Revista Diario

"Un escatológico refugio"

Por Julianotal @mundopario

Un escatológico refugioescatológico refugio
Un tema complejo, rodeado de motivos de fuerza mayor: es común escuchar por ahí que uno de los mayores puntos de conflicto existente entre las parejas que se encuentran conviviendo está relacionado al uso del baño por la mañana. Aunque, seguramente, ninguno habría llegado al extremo de tener que asistir al baño de la confitería que se encuentra al lado del edificio como en el caso de Marina Grisolia. Sin embargo, ella había aceptado las reglas de juego en el momento de haber querido irse a vivir con Leandro, pues le había advertido de su costumbre diaria de levantarse temprano y tomar posesión del baño durante horas debido a su afición a la lectura sentado en el inodoro.Lo más común hubiera sido que acuerden que ella, como era la que tenía que estar a las ocho de la mañana en el microcentro, fuera la que tenga el privilegio de ingresar primero al baño. Después de todo, no era una mujer que demorase tanto en él, sus necesidades de evacuación y de aseo generalmente no excedían los diez minutos. Pero algo difícil de explicar era la postura de Leandro que tenía la necesidad imperiosa de ser el primero, había sido complicado argumentarle a Marina que si no era él quien estrenaba el baño a la mañana ya nada sería igual porque si iba después de ella lo sentiría contaminado con su olor a perfume dulzón, junto al desodorante de ambiente que acostumbraba tirar antes de salir. Si consentía eso, ya no se sentiría dueño de su baño. Marina había intentado varias veces levantarse antes para ganarle de mano, aprovechando que él seguía durmiendo y de esta manera no sospechara de su “violación” contractual, pero nunca lo logró. Sorprendentemente, cuando ella atinaba lento y despacio levantar las sábanas y apoyar silenciosamente sus pies sobre el suelo para caminar descalza y en puntas de pie, él no le daba tiempo nunca. Cualquier intento era en vano, siempre era Leandro quien se levantaba como un resorte y tomaba un libro, un periódico o lo que sea para leer y encerrarse en el baño.Así fue cómo Marina se rindió, tomando la determinación de salir antes de su casa, desalineada y llevando en su bolso lo necesario para su aseo (cepillo de dientes, dentífrico, jabón, perfume y demás cosméticos) hasta el baño de la confitería pegada al edificio que, amablemente, el dueño le permitía acceder.Los fines de semana cuando no tenía que trabajar, varias veces Marina calculó el tiempo en que Leandro permanecía adentro del baño. Generalmente superaba la hora y media. Se lo imaginaba sentado en el inodoro, con los pantalones y su calzoncillo a la altura de los tobillos, leyendo placenteramente. Un día, no pudo evitar la curiosidad y apoyó su oído en la puerta del baño para saber efectivamente qué hacía: lograba percibir apenas el correr de las páginas, algún cigarrillo que encendía y escuchar cómo largaba el humo y, sólo segundos después, sentir el chorro de orín y los excrementos chapoteando dentro del inodoro. Finalmente, el libro que se apoyaba en el piso, sentir correr un trozo de papel separándose del rollo, el refriegue, el tire de la cadena para culminar con la lluvia del bidet.Un día, habiendo cobrado el aguinaldo, a Marina se le ocurrió comprarle un escritorio y un cómodo sillón. Pensaba que quizás el motivo era que no encontraba un lugar silencioso y agradable donde refugiarse en la lectura, así que lo ubicó en el cuarto desocupado del departamento. Pero Leandro no se hallaba, le dijo que a la mañana tenía que estar ahí, sentado en el inodoro, como si fuera un extraño ritual, un escatológico refugio, que de no efectuarlo nunca podría enfrentar su día como debiese.A pesar de todo, Marina lo quería mucho pero esa manía no podía tolerar más. Leandro tenía que aprender a convivir. Una mañana, mientras desayunaban, le dijo que era ella o su amado inodoro, él se sintió indignado a que le diese ese ultimátum y le respondió doliente e irónicamente. Marina no se contuvo, estalló en sollozos y el insulto que dijo le cayó a Leandro como si fuera una maldición. Ella juntó improvisadamente sus cosas en un bolso y con un portazo se marchó. Leandro se sintió tan sorprendido que no tuvo reacción alguna. Miró a su costado el periódico, se entretuvo mirando de reojo el principal titular por unos segundos hasta que lo tomó, se lo puso bajo el brazo y se dirigió al baño. Se bajó los pantalones y el calzoncillo, apoyó sus nalgas sobre el asiento. Tiritó un momento porque estaba frío. Se dispuso a leer las primeras páginas hasta que empezó a sentirse mal. Le invadían unos retorcijones que lo hacían doblarse del dolor. Hacía fuerza descomunalmente hasta ponerse colorado pero no salía nada. De repente, una flojedad empezó a adueñarse de su cuerpo. Se sentía desvanecer, vio que no podía retener más el periódico en sus manos y lo dejó caer. Transpiró unos segundos y luego se sintió empapado. Quiso gritar, pero no pudo, estaba ahogándose. No podía moverse, su cuerpo no respondía. Inmediatamente, logró escuchar que alguien ingresaba al departamento, sintió el crujir de los zapatos sobre el parquet. Mientras se abría la puerta del baño lograba ver que alguien se asomaba. Era Marina. La perdió un segundo cuando ella se agachaba para levantar el periódico tirado en el suelo, luego la miró a los ojos. Estaba hermosa pero ella al verlo le puso una cara de asco y desprecio. ¿Era posible que haya cambiado tanto? ¿Dónde quedó su amor? Leandro nunca lo pudo saber porque fue la última vez que la vio. Ella tiró de la cadena.

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