Verde, verde, verde y soleado era el paisaje que transcurría a través de la ventanilla del autobús. Habíamos salido de Ljubljana a mediodía y el trayecto, poco más de 90 km., apenas nos llevaría más de una hora. Sin darnos cuenta nos encontrábamos en Trieste, entre el mar y la montaña.
Para entrar en Trieste desde Eslovenia, hay que descender una sinuosa montaña que hace de frontera natural, y cuya altura nos sirve como primer mirador panorámico de la ciudad. Buena tarjeta de presentación esta imagen, que nos permite ver como Trieste se desparrama por la colina de la montaña hasta llegar al mar y una vez allí se alarga lo posible por la costa.
Conforme el autobús se va introduciendo por sus calles nos lo deja claro, no hay lugar a dudas, estamos en Italia. Más tráfico, edificios más altos y no tan impolutos como los de Ljubljana, algo menos de tranquilidad se respira en el ambiente, y el verde deja de ser el color predominante.
Como buena ciudad fronteriza, su historia ha sido entretenida. Trieste ha sido romana, bizantina, veneciana y sobre todo austríaca. Nos lo revelan sus ruinas romanas, sus imponentes edificios, la arquitectura de sus fachadas, sus castillos, su catedral y su gran plaza abierta al mar. Nosotras teníamos poco más de 24 horas para realizar este viaje en la historia de Trieste, no había minutos que perder.
El autobús nos dejó en la Estación Central, en pleno centro de Trieste y a dos manzanas del hotel, del cuál os doy mi opinión al final, ahora sólo adelanto que si tuviera que volver a Trieste, repetiría.
Dada la distancia que teníamos que recorrer, no era cuestión de coger un taxi, así que aunque hacía mucho calor, cogimos nuestras maletas y en 5 min. estábamos registrándonos y recogiendo las llaves de nuestras habitaciones.
El tiempo justo de dejar el equipaje, refrescarnos un poco, revisar nuestra documentación viajera y salir a pasear en la sobremesa de domingo. Trieste es abarcable andando, al menos la zona de mayor interés turístico.
Nos dirigimos hacia la Piazza Unità de Italia, también conocida como de Vittorio Veneto, una gran plaza abierta al mar Adriático, rodeada de palacios y edificios monumentales de marcada influencia austríaca, ya que durante muchos años Trieste fue el único puerto de salida del Imperio Austro-Húngaro. Estos edificios ahora son la sede del ayuntamiento y de otros organismos gubernamentales. Bonita e imponente por el día, preciosa por la noche, alguno de sus bajos albergan agradables terrazas y cafés.
De allí nos vamos a la Plaza de la Bolsa, apenas las separa una calle, que al ser domingo está de lo más animada. ¡Qué calor! Momento de tomar un café en una terraza, en Trieste es parada obligatoria, y de descansar un poco antes de continuar con la visita.
Tras el reposo nos acercamos a las calles que conformaron el ghetto judío, y de ahí al Teatro Romano.
A la izquierda del teatro nace una empinada calle que lo bordea y nos adentra en el barrio que se asienta en la ladera del monte San Giusto. Aunque sus calles parecen un laberinto y sólo hacen que subir, no tienen pérdida, y pocos minutos después nos encontramos a los pies del Castillo de San Giusto y de la Catedral.
El Castillo no guarda en su interior demasiado secreto pero si permite obtener unas bellas vistas de toda la ciudad, que ya en las últimas horas de la tarde, con los reflejos del sol y el mar, adquiere unas tonalidades maravillosas.
Nos quedamos paseando por las murallas del castillo hasta su cierre, resulta muy agradable y sopla una refrescante brisa, por lo que ya no pudimos entrar a visitar la catedral. Después iniciamos el camino de vuelta.
De regreso al hotel atravesamos la Piazza San Antonio Nuovo, donde se encuentra la Iglesia serbia ortodoxa, la cuál no pudimos visitar al encontrarse cerrada ya a esas horas de la tarde pero que prometía ser muy bonita, a juzgar por la riqueza de su fachada.
Desde esta plaza al mar, se abre el Canal Grande, un canal que recuerda a los de Venecia, con pequeños barcos atracados y con terrazas a ambos lados.
A estas alturas casi que podíamos decir que gran parte del Trieste turístico ya lo conocíamos. Era momento de pasar por el hotel y salir a cenar.
Como el restaurante que llevábamos como referencia estaba cerrado los domingos, pedimos en el hotel que nos hicieran alguna sugerencia. Nos recomendaron un pequeño y familiar restaurante, de los de andar por casa, sin lujo alguno, que se encontraba a 10 min. Del hotel. Nos comentaron que todos los platos que preparaban eran deliciosos pero, en especial, sus pizzas.
