Revista Cultura y Ocio

Un capítulo de "Historias que no son cuentos". Sobre los conceptos de crisis y decadencia

Por Cayetano
Genserico saqueando Roma (Karl Briullov) En Wikipedia Se dice: el mundo está en decadencia, Europa sufre una grave crisis económica y financiera. ¿Es lo mismo crisis que decadencia? ¿Son dos caras de una misma moneda?  Sobre el concepto “decadencia” no falta quien señala su carácter equívoco, ya que no siempre ha significado lo mismo. Aparte de las connotaciones de tipo económico o de fin de ciclo, puede llevarnos a interpretaciones de tipo cultural o moral. La decadencia  como “cierta complacencia por todo lo refinado  que albergaron las culturas antiguas” (1), o la decadencia como fin del protagonismo o de la hegemonía histórica o también el fin de una era. En términos sociológicos hablaríamos de un “colapso societal o societario”. Para Spengler (2) todas las culturas de la historia pasan por cuatro etapas, un ciclo vital semejante al de los seres vivos: juventud, crecimiento, florecimiento o madurez y decadencia. Según este autor, la civilización occidental estaría ahora en su etapa final. La única objeción a esta teoría, además de su esquematismo, es que se escribió durante el desarrollo de la Primera Guerra Mundial. Y ya casi ha pasado un siglo desde entonces. Decadencia para algunos tiene connotaciones morales, aludiendo a ciertos comportamientos, como por ejemplo el paganismo, el alejamiento de los cánones religiosos. Un concepto subjetivo que equipara pecado o pérdida de valores, considerados los apropiados, con el término “decadencia”. Desde esta perspectiva religiosa integrista, las civilizaciones entran en decadencia cuando se “abandonan” en mano de los placeres mundanos y se alejan de la ortodoxia y del rigor cristiano. Muy apropiada esta consideración para la crisis del Bajo Imperio Romano. Gibbon(3)  arremete contra  los cristianos de aquel tiempo porque en sus ataques al paganismo no hacen otra cosa que intentar echar por tierra todos los avances humanistas que Roma había conseguido reunir en los últimos siglos. Negando la primacía de los valores ciudadanos a favor de los valores del alma y del mundo ultraterrenal, se aislaron en su mundo autista y, en el peor de los casos, combatieron cuando pudieron –a partir del siglo IV- ferozmente los brotes paganos, con la misma contundencia o aún mayor con la que fueron ellos en su día perseguidos. Y al arremeter contra los valores mundanos abrieron la puerta moralmente a los invasores bárbaros. El cristianismo, según él,  fue culpable de la pérdida de valores cívicos romanos: “El clero predicó con éxito doctrinas que ensalzaban la paciencia y la pusilanimidad; las antiguas virtudes activas de la sociedad fueron desalentadas; los últimos restos del espíritu militar fueron enterrados en los claustros: una gran proporción de los caudales públicos y privados se consagraron a las engañosas demandas de caridad y devoción.” (Cap. 39)
Carlo Mario Cipolla (4) dice que no tienen por qué ir a la par crisis económica y decadencia política. Pone como ejemplo el caso español del Imperio de los Austrias en el siglo XVII. Señala que España frenó su crisis en las últimas décadas de la centuria; sin embargo la decadencia del imperio continuó hasta derrumbarse del todo en el siglo XIX. Según este autor, se podría hablar de una teoría general aplicable a los distintos tipos de decadencia económica. De este modo podría hablarse de - Gastos enormes de defensa para el mantenimiento del status territorial. En épocas de crecimiento económico, los grupos religiosos fanáticos pueden detraer importantes cantidades de esta partida para destinarlo a su culto, a sus monumentos, a sus templos. Y como señalaría Gibbon, ello iría a largo plazo en detrimento de los gastos destinados a defensa. Política creciente de impuestos. La presión fiscal siempre en aumento debido a esos gastos. De ello sabían bastante los pecheros castellanos, agobiados por esa política impositiva. Lo que se traduce en una Reducción del consumo. La demanda de productos podría mantenerse por debajo de la producción de bienes dada la reducción del poder adquisitivo de los consumidores. Resistencia al cambio. Desconfianza hacia lo que viene de fuera. Las instituciones existentes refuerzan esa oposición a todo lo que proviene del exterior. Ello explica por ejemplo por qué España, donde la Iglesia tenía un gran poder,  perdió el tren de la modernidad europea. Obstáculos culturales y psicológicos.  Efectos perniciosos de una larga etapa de bienestar prolongado. Los que construyeron con su esfuerzo la etapa de bienestar van desapareciendo y dejando paso a las nuevas generaciones, habituadas a vivir permanentemente una situación de bonanza que consideran merecida y “natural”.  Puede que no estén preparados psicológicamente para mantener lo que otros construyeron.

Según los partidarios de la teoría del colapso, los derrumbes son inevitables, formarían parte de un ciclo, como la vida: las sociedades crecen, se desarrollan, se hacen más complejas y sucumben víctimas de sus propias dificultades por seguir creciendo y manteniendo sus estructuras. Es lo más parecido a una metástasis: el crecimiento continuo es lo que lleva al colapso. Lo ideal en los imperios y en las sociedades avanzadas actuales sería saber detenerse a tiempo, conformarse con lo conseguido y defenderlo; pero eso no ocurre. ________________ (1) Crisis del siglo III y el fin del mundo antiguo, José Fernández Ubiña.  Madrid Akal 1981 (2) La decadencia de occidente, Oswald Spengler. Espasa Calpe. Madrid, 1966.  (3) Historia de la decadencia y caída del Imperio romanoEdward Gibbon.Turner. Madrid, 1984 (4) La decadencia económica de los imperios, Carlo M. Cipolla. Madrid, Alianza 1973

Esta entrada es un adelanto en exclusiva para mis lectores de un capítulo de mi libro "Historias que no son cuentos".

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