Revista Opinión
Un barón nazi, el procónsul del Imperio y un puñado de piratas
Publicado el 09 diciembre 2010 por JoaquimEste cuadro que contemplan, una maravilla del impresionismo francés, lo pintó Camille Pissarro a finales del siglo XIX. Se llama La calle Saint-Honoré después del mediodía. Efecto de lluvia, y se exhibe en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.
El cuadro fue robado por los nazis a una familia judía alemana. ¿Qué cómo llegó a manos de la familia Thyssen?. Si van ustedes a Berlín y visitan el Museo de Historia de Alemania lo adivinarán rápidamente. En la sala dedicada al ascenso del nazismo de ese museo, verán la portada de un diario alemán de comienzos de los años 30: un fotomontaje en el que se ve al barón Thyssen manejando los hilos de un títere, que es Adolf Hitler. "El patrón y su marioneta", titularon entonces.
Así que no es extraño pues que los Thyssen entraran en posesión de multitud de obras de arte y otros bienes robados por el nazismo triunfante. Uno de ellos, el de Pissarro, ha terminado expuesto en Madrid, en el museo Thyssen-Bornemisza. No es el único ni mucho menos, al decir de descendientes de familias expoliadas y de expertos en arte.
Todo esto viene a cuento de que gracias a los papeles del Departamento de Estado publicados por Wikileaks, acabamos de descubrir que las autoridades norteamericanas propusieron al Gobierno español en 2007 cambiar el Pissarro por el tesoro de un galeón español saqueado por ciudadanos estadounidenses, cuya empresa especializada en robos de pecios les sonará de inmediato: Odyssey. Fue el embajador Aguirre quien le propuso al entonces ministro de Cultura, César Antonio Molina, el canje, o si se quiere, el apaño.
Como ven, la cosa va de piratas. Una mujer de origen judío compra su billete a la libertad y la vida malvendiendo un cuadro que poseía su familia, entregado a precio de saldo a un marchante encargado por los nazis para ese tipo de operaciones; décadas más tarde un grupo de delincuentes norteamericanos roban objetos valiosos contenidos en el pecio de un galeón español hundido por piratas ingleses frente a las costas de Portugal; un embajador norteamericano que se cree un procónsul del Imperio Romano en Hispania tiene a bien ofrecer al Estado español un "intercambio" de objetos artísticos, en teoría en manos privadas. Por suerte Molina dijo no.
Para redondear el embrollo granujiento, sólo falta que Hugo Chávez reclame a continuación que si alguna vez el Estado español recupera el tesoro reflotado por los corsarios yankis le sea entregado para que él lo administre y se lo gaste en missiles/chatarra rusos, en nombre eso sí de los pueblos indígenas americanos a los que presuntamente (o no tan presuntamente) se les habría arrebatado durante la Colonia.
Ya ven en qué manos está el mundo entero, y no sólo la política o los negocios: también el arte y la cultura son al parecer cosa de ladrones y piratas.