No hizo falta convencernos más, allá que nos fuimos, en busca del Restaurante Pizzeria 2001.
Unos calabacines marinados a la plancha y una ensalada de bresciaola fueron nuestros entrantes, después, cada una de nosotras se pidió una enorme pizza. Una vez más comiendo por encima de nuestras posibilidades. Pizza con salchichas, con jamón york, con carne de potro rallada y rúcula y con berenjenas asadas, éstas fueron nuestras elecciones. Todas deliciosas, sentimos mucho no poder terminarlas.
Aún así quisimos probar el postre y dimos fe que el tiramisú que allí sirven también estaba riquísimo. No podíamos elegido mejor forma de finalizar el día, un paseo nocturno por la Piazza Vittorio Veneto y a descansar.
Al día siguiente nos fuimos a visitar el Castillo de Miramare, una belleza que me recordó a la Torre de Belém en Lisboa, no sé por qué, quizás por su ubicación, por que no tiene nada que ver. Para ello cogimos el autobús de la línea 6 con dirección a Grignano, que tiene una parada justo enfrente de la estación. Hay varias paradas antes de llegar al castillo que permiten que paseemos junto al mar. Si se va con tiempo, es muy agradable y nosotras dedicamos casi toda la mañana.
El castillo fue construido en el siglo XIX para el archiduque Maximiliano de Habsburgo y su mujer, Carlota de Bélgica. El resultado fue una bella y blanca fortaleza a orillas del Adriático con unos impresionantes jardines.
El castillo, así como los jardines, se pueden visitar. En la planta baja podemos ver cómo era la residencia de Maximiliano y Carlota, y en la planta superior se encuentra la residencia del duque Amadeo II de Aosta, quien vivió 7 años en el castillo. Muebles de época, cuadros y otros elementos de decoración pueden verse durante la visita.
Merece la pena dedicar tiempo a recorrer los alrededores del castillo, perderse por sus caminos, descansar, observar el mar y disfrutar de este enclave.
En los alrededores del castillo se ha creado una reserva marina donde se pueden observar distintas especies, sobre todo de aves. Tras la visita al interior del castillo, nosotras dedicamos un buen rato a pasear por los jardines, con helado incluido, después fuimos en busca del autobús que nos llevaría de regreso a Trieste. Justo cinco minutos antes de que llegará, comenzó una fina lluvia que para cuando llegamos a Trieste había finalizado.
Era mediodía y nos quedaba el tiempo suficiente para comer tranquilamente y despedirnos de la ciudad. Nos dirigimos hacia Baracca e Burattini, un restaurante cerca del hotel, sencillo, agradable y con muy buena crítica.
La elección fue acertada. Todas nos decantamos por diferentes platos de pasta e incluso probamos los postres. Buena relación calidad/precio.
Una vez más, habíamos “comido bien”, así que nos fuimos a dar nuestro último paseo por el centro, a visitar alguna tienda y a realizar alguna compra.
Avanzaba la tarde y el sol se cambió por un gris oscuro, el cielo de Trieste, conocedor de nuestra marcha, comenzó a ponerse triste hasta que lloró. Momento de volver al hotel a recoger el equipaje, comenzaba nuestro regreso a casa. Arrivederci Trieste! ¡Hasta la próxima!
Te puede interesar:
- Hotel NH Trieste 4*: Céntrico, habitaciones "tipo superior" agradables, personal amable. Buena relación calidad/precio.
- Restaurante 2001: Restaurante sencillo pero de comida deliciosa. Merece la pena.
- Restaurante Baracca e Burattini: Buenos platos de pasta y servicio agradable.
- Castillo Miramare: Visita recomendada. Precio de la entrada, 10 euros.
- Flix Bus: Desplazamiento directo de Ljubljana a Trieste, puntual y rápido. Reservas por internet, el precio cambia conforme se acerca la fecha deseada.
- Bus 6: Interurbano para ir al Castillo de Miramare. Los billetes se compran en el estanco y los estancos cierran los domingos.
- Bus 51: Autobús que sale de la Estación Central cada media hora con destino al aeropuerto. Hay que cogerlo con tiempo por que el trayecto en hora punta puede durar casi una hora y en nuestro caso no fue puntual. Los billetes se compran en los estancos.
Posts publicados de esta escapada:
- Ljubljana, el corazón verde de Eslovenia.
- Trieste, entre el mar y la montaña
Bon Voyage!