-No te puedes poner ese abrigo, me dice House, está asqueroso.
House no se anda con eufemismos, pero reconozco que no le falta razón: mi pobre abrigo de peluche blanco parece gris (incluso negro por zonas). Sé que un abrigo blanco, alegaré que en realidad no es un blanco puro sino un blanco roto, no sé si llamarlo crema o marfil, no es lo más práctico del mundo, pero lo vi y me enamoró; era tan bonito y suave que no pude resistirme a comprarlo. Es de las pocas cosas que he amortizado de sobra porque, además de precioso, es cómodo y calentito. Se convirtió en mi abrigo de diario. Por supuesto, después del trote del pasado invierno y del inicio de este, de un uso y abuso sin demasiados cuidados ni miramientos, el pobre pedía ir al tinte a gritos.
Decidí hacer caso tanto de House como de los gritos lastimosos de mi abrigo y llevarlo a la tintorería sin más demora. Sin embargo, el principio de las lluvias y una ola de frío polar me mantuvieron alejada de la calle y el abrigo se quedó conmigo en casa.
El comienzo de mis vacaciones podría haber sido el momento perfecto para llevar a cabo mis planes... si no los hubiese cambiado. Después de consultar internet (ese pozo de ciencia que parece tener respuesta a todas las dudas) decidí que ¿por qué no probar a lavarlo en casa? No debía de ser difícil, era cuestión de ponerlo en el programa delicado de la lavadora.
Nuestra lavadora tiene casi 20 años, el folleto de instrucciones se perdió hace tiempo y hay símbolos que no sé lo que significan (y ni siquiera internet ha sido capaz de darme la clave). Habitualmente se ocupa de ella la asistenta, pero esta vez no andaba cerca. Aún así, el programa de lana, con su ovillo dibujado, no planteaba muchas dudas. Metí el abrigo, un anorak (para aprovechar bien el ciclo) y un par de pelotas de tenis, para que las prendas se conservaran mullidas, puse el jabón en el cajetín y pulsé el botón de encendido.
Un programa delicado engaña, parece breve en la rueda, pero la longitud reducida del arco no significa que sea corto; es delicado porque los movimientos son lentos, mucho más lentos... Un par de horas después, al fin, oí el click del final y me dispuse a sacar las prendas para colgarlas. ¡Ay! ¿Cuál no sería mi sorpresa cuando vi que el tambor estaba lleno de espuma? Resulta que el programa delicado tarda más, pero necesita menos detergente. ¿Qué podía hacer? Por supuesto, consultar internet. La respuesta no fue otra que repetir el lavado (sin jabón) y añadir suavizante en el aclarado, (una cosa que he aprendido es que el suavizante ayuda a barrer la espuma).
Otro par de horas más tarde, saqué las prendas. Colgué el anorak en el baño mientras pensaba qué demonios hacer con el peluche que, después de dos lavados, más que un abrigo parecía el pellejo recién esquilado de una oveja a la intemperie. Aquello era una maraña de lana mojada. Agarré el secador y un cepillo de gatos (aclararé que no tenemos gato, el cepillo lo compré el año pasado, por recomendación de hermanísima, para su uso en el abrigo en cuestión) y me dispuse a peinarlo, eso sí, con aire frío en el secador porque con el calor las fibras sintéticas se derriten (esto ya lo había descubierto antes de leerlo en internet al poner en práctica otro truco: la manera rápida de esterilizar de gérmenes una bayeta (humedecerla y meterla dos minutos en el microondas); tonta de mí lo probé con una de mis bayetas desmaquillantes y no sé si tendría microbios después del proceso, lo que sí sé es que la microfibra, tan suave antes, casi como de terciopelo, no volvió a ser la misma).
Peiné el pelo en todos los sentidos mientras lo aireaba con el secador. Aquí el verbo secar resulta demasiado optimista incluso para mí, para aplicarlo el nivel de humedad de la prenda debe cambiar y eso no sucedió. Poco a poco el pelo recuperó un aspecto medio presentable, suficiente para devolverme mi optimismo y pensar que ese método podría funcionar. Comprobé que, a pesar de la mejoría, era preciso insistir. Cuando House llegó al mediodía del hospital me encontró descansando de aquella tarea y montando el jamonero (que acababan de traer de amazon) para darle una sorpresa. Supongo que habría logrado sorprenderle si hubiese contado con la llave adecuada para los tornillos, pero en nuestra caja de herramientas justo faltaba la del número necesario (es ley de Murphy) y tuve que ingeniármelas con una tenaza de manualidades (una de las herramientas más útiles que existen, sirve casi para todo, desde arreglar una ducha, hasta de porta para dar puntos). Toda orgullosa, mientras él terminaba con las labores de bricolaje, le enseñé mi abrigo. No me felicitó por mi trabajo, no, tan solo dijo: "Sigue sucio". "¡Oh, no!, protesté, es solo que aún está húmedo".