Hace cosa de un mes vino a casa una chica del INE a hacernos una encuesta sobre nuestros gastos e ingresos. Por lo visto, atender al INE es una obligación y te pueden multar si les das un portazo. No es como si te visitan los testigos de Jehová. Así que, dado que nos tenían cogidos por las gónadas, le dije a Cris que me dejara responder a mí.
-De eso nada, que tú siempre mientes en las encuestas.
Toma, pues claro. Es un pequeño placer saber que estás desbaratando una estadística. Luego, cuando pasan los datos en un informe, tú te puedes reír por dentro. Me encanta mentir en los cuestionarios y en las encuestas.
Cuando entramos en la oficina de turismo de una ciudad a pedir un plano y nos preguntan de dónde somos, me apresuro a responder, poniendo mucho acento aragonés: “De una aldea de Lugo”. O poniendo mucho acento madrileño: “De Málaga, de toda la vida”. O poniendo mucho acento catalán: “De Alcalá-Meco, es que tengo allí un pisito muy pequeño que me paga el Estado, pensión completa y diversión en las duchas”.
A la encuestadora del INE le iba a decir que nuestra familia ingresa unos 100 euros al mes, pero que nuestros gastos son de unos 10.000.
Aunque, bien pensado, esa respuesta es bastante verosímil en España: podría ser la de un autónomo acostumbrado a cobrar “sin IVA”. O la del señor Bárcenas. O la del Bigotes.
Eso sí, cuando Cris me preguntaba por mis gastos del día para apuntarlos en la libretita de la encuesta, le decía: “Hoy he comprado un huevo de Fabergé, he invitado a 40 amigos donde Arzak y he reservado unos billetes para Australia en primera, y me han sobrado dos eurillos con los que he echado la quiniela”.
El caso es que el INE aprieta pero no ahoga. Como recompensa por ser buenos ciudadanos que no alteran la estadística, nos han dado una gratificación de 34 eurazos. Sí, amigos, una pequeña fortuna. Nos los han abonado en una tarjetita Visa con ese saldo, así que no podíamos sumarlos a nuestro plan de pensiones, y Cris pensaba echar gasolina al coche con ellos.
Pues va a ser que no.
Hoy ha venido mi madre a ver merendar a su nieto (tenía entradas de primera fila, no se crean que lo ha visto desde el gallinero: podía sentir las babas de Pablo en la cara) y se ha traído a Goyo, el perro familiar, con ella.
Goyo anda tristón desde que nació Pablo porque ha dejado de ser el rey de la casa, así que busca formas de llamar la atención. Y el INE le ha dado una excusa excelente.
Esta noche, Goyo cagará 34 euros, pues lo que le falta a esta tarjeta está en su estómago:
Gracias por su colaboración, ponía. De nada, ha ladrado Goyo, moviendo el rabo satisfecho.
En otro orden de cosas -cómo me gusta emplear esta frasecilla de telediario-, Antón Castro me regaló ayer su último libro de poemas, Vivir del aire, con una bella, halagadora y excesiva dedicatoria manuscrita en su página de respeto. En ella me califica de “escritor dulce y airado a la vez”, lo que me ha dejado pensativo. Yo creía que la gente no me quería por mi dulzura ni por mis aspavientos, sino por mi cuerpo serrano. Pensaba que lo nuestro era solo físico, sexual, sin mandangas sentimentales.
Me he quedado meditabundo y tragicómico. Antón sí que es airado, que para eso “vive del aire”, como él dice.
PS.- A Cris no le he dicho lo de la tarjeta. Se acaba de enterar leyendo esto. Qué gracia, ¿no?