Hudson, uno de los grandes galanes del cine estadounidense de los 50, falleció el 2 de octubre de 1985. Hoy se cumplen 30 años y justo es recordarlo por lo que significó, ya que en el momento de su muerte se estuvo más atento a su homosexualidad y a la causa del fallecimiento, el SIDA.Hudson copó portadas por haber encubierto que había contraído el sida durante la filmación del culebrón televisivo Dinastía. Cuando su compañera de rodaje, Linda Evans, puso el grito en el cielo porque lo había besado en la boca sin saber de su enfermedad, la prensa amarilla se cebó con el que durante tantos años encandiló al público femenino con su tupé engominado.
No fue un gran actor, pero tuvo una gran presencia.Nacido como Roy Harold Scherer en 1925, debutó en el cine en 1948 con el filme bélico Fighter squadron. Superado el periodo de aprendizaje, en el que le tocó lidiar con personajes exóticos en wésterns y filmes de aventuras árabes: Winchester 73, El halcón del desierto, La espada de Damasco, Hudson se hizo un importante hueco en la productora Universal. Apareció en otras películas del Oeste como Horizontes lejanos, Horizontes del Oeste, Historia de un condenado y Fiebre de venganza, hasta que en 1954 Douglas Sirklo convirtió en protagonista de casi todos sus melodramas.Obsesión, Orgullo de raza, Solo el cielo lo sabe, Himno de batalla, Escrito sobre el viento y Ángeles sin brillo, rodadas por Sirk entre 1954 y 1957, lo entronizaron como galán de dramas más severos que románticos. Si en el western resultaba un actor poco dúctil, en el melodrama desarrolló sus mejores recursos. Su popularidad aún aumentó más cuando formó pareja con Doris Day en comedias almibaradas pero al mismo tiempo cínicas como Confidencias a medianoche o Pijama para dos, exponentes de las denominadas sex comedys. Entremedio, protagonizó el gran filme-río de la época, Gigante (1956). Siguió muy activo hasta poco antes de su muerte, aunque fue en la televisión, con McMillan y esposa (1971-1977), donde recuperó la popularidad perdida.