Revista Cine
two for the road: ¿realidad o ficción?
Publicado el 01 febrero 2013 por Enriquestenreiro @soyconfesoMe voy a un cineforum a ver Two for the road, así que, como tenía que hacer los deberes, rescato esta entrada que publiqué hace mucho tiempo. Espero que me sepáis perdonar.
Tras el estreno de Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961), Audrey Hepburn se convirtió en un icono global. El cuidadoso trabajo de la maquinaria hollywoodiense para estirar y mantener el encanto de aquella niña de Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953), había dado sus frutos, incluso, cuando Audrey interpretaba a una prostituta neoyorkina. Sus compañeros protagonistas (todos ellos, por lo general, mayores que ella), el manido papel de encantadora joven rendida ante los encantos de intachables y apuestos hombres, y las películas edulcoradas de los años 50, habían convertido a Hepburn en una actriz experta en interpretar mujeres asexuales, carentes de picardía, dulces... y perfectas para el gran público. ¡Incluso Holly Golightly parece una virginal e inocente joven aún siendo una cortesana urbana a la que sólo mueve el dinero!
Casi al mismo tiempo que la historia de Capote, era estrenada La Calumnia (William Wyler, 1961), película comprometida y que -inexplicablemente- en muchas ocasiones pasa desapercibida en la filmografía de Hepburn y en la del maestro Wyler.
Justo después, comenzaría el periplo europeo de Audrey. En un intento por alejarse lo menos posible de su hijo Sean (recordemos que el matrimonio Hepburn/Ferrer tenía su residencia en Suiza), Hepburn comenzó a rodar la mayoría de películas en Europa, con la única excepción de My Fair Lady (George Cukor, 1964). Primero llegó Charada (Stanley Donen, 1963), junto a un reticente y temeroso Cary Grant. Después, Encuentro en París (Richard Quine, 1964), con William Holden como partenaire. A continuación, Cómo robar un millón (William Wyler, 1966), con un casi debutante Peter O´Toole. Y, por último, la que para mí es, yo confieso, la mejor interpretación de Audrey Hepburn: Dos en la carretera (Stanley Donen, 1967).
Abro un paréntesis.
(Todas estas películas, además de Desayuno con diamantes y excepto Dos en la carretera, tuvieron un denominador común que aunque parezca frívolo, resulta bastante importante a la hora de entender a Audrey como icono: Hubert de Givenchy. Audrey sabía que su estilo marcaba tendencia y controlaba al milímetro la imagen que quería proyectar con sus películas; analizaba minuciosamente todos los detalles de una producción y tenía libertad para, entre otras cosas, trabajar con su propio equipo de estilistas y fotógrafos. Entre ellos, como director de una gran orquesta, estaba Givenchy quien junto a Hepburn creó un tándem artístico que resultó muy beneficioso para ambos. Cierro paréntesis)
Pero volvamos a Two for the road.
El distanciamiento de Hollywood y el paso de los años tuvieron consecuencias: Audrey ya no interesaba en EE.UU. El estilo que la había encumbrado, su aspecto y la percepción que el público tenía de ella se estaban apagando. Estamos en 1966 y, en este momento, películas como ¿Quién teme a Virgia Wolf? marcaban la tendencia. Además, Audrey tenía 37 años y los gustos del público se decantaban hacia actrices más jóvenes. Sin ir más lejos, cuando Stanley Donen presentó el proyecto a la Universal, sus ejecutivos se mostraron dispuestos a financiar y distribuir la película hasta que salió a relucir el nombre de Audrey Hepburn. Afortunadamente, la 20th Century Fox no pensó lo mismo.
Audrey tampoco lo tenía muy claro. El guión de Frederick Raphael no tenía nada que ver con los papeles que había interpretado hasta la fecha, sin embargo, y paradojicamente, Joanna sí tenía mucho que ver con la Audrey Hepburn de esa época. La unión Ferrer/Hepburn era de todo menos idílica. Arrastraban desde hacía años un matrimonio anodino en donde Mel ejercía de agente-asesor-parásito. Además, Audrey tenía bastantes reservas a la hora de aceptar un papel que podía hundir todavía más su imagen en Estados Unidos. Mel fue el encargado de darle el empujón final: "Normalmente es Audrey quien decide lo que va a hacer, pero cuando leí el guión de ´Dos en la carretera´ le dije que lo aceptara sin dudarlo". Pero como apunta Donald Spoto, es probable que Mel quisiera comprobar si el nuevo público aceptaba a la "nueva" Audrey antes de producir su siguiente película, Sola en la oscuridad (Terence Young, 1967).
