Una constante de los emigrados filipinos en España era la idea que tenían de que necesitaban un periódico para difundir sus puntos de vista. Otra constante era la regularidad con la que quebraban sus aventuras editoriales.
Muerto “Los Dos Mundos”, en marzo de 1887 lanzaron el semanario “España en Filipinas”. A López Jaena sus compatriotas ya le tenían calado y no le quisieron nombrar director de la publicación. Temían su temperamento y la fama de radical que se había ganado. López Jaena se revolvió contra “España en Filipinas” y la tachó de pueril, falta de energía, servil y aduladora. Diría que lo hizo porque no compartía su línea moderada. Sí, por eso, y porque le picaba que no le hubieran nombrado director.
En 1889 los filipinos en España fundaron una asociación que se haría famosa, “La Solidaridad”. López Jaena fue su vicepresidente. Aunque despertaba recelos entre muchos de los emigrados, le necesitaban por la brillantez de su pluma y los contactos que tenía con los republicanos españoles. Para entonces, López Jaena había acentuado su frailofobia, lo que le convertía en ocasiones en uno de esos aliados que uno querría ver en el campo enemigo, porque causan más destrozos en el campo propio. Así, por esas fechas, López Jaena afirmó que los funcionarios y los frailes en Filipinas habían “oprimido, degradado, condenado y atormentado” las islas y que si se expulsaba a los frailes Filipinas se convertiría en “el paraíso de la humanidad en la Tierra.” Estas diatribas sirvieron para que los enemigos de los emigrados les acusasen de separatistas y de abogar por la expulsión de los frailes, pretendiendo que lo hacían para el mejor gobierno de las islas, como un primer paso en su campaña independentista.
Una muestra de lo mucho que valoraban sus compatriotas sus habilidades literarias es que a finales de 1888 Antonio Luna estuvo intentando allegar fondos para mantener a López Jaena y que pudiera dedicarse a estudiar y a escribir. Pero sus compatriotas no eran tontos: a comienzos de 1889 uno de ellos escribió a Rizal que había puesto en depósito 25 pesetas enviadas a López Jaena para que nos las derrochase y comentó: “conoces el carácter derrochador de este infeliz paisano nuestro.”
En febrero de 1889 apareció “La Solidaridad”, la publicación de los filipinos en España que tendría más influencia y duraría más tiempo. López Jaena participó en la revista desde el primer número con artículos generalmente centrados en la política española. Aunque López Jaena era el editor, poco a poco fue Marcelo H. Del Pilar quien fue haciéndose con la administración de la revista e incluso el número de artículos escritos por él empezó a superar el de los de López Jaena.
El trabajo continuado era más de lo que el bueno de López Jaena podía resistir. Cada día se volvía más bohemio y menos serio. José Alejandrino ha dejado el siguiente testimonio sobre la manera de trabajar de López Jaena: “… para forzarle a que escribiera, la mayor parte del tiempo tenían literalmente que hacer que se muriera de hambre. Tenía la costumbre de ir a un café al levantarse y quedarse allí en tanto tuviera dinero para gastar o en tanto hubiera alguien con dinero para pagar por él. Tenían que buscarle allí y prometerle que pagarían sus gastos a condición de que escribiera sus artículos. Entre vasos y vasos de bebida, le ponían cuartillas de papel que rellenaba con una facilidad sorprendente. De esta manera se escribieron muchos de los artículos que contribuyeron a encender el espíritu de nuestra generación que llevó a cabo la revolución.” Una consecuencia de este método de trabajo es que sus artículos carecían de profundidad y abundaban en datos inexactos, algo que a López Jaena le traía al fresco. En cierta ocasión en la que sus compatriotas le echaron en cara que durante una conferencia había incurrido en varias notorias inexactitudes. Su respuesta fue: “Si lo que dije no era verdad, ninguno de los presentes podría refutarme porque son tan ignorantes sobre ese tema como lo soy yo.”
