Como cada verano, mientras series como House o Dexter descansan, True Blood aparece para refrescarnos, o más bien para caldearnos el ya de por si caluroso verano.
Como ya sabrá el seguidor de las dos temporadas anteriores, True Blood es una serie muy peculiar. Con una trama de lo más loca, con multitud de seres no-humanos, y una progresión algo burra que no se toma demasiado en serio a su misma. Precisamente eso es lo principal para disfrutar esta serie que aunque en los premios está en la categoría de drama, yo la pondría en comedia con mucha mala leche.
Vamos a la tercera temporada. A partir de ahora habrá SPOILERS, así que si no has acabado la tercera temporada ni sigas leyendo.
El final de la segunda temporada fue de lo más sorprendentes. Bill secuestrado cuando parecía que solo faltaba decir “fueron felices y comieron perdices”. . En esta tercera temporada se exploran las jerarquías vampíricas, la relación vampiro-hombre lobo, el misterio de los poderes de Sookie y su naturaleza, el pasado de Eric Northman y de Sam...
Después de los tres primeros capítulos para situar al espectador y p
resentar a los nuevos personajes la cosa pintaba muy bien: Nuevos vampiros a cada cual más locos (Franklin, Russell Edgington, rey de Mississippi, o Talbot pareja de este último), aparecen hombres lobos buenos y malos; y todo se complica dejando a la serie en un punto con muchas tramas y todas ellas bastante interesantes. Como la mayoría de series, la temporada tiene un bajón que solo remontará en los últimos 4 capítulos. Esta temporada destaca la trama vampírica mucho más bien escrita y más lógica que nos abre puertas que hasta ahora estaban cerradas o muy lejos de la trama principal. El problema, o lo que hace que esta temporada no sea una GRAN temporada es que las tramas secundarias no enganchan tanto como en las temporadas anteriores. Aunque tienen un arranque prometedor se acaban quedando un poco en papel mojado: Sam su familia y el turbio pasado del jefe de Marlotte’s, Hoyt y sus dos chicas, Jason el sheriff y toda la trama de Hotshot, Arlene y su hijo, Lafayette y Jesús… No hay ninguna que aguante cara a cara con la trama principal, quizás la única que da emoción durante unos pocos capítulos es la de Franklin-Tara.Con permiso de Bills, Sookies y Erics, esta temporada es RUSSELL EDGINGTON. Rey de Mississippi, radical en sus ideas, poderoso, egoísta, vanidoso y egocéntrico. Allan Bell encuentra en este personaje un repulsivo, un filón poderosísimo gracias al carisma y a la impresionante interpretación de Denis O’Hare. James Frain se pone en la piel del vampiro Franklin Mott, un tipo misterioso, sádico, inocente y juguetón. A estos dos les acompañan los de siempre: Anna Paquin como Sookie, Stephen Moyer como Bill, Alexander Scarsgard como Eric Northman, Sam Trammell como Sam, Ryan Kwanten como Jason, Rutina Wesley como Tara… El peor con muchísima diferencia es Marshall Allan, el encargado de interpretar a Tommy Mickens. Ya sea por la actuación o por la evolución del personaje, resulta simplemente odioso. Además Joe Manganiello se une al reparto como Alcide un hombre-lobo que sube aun más la temperatura en los capítulos que aparece.
El capítulo final nos regala algunos detalles que si bien no son sorpresas, pues está todo previsible, se agradece el cambio de registro de Bill, su verdadera cara, lejos de ser ese gentleman que ya cansaba y la fidelidad de Eric a sus extraños principios. Además nos hemos reencontrado con Godric, un personaje que es la paz y la bondad personificada. Aunque también tiene trozos previsibles como la desaparición de Russell de la serie, una pena. Bell tendría que empezar a pensar en un “malo” que dure más de una temporada. Edgington tenía potencial para ser ese personaje. En fin, si Eric ha podido salir, yo tengo la esperanza de que aunque Russell estaba chamuscado y débil también haya podido salir.
¿Es esta la mejor temporada? Posiblemente. True Blood se está convirtiendo en una de esas series que mejora temporada a temporada. Y lo que sí posee esta temporada de True Blood es el mejor final de un capítulo con un ya célebre monologo de Russell que pasará a la memoria del seriéfilo.
A esperar un año.
Nota: 7’5/10