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Triple salto: Trapecio (Trapeze, Carol Reed, 1956)

Publicado el 19 octubre 2015 por 39escalones

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Trapecio (Trapeze, Carol Reed, 1956) parece contener en su propio argumento la explicación de por qué constituye una película fallida. Pese a su reparto, a contar con un director prestigioso, y a escoger como escenario un circo instalado en el París más bohemio, de callejones y cafés, de artistas callejeros y de mercados al aire libre, la película naufraga, cae a la red como un trapecista que no logra conectar en pleno vuelo con los brazos de su compañero.

Producida por United Artists y escrita a partir de una novela de Max Catto, el guión se asienta sobre una doble premisa. En primer término, el encuentro entre una vieja gloria del trapecismo ya retirada, Mike Ribble (Burt Lancaster, premiado en el Festival de Berlín por su interpretación), y un joven aspirante a máxima estrella, Tino (Tony Curtis), que desea completar su número aprendiendo la acrobacia más difícil, el triple salto mortal, de Ribble, uno de los pocos que llegaron a dominar la técnica lo suficiente como para incorporarlo a sus representaciones. La base de la trama se completa con el triángulo amoroso que Mike y Tino forman con Lola (Gina Lollobrigida), una equilibrista cuyo único empeño es alcanzar el estrellato y la celebridad, aunque para ello tenga que utilizar su belleza y sus encantos como mecanismo para el ascenso. Todo ello, en el marco de un circo que ensaya su próximo espectáculo parisino (malabaristas, payasos, domadores, músicos, hombres-bala…), que ha de servir de trampolín para que los agentes americanos oferten contratos de cara a las giras americanas, al circuito de Nueva York, Chicago o Los Ángeles.

Con un envidiable trío protagonista, un Lancaster que visiblemente se divierte retomando su antiguo oficio, un Curtis que demuestra que puede ser mucho más que una cara bonita y convertirse en actor de carácter, y una Lollobrigida que supera su característico acartonamiento y ofrece algunos momentos de brío interpretativo, plenos de emoción y gestualidad más o menos natural y espontánea, acompañados por espléndidos secundarios como Thomas Gomez (el propietario del circo) o Katy Jurado (domadora de caballos enamorada de Ribble), el problema del film es que no termina de conjungar adecuadamente sus distintos elementos, ni juntos ni por separado. El conjunto se ve lastrado por falta de incisión, de profundidad, de intensidad dramática, y se resiente de la inexistente química entre la chica y sus supuestos amantes.

En cuanto a la acción, la dirección de Reed carece de la fuerza y de la imaginación necesarios para explotar todas las posibilidades visuales de las acrobacias aéreas de los trapecistas: parece que el cineasta británico se ha limitado a escoger ángulos de cámara convencionales, aunque técnicamente meritorios (el plano cenital, el plano inferior, y el plano a la altura de los trapecistas), y a suplir los enfoques más arriesgados con los juegos de transparencias (lamentablemente encajados en las tomas generales) y con el obligado recurso a los especialistas que sustituyen a los actores, y a los que es necesario retratar a larga distancia o de espaldas para impedir la revelación al público del cambio de intérprete (en algún momento, no obstante, “canta” demasiado observar cómo un trapecista masculino salta a los brazos de Lancaster caracterizado con las exiguas ropas de Lollobrigida, una llamativa peluca y un maquillaje femenino que parece birlado a algún payaso). No todo es negativo en este apartado: la secuencia de apertura, la que narra el accidente de Ribble al ejecutar el triple salto y que ocasiona su retiro y su reciclaje en tramoyista del circo, encierra todo el dramatismo y el nervio de los que carecen las escenas posteriores; también, la toma exterior de la noche de París, cuando Tino intenta convencer a Ribble de que se unan para crear un nuevo número que contenga el triple salto, con las acrobacias de Tino en el andamio de una casa en restauración y el posterior “paseo” de ambos mientras hacen el pino, supone la mejor síntesis entre acción y drama interior de los personajes de toda la película.

En el otro plano, la relación a tres bandas, igualmente la historia carece de pulso, de intención de llegar a las últimas consecuencias. Lola aparece dibujada como una mujer ambiciosa y sin escrúpulos, que no vacila en amar y odiar, en mentir y manipular, para llegar donde quiere en el mundo del circo. Pero por eso mismo, cuando el guión pretende hacer creer que posee alguna clase de sentimientos auténticos, esto no llega a plasmarse con convicción y con la sensación de que en el personaje queda alguna base emocional para ello. Lo mismo, cuando Ribble utiliza el presunto amor de Lola para lograr separarla de su fingida relación con Tino y con ello expulsarla del número circense al que ha logrado unirse convenciendo al director del circo, tampoco llega a comprenderse la evolución del personaje en la atracción por una mujer que ha odiado durante casi todo el metraje. Los personajes hablan, pero no sienten, dicen lo que les mueve, pero no se ve. De modo que la conclusión, aparentemente feliz para todos, en la que cada uno parece que obtiene lo que ha estado buscando desde el principio (aunque caben ciertas dudas de que así sea) resulte un tanto artificiosa, postiza, falsa como las capas doradas de los trapecistas al salir a escena.

Por tanto, la voluntariosa entrega de los intérpretes, en especial de un Lancaster que se lo pasa en grande y que en 1956 era ya toda una estrella dramática alejada de sus primeros papeles como héroe de películas de acción, y la colorista fotografía de Robert Krasker, son los mayores alicientes para el visionado de un clásico al que le pesan los años.


Triple salto: Trapecio (Trapeze, Carol Reed, 1956)

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