Hace algunas semanas te comentaba de mi esfuerzo por desintoxicar la casa. En el impulso de la iniciativa cada objeto de nuestro entorno fue revisado, considerado estrictamente por su funcionalidad y sentido para una casa de escasos metros en la que conviven tres personas. Sin duda no fue el trabajo de un par de días de locura sino un proceso de semanas en el cual muchos objetos que estaban guardados "por si..." encontraron mejor destino -en ocasiones otros dueños- que empolvarse en los rincones. Entre las pocas cosas que conservaron su calidad dudosa por algún tiempo, estaba este cuadro. Bueno, no el que se aprecia en la primera imagen sino éste que aparece en la fotografía siguiente escondido tras la mesa:
Cuadro reciclado y frugal.
Este cuadro es más que un objeto decorativo. Fue un regalo de alguien querido cuando compré mi casa. Sobrevivió a una mudanza. Me acompañó durante el año que viví en la casa de mi infancia. Sin embargo, el frío y la humedad del patio interior al cual lo había destinado -y que intenté rescatar solo con pintura- lo estropearon de forma considerable. Si resistió el escrutinio de la frugalidad fue por su valor emocional y porque consideré que reciclarlo era un proyecto viable para esas ansiedades desmesuradas que me compelen a proyectos DIY rápidos y de pocos materiales. Así que durante algunos días mantuvo su tranquila existencia en un rincón, hasta que una lata de pintura mate se hizo dueña y señora de la casa blanqueando todo a su paso. Por la brocha pasaron todas las puertas, una mesa ratona y cuando ya estaba casi vacía de pintura e intenciones me acordé de él... Todavía quedaba suficiente pintura para transformarlo, sin embargo, por un minuto me paralizó ese respeto sagrado que le tengo a los objetos en su estado original. Como comprenderás, lo superé. Cuando el incauto se creía libre del "lavado de cara", sucumbió a la iniciativa de reciclado impuesta por esta madre y su hijo empeñado en blanquear el universo. O darle nuevas utilidades a objetos descartados por el tiempo.
Cuando comencé a blanquearlo tenía claro lo que quería hacer: un proyecto de reciclado para decorar frugalmente y compartir con Camilo el espíritu de cuidado ambiental que roguemos conserve por mucho tiempo más. Tenía que ser un diseño sencillo, realizable con la motricidad fina de un niño de cinco años y de una zurda que está -año más, año menos- al mismo nivel. Además. debíamos adaptarnos a los colores de acrílico a disposición: blanco, negro, rojo y rosa. Claro que si me dejaban a mí, la transformación habría sido más neutra y ahora tendría un cuadro reciclado en blanco, negro y gris. Pero tengo un hijo que es una explosión de color y me anima a re-considerar mi tendencia monocromática. Si él es feliz con los tonos vibrantes y los brillos, puedo manejarlo.
Con ese espíritu elegí el más simple de los diseños, las rayas. Teniendo en cuenta dos pequeños detalles: que no tenía a mano cinta de enmascarar y que no se puede dilatar eternamente la paciencia de un niño que practica hermosamente el auto-control que le enseñan en Taekwon-do (¡gracias a todas las artes marciales!) pero en definitiva, tiene cinco años. Así que, a pintar...
Y a seguir pintando. Primero los colores más suaves, luego los más intensos y finalmente, las luces con el pincel blanco.
Cuando los padres nos equivocamos...
Fue divertido pero no exento de tropiezos. La actividad que pretendía ser lúdica puso en evidencia lo controladora que puedo llegar a ser... En medio de un entusiasmado arrebato de libre expresión de Camilo, cuando las rayas habían tomado forma de alegres manchones, grité impulsivamente: ¡Así no! Lo sé. Un horror. Y si hubieran visto los ojos de espanto de Camilo, peor. No pude evitarlo. Me disculpé de inmediato con el niño más afligido del mundo que tardó tres horas y una receta de galletitas en perdonarme. Como me sentiría de miserable que me dispuse a aceptar sus deseos de cocinar...
Estos son los momentos en los que tengo plena conciencia del peso de la educación recibida. Sin ánimo de justificarme, simplemente como anécdota, recuerdo que me rompían los deberes cuando no me quedaban "prolijos". Me pasé una vida argumentando contra las frustrantes consecuencias del perfeccionismo extremo...pero sigo siendo una perfeccionista. En el peor sentido de la palabra. Quizás, quiero consolarme con esto, la diferencia está en mi capacidad de recapacitar y pedir perdón. Sin embargo, sigue siendo un impulso. No puedo controlarlo de forma conciente. Supongo que por este rumbo irá la reflexión de Intensional el día de mañana, asumiendo la imperfección y postergando la publicación de un post que, obviamente, puede esperar.
El cuadro, finalmente, reciclado.
Después del error y su enmienda, el cuadro reciclado estuvo terminado para ser protagonista de su propia historia. Hoy llega al finde frugal de Colorín Colorado como es: imperfecto y con manchones. Distinto de lo que me había imaginado pero tan aleccionador que ni yo misma sospechaba lo que iba a entender mientras pensaba en reciclarlo.