antes te das cuenta de que se acerca esa fecha una vez más. "Algo tendré que hacer pero ya lo pensaré mañana". Alargas el mañana todo lo que puedes pero en ningún mañana se te ocurre nada y piensas "bueno, hay tiempo de sobra, siempre se me ocurre algo". Cuando atraviesas ese supuesto tiempo de sobra, descubres que no es un lugar plácido. No es para nada una pradera verde y suave en la que las ideas brotan como flores que puedes ir recogiendo para hacer un ramillete que se convertirá en un post digno de la celebración del acontecimiento. No, tu tiempo de sobra se parece mucho más a una calle gris llena de edificios ruinosos y con basura volando delante de ti: cazas un trozo de periódico que parece prometedor y descubres que es algo que a nadie le interesa, ves una lata de refresco y te recuerda a algo pero resulta que sobre eso ya escribiste, ¿y esa planta mustia que hay ahí? Es de plástico no sirve. Recorres tu "tiempo de sobra" intentando encontrar algún resquicio de inspiración y no hay nada de nada. Lo único que hay es eco.
Al final del tiempo de sobra, al borde del precipicio hay dos carteles, uno que dice «Abandona, nadie recuerda esa ocasión, nadie lo va a echar de menos, a nadie le importa ni siquiera a ti. ¿Qué más da? No hagas nada, no escribas nada. ¿Qué puede pasar? Prueba. A lo mejor te llevas la sorpresa y la gente reclama la celebración. O quizás, seguramente, no ocurra nada y podrás liberarte para siempre.» Lo lees una vez y dos y tres. Todavía procesándolo y acariciando la tentación de rendirte, te giras y lees el otro cartel. Es menos luminoso, menos atractivo: «Escribe lo que sea, lo que te salga porque, al fin y al cabo, ¿no estás celebrando que llevas trece años escribiendo las cosas que (te) pasan y que no le importan a nadie? Trece años son muchísimos, mira hacia atrás. ¿Cuántos se han quedado en el camino? ¿Cuántos quedan? ¿Cuántos siguieron el camino del cartel luminoso? No te vengas arriba porque no tienes un mérito especial pero coño, haz algo para celebrarlo, para que quede escrito. Lo mismo es la última vez, lo mismo no llegas al catorce.»
Decides adentrarte en ese sendero y escribir lo que sea. Quizás algún día deberías girarte y ver que detrás del cartel viene escrito: camino de las obligaciones autoimpuestas.
Trece años de blog, jamás pensé que llegaría hasta aquí. Hay que celebrarlo como se pueda, por si acaso.
Felicidades a todos y gracias.
