Revista Cultura y Ocio

Un año más

Publicado el 31 diciembre 2011 por Diebelz

Cómo cambiar el mundo sin soñar, sin amar, sin desviar el rumbo lejos de lo habitual,a riesgo de perderse, qué más da...

Se preguntaba el autor de Sinfonía de las horas, el ovillo de sensaciones, el filósofo y cantante Julio Bustamante. No hay respuesta para esta pregunta retórica que custodia el ánimo rebelde frente a estas lúgubres calles, clavel que aflora tras sembrar aquella ontología subyacente en una frase esculpida por Horacio: carpe diem quam minimum credula postero. Pero más allá de querer aprovechar el presente y desconfiar en el mañana, de sentir intensamente ese vino fuerte del olvidado y gran poeta Cavafis, me aferro a ese fierro encendido, cantado con la serena dulzura propia de un indignado. ¿Se puede vivir sin amar, sin soñar? Y más allá, ¿es posible cambiar el mundo sembrando estos nobles sentimientos?  Dentro del calendario preestablecido desde tiempos pretéritos, los 365 pulsaciones del año se me fueron deshojando en la leyenda del tiempo ayeado en verso por Federico García Lorca. Viví intensamente, naciendo y muriéndome durante doce meses, latiendo sortilegios insospechables, crujiendo noches de temores al borde del abismo, gesticulando toda una gama  multicolor que abriga los sentimientos humanos.   Y, sinceramente, hubo un momento donde sentí una metamorfosis, un derrocamiento como lo padeció la plaza de Tahrir. Pensé que podría prolongar ese cansancio nerudiano que padecen a veces los seres humanos para toda la vida. Pero el destino -en el cual creo por fuerza de atestiguar su existencia-, que surge a veces por accidente, me volvió a susurrar que hay que soñar y amar si queremos que Mafalda pueda un día de estos levantar a su globo terráqueo de la cama.  Habrá temores, muertes, insultos, despedidas, abyectas atrocidades, gritos, espectros noctívagos, pesadillas, enfermedades que continuarán, inalterablemente, carcomiendo este mundo. Pero también existirán un surtido de gracejos, chistes, descubrimientos asombrosos, racimos de canciones, bombardeos de confettis, abrazos, caricias, defensas de la dignidad tan elocuentes como un "No pasarán" y sonrisas, milagros, cuentos que terminen en un edulcorado pero también anhelado "y comieron perdices y vivieron felices" para combatir los anteriores miedos que surgirán de la caja de Pandora. Un año que se desinfla, otro que se infla. Esta noche, que es una noche más, los deseos de millones de personas se desprenden de ellos, comienzan a levitar, se elevan por nuestras casas. Y tan solo espero que esas sondas no se pierdan más allá, en el espacio exterior. Que permanezcan aquí, adheridas a nuestras suelas, tatuadas en la mirada, cosidas al desierto de nuestras lenguas parlanchinas. Que, como cantaba Mecano, a ver si espabilamos los que estamos vivos y el año que viene nos reímos.




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