Originalmente publicado en NEVILLE: Pop-Brut: Daniel Johnston y los demonios
*I’ve been dead for so long cantaba con entusiasmo Daniel Johnston en aquel fantástico Fear Yourself que le produjo Mark Linkous en 2003. En realidad Johnston sólo ha estado vivo intermitentemente, como chispazos de corriente alterna. Su cabeza funciona entre parpadeos. Hoy, con 51 años, vive en Austin y gira por el mundo agarrado a un patetismo de niño grande que unas veces acongoja y otras conmueve.
Dos años después, el documentalista Jeff Feuerzeig recuperaba la figura del músico a través del documental The Devil and Daniel Johnston. Una pieza de montaje y manipulación del material soberbia, que hace uso tanto de la presencia como de la ausencia de Daniel, llegando ambas a conversar en virtud del tratamiento cinematográfico que mezcla tiempos y testimonio. Una recreación de su historia en primera persona lograda gracias a las ingentes cantidades de material registrado, grabaciones, cortos, actuaciones, mediante las cual el músico y dibujante ha documentado su existencia. Diarios mezcla de narcisismo y necesidad. Certificaciones de su presencia en el mundo hechas para sí mismo. (+)
(…)La voz de Daniel entonces es aguda, temblorosa y se te mete dentro. No sabe tocar y no sabe cantar, pero se te mete dentro. Dentro de su cabeza suena como los Beatles. Es Pop Brut. El arte de los locos. Entonces todo el mundo quería a Daniel, aunque ninguno sabía que hacer con él.
Más adelante, en el documental, con el músico sometido ya a diversos tratamientos que abandona una y otra vez, vemos como viaja a Nueva York invitado por los Sonic Youth para grabar allí, producido por Jad Fair de los influyentes Half Japanese, el que será su fundamental 1990. Durante un concierto en una tienda para el underground neoyorkino en pleno a Daniel se le vuelve a salir el cerebro, como él mismo cantaba en I had lost my mind («Mira, tengo esta pequeña ranura en mi cabeza/ Se abre lentamente y mi cerebro se desparrama fuera/ esparciéndose por la acera y yo ni me doy cuenta»). Comienza a delirar y llorar, soltando un discurso religioso y cantando himnos mientras le pide al público que le acompañe. Todos aquellos tipos allí sentados se piensan que están viendo una performance de Andy Kaufman, pero aquello es real. La grabación es impúdica, brutal, grotesca; no por Daniel, que está fuera de sí y del mundo, sino por sus acompañantes y admiradores. No saben que el terror ha sustituido a la comedia, si es que ésta ha estado allí alguna vez. (+)
(…) “Al final, el amor verdadero te encontrará / Porque el amor verdadero está también está buscando/ Pero cómo va a reconocerte / sino das un paso hacía al luz” Un optimismo así, cantado con voz desafinada y su guitarra rota y su mente rota puede engañar a cualquiera. Johnston se ha convertido en una figura de culto aunque como dice durante el documental Kathy McCarthy, vieja amiga de la escena de Austin, lo que le pasa a Daniel no tiene nada de angelical, ni puro, ni infantil, ni inocente, es como un hombre que tuviese el terror en el centro de la cabeza, como un clavo oxidado. Pero en gran medida ha logrado el sueño del adolescente inadaptado que nunca dejó de ser: es famoso, ha triunfado y todo el mundo le quiere. (leer completo)*