Finalmente, Audrey Hepburn se lanzó a la piscina. Como protagonista masculino no quería a alguien parecido a Holden, Grant, Bogart o Cooper. Prefería a un actor del momento y joven, como Peter O´Toole, por ejemplo, con el que se había llevado muy bien durante el rodaje de Cómo robar un millón, o Paul Newman, quien rechazó el papel. Hasta que alguien propuso a un nuevo intérprete con una sólida formación en teatro clásico y que acababa de consechar un gran éxito con Tom Jones (Tony Richardson, 1963): Albert Finney.
Un importante motivo de discusión entre Audrey y Donen fue la participación de Givenchy en el equipo creativo. Donen no lo quería, pues pretendía que Joanna fuera una mujer actual, de su tiempo (en las partes en las que la película transcurre en el presente) y no una pseudo-modelo maravillosa. Aunque Audrey protestó, Givenchy finalmente no participó en la cinta. Paco Rabanne y Mary Quant, dos de los mejores diseñadores del momento, fueron los elegidos para formar parte del equipo creativo. Si en una película el estilismo es importante en Dos en la carretera el trabajo de peluquería, maquillaje y vestuario era fundamental.
Dos en la carretera nos adentra en la vida de una pareja a lo largo de 12 años, desde que se conocen hasta que se convierten en un matrimonio repleto de ambigüedades. La carretera actúa como un tercer indiscutible protagonista, con sus curvas y giros inesperados, como en cualquier relación, y sirve como nexo de unión para una cronología no estricta, en donde los monólogos internos y los saltos temporales son fundamentales a la hora de condensar más de una década de relación. Los estilismos, los coches y las carreteras son los encargados de evitar que el espectador se pierda entre las vivencias de la pareja.
El trabajo de Hepburn, pero también de Finney, fue inmejorable. La dificultad radicaba en hacer creible una mujer que a lo largo de 12 años va adaptándose a las circunstancias de una relación. De joven pizpireta pasaba a joven reflexiva. De joven reflexiva a compañera perfecta. De compañera perfecta a feliz esposa. Y de feliz esposa a madre/esposa capaz de asumir las debilidades de su matrimonio e, incluso, el adulterio. Para dar credibilidad al personaje, Audrey iba modulando su voz en función de la época en la que transcurría la historia. Toda esta transformación se ve acrecentada gracias al equipo de estilistas, maquilladores, peluqueros y fotógrafos, que lograron hacer más creible, si cabe, la interpretación y, por qué no decirlo, terminar de consagrar a Hepburn como icono. Los estilismos que Joanna luce en el presente son, sencillamente, geniales.
Y todo ello aderezado con la música de Mancini.
No podemos restarle importancia al complejo y perfecto montaje de la película ni, por supuesto, al guión de Raphael, salpicado de sarcasmo y realidad viscerales pero, sobre todo, retrato agridulce de una relación. Y ese color que tiene la película, nostálgico, como una fotografía guardada durante años en un cajón.
Pero mientras se rodaba Dos en la carretera, ¿qué ocurría en la vida real? Hepburn y Finney se enamoraban. Pese al distanciamiento inicial hacia el resto del equipo que mostró la actriz (probablemente para ocultar la relación) el rodaje terminaba con una Hepburn repleta de energía, cercana y accesible. Feliz. Todo parecía ser fácil. Finney estaba divorciado y ella, sencillamente, estaba evadiéndose de la cruda realidad de su matrimonio. La noticia saltó a la prensa y provocó que Mel Ferrer la amenazara con presentar una demanda de divorcio si no terminaba con aquella relación. Hubiera sido una oportunidad de oro para Hepburn pero temía que en el juicio fuera declarada madre no apta y perdiera su papel más importante, el de madre. Aunque Mel no había sido un santo durante el matrimonio, que la infidelidad fuera pública era algo por lo que no estaba dispuesto a pasar. El matrimonio continuó con un nuevo parche hasta que años después terminó definitivamente.
Por su parte Albert Finney ha demostrado hasta el día de hoy ser todo un caballero, y antes y después fue todo discreción. En una ocasión sólo dijo que su relación con Audrey había sido "una de las más íntimas".
¿Realidad o ficción? Quizás, el paralelismo entre película y vida real ayudó a Audrey a hacer una interpretación magistral. Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que estamos ante uno de los mejores trabajos de la actriz y que en EE.UU no gustó nadita. Lamentablemente, los resultados en taquilla no fueron los esperados, quizás porque para el público norteamericano el film fue considerado experimental (por su estructura no lineal) o demasiado europeo. Sólo consiguió una nominación a mejor guión original. Aquí, por el contrario, fuimos lo suficientemente inteligentes para concederle la Concha de Oro en el Festival de San Sebastian de 1967.