López Jaena era poco de fiar. En su vida había dos objetivos claros: la bebida y alimentar su ego. Más allá de eso era bastante veleta y le faltaba constancia. Apenas se había comprometido con “La Solidaridad” y ya en el verano de 1889 andaba haciendo planes para marcharse a Cuba. Es un episodio sobre el que he leído cosas contradictorias. Parece que se le había ofrecido la dirección de un periódico y parece que el Ministerio de Ultramar le había concedido pasaje gratuito. López Jaena ya andaba pasando el sombrero entre los filipinos en España para que le costeasen el traslado y rechazando las intimaciones de Rizal de que se dejase de tonterías, que era en Filipinas donde se le necesitaba. El proyecto quedó en nada sin que sepamos bien las razones. Puede que influyese el cambio de Ministro de Ultramar por aquellas fechas o puede que fuese que López Jaena cambiase de opinión. Es posible que en ese cambio de opinión jugase el hecho de que cada vez estaba más metido en la política española. Ese octubre un partido republicano le presentó como candidato a Cortes por Barcelona. El siempre descarado López Jaena intentó que los filipinos contribuyesen a su candidatura. En una carta que le escribió el 30 de octubre a Rizal le dice: “Mi ambición personal es llegar a ser diputado y en las circunstancias actuales puedo tener éxito, si los filipinos me ayudan.” Lástima que un poco más adelante diga que piensa que en lo relativo a las reformas en Filipinas, no se puede esperar nada de España. Si es así, ¿por qué deberían los filipinos ayudarle a entrar en unas Cortes de las que no cabía esperar nada?
Esa carta es ingénua si la comparamos con la desvergüenza de otra también a Rizal en la que se explica sin ambages: “Ciertamente, si quiero convertirme en diputado en España, es para satisfacer mi ambición personal, nada más. No clamo que vaya a dar derechos y libertades a Filipinas. Deberá ganárselos con su sangre (…) Si quiero convertirme en diputado, es con el objeto de poder decir con orgullo que un filipino ha sido elegido por los mismos kastilas [apelativo que se da en Filipinas a los españoles] en un distrito español. Ésta es mi ambición personal, puramente personal. Por eso deseo que urjas a los filipinos de allá que me ayuden de alguna manera, a ver si puedo lograr convertirme en diputado y decir con orgullo a mis enemigos envidiosos que el tiempo que he pasado en España no ha sido en vano, que no fui un derrochador ni un disoluto, como han difundido, sino un hombre que ha ganado por su propio esfuerzo el puesto que ocuparé, si tengo la buena fortuna, en las Cortes.”
Aunque en los meses siguientes dedicó más esfuerzos a labrarse un futuro político en España y a escribir para periódicos españoles republicanos como “La Publicidad” y “El País”, siguió despertando la simpatía de sus compatriotas. En junio de 1891 el Comité de Propaganda le mandó a Filipinas a recaudar fondos. La administración colonial había acentuado su represión sobre los elementos autonomistas y separatistas y el flujo de fondos hacia la emigración filipina en España se había secado. López Jaena entró en el país con el alias de Diego Laura. Pasó cuatro días en Manila, aterrorizado continuamente con la idea de que la policía le estaba siguiendo. Disfrazado de marinero, escapó en un barco que iba a Hong Kong y de allí regresó a Barcelona. Lo gracioso es que esta falta de valor y de entereza venía de un hombre que había criticado a quienes “no saben cómo sacrificarse por sus ideales y luchar por ellos” y que escribió un dos años después de su vergonzosa huída de Manila: “Mientras los filipinos estén muertos de miedo en presencia de los frailes, no irán a ninguna parte con o sin la masonería.”
1891 fue un año clave tanto para “La Solidaridad” como para López Jaena. El dinero que llegaba de Manila empezó a escasear. La política más restrictiva de las autoridades españolas dificultó enormemente la distribución de la revista en las islas. Y para colmo se produjo la ruptura entre los dos grandes impulsores de “La Solidaridad”, Rizal y Del Pilar. López Jaena, afectado ya por su efímera experiencia manileña, siguió colaborando unos meses más en “La Solidaridad”, pero, cuando vio que no le pagaban el dinero prometido, se desentendió de la publicación y de la causa filipina y se centró más en lo que era su verdadero interés: la política española.
Sus últimos años, desligado ya de la causa filipina, fueron patéticos. Por piedad el alcalde de Madrid le otorgó un carguito para que pudiera subsistir, pero no fue capaz de conservarlo. Creó en Barcelona “El látigo nacional”, una publicación radical centrada en la vida política española que tuvo una vida breve. Murió en 1896, a los cuarenta años, en la más absoluta miseria, de tuberculosis.