Ocho episodios más tarde, True Detective ha cerrado sus puertas, y esperemos que con más de un candado y que hayan tirado la llave bien lejos, o si les es más fácil que analicen todo lo que ha fallado en esta. Los sentimientos encontrados han sentenciado a esta nueva tanda de la ficción “de culto” más precoz de los últimos años. Pero desgraciadamente para HBO, los espectadores, los actores y quien tenga que encargarse de programar los episodios en la cadena de pago, esos sentimientos son negativos en su mayoría. El aburrimiento, el desconcierto, el desinterés y la sensación de estar siendo engañado han predominado durante ocho horas y media que no estaría mal que nos fueran devueltas o remuneradas con una camiseta (de otra serie).
CUIDADO, ¡SPOILERS!
He esperado pacientemente a que ocurriera algo interesante que diera un vuelco a la temporada y no ha sido así. Por muy bueno que hubiera sido este capítulo final, la sensación general habría sido de descontento, pero ni siquiera han conseguido ponerle una simple guinda a un pastel mal cocinado desde el comienzo. Los dos objetivos principales de este episodio eran resolver el caso sobre el que giraba la temporada y darle un final coherente a los personajes. La primera meta se cumple, obviamente, aunque el sentimiento de haber sido estafado no se puede evitar, ya que todo el confuso enredo en el que se ha convertido la temporada trata de ser explicado en medio capítulo, lo cual no tiene demasiado sentido teniendo en cuenta que han desaprovechado casi siete horas para ello. Es cierto que en el anterior episodio se progresaba bastante en la resolución del caso, pero aquí se trata de avanzar a marchas forzadas, en un sinsentido de episodio en el que se pasa de una investigación policial a un atraco a una mafia rusa como excusa para extender más la trama y llevar a un final que no sea agradable para los personajes.
En cuanto al segundo objetivo, el hecho de que los personajes hayan parecido de cartón piedra durante toda la temporada dejaba claro que su final iba a interesar tan poco como su desarrollo, pero Pizzolatto consigue ridiculizarles un poco más. El guionista logra la hazaña de hacer sufrir más a sus personajes en su desenlace que al espectador, algo que parecía complicado. El más afortunado ha sido Taylor Kitsch, del que ya se deshicieron en el anterior episodio para no tener que cargar con otro personaje insustancial durante el último capítulo. Si repasamos uno a uno el final de los otros tres protagonistas, la única que se salva del ridículo –aunque no su pelo- es Ani Bezzerides. El personaje interpretado por Rachel McAdams es el único que sobrevive, junto a la mujer de Semyon, y se va a Venezuela para que no acaben con su vida. Ese final es salvable, aunque algún tertuliano de televisión no lo recibirá con agrado. Lo que menos convence de su resolución es que se nos muestre a las dos mujeres como figuras implacables, pero a la vez todavía tiene que haber un hombre que las proteja. Mientras que Velcoro y Semyon son asesinados, cada uno en una situación que hace que esos personajes pierdan aún más el poco respeto que se les podía tener. Velcoro muere porque no tiene cobertura para mandarle un mensaje a su hijo, el cual es incapaz de levantarse al ver a su padre al otro lado de la valla del colegio. Mientras que Semyon es acuchillado en el desierto tras negarse a dar su traje. El mafioso interpretado por Vince Vaughn tiene un paseo metafísico por ese páramo en el que vamos conociendo su pasado a través de alucinaciones, pero ¿de verdad sirve de algo tratar de explicar el bagaje de un personaje en el último momento?
Tras maltratar a sus personajes un poco más y tratar de introducir algo de acción para hacer más llevadero este final, Pizzolatto ha remarcado la falta de personalidad de esta temporada. En la que se ha combinado la presencia de directores de cine de acción que se querían poner reflexivos, como Justin Lin, con directores de cine indie que querían demostrar que también saben de acción, como John Crowley. Pero tratar de unificar la visión del director de Fast and Furious con el de la fantástica Boy A no ha sido precisamente una buena idea, y ha quedado muy lejos del nivel alcanzado por Cary Fukunaga en la primera temporada, en la que se percibía un resultado que funcionaba como algo único. En cambio, en esta temporada el resultado ha sido mucho más insatisfactorio. Las relaciones homosexuales y heterosexuales y los personajes femeninos y masculinos han sido tratados de la misma manera plana, sexualmente difusa y con unos sermones introspectivos que no encajaban con la bidimensionalidad de los individuos que los protagonizaban. En definitiva, durante esta temporada, True Detective no ha sido la serie que nos merecíamos.