Ayer fue festivo en Barcelona. Quería ir a la playa, pero no lo hice. Hacía sol, calor moderado, una ligera brisa fresca que traía el olor del mar hasta mi balcón. Podría haber sido un día perfecto, con todos los ingredientes en su justo punto. Pero no fui. En su lugar, me abrasé como el Cristo de Javier Krahe, quemado como él mismo, intentando entender el absurdo. Mientras un poeta está en el banquillo acusado de cocinar un Cristo hace 35 años, Dívar se niega a dar explicaciones de sus viajes a Marbella en misteriosa compañía y Bankia celebraba su consejo de administración: nadie dimitió y no habrá investigación sobre el ‘desvío’ de unos 3.350 millones de euros. En ese lunes negro, con la prima de riesgo superando desde primera hora de la mañana los 500 puntos, Mariano Rajoy se estrenó en esto de las ruedas de prensa. No había dado la cara desde que ganó las elecciones. Mariano no consiguió que bajara la prima de riesgo, que debía ser el objetivo de tamaño acontecimiento mediático. Al fin y al cabo, la diferencia con el bono alemán a diez años es el indicador objetivo de la confianza que nos tienen los mercados y Rajoy no hizo ni dijo mucho que no se supiera ni que tranquilizara a nadie. Lo que sí consiguió, y de forma decidida, es reducir a mínimos mi tranquilidad, si en algún momento la tuve. Dijo Rajoy que “no vamos a dejar a ninguna comunidad autónoma caer, porque no se puede. Igual que no pueden caer las entidades financieras, porque no se puede; porque si no, se cae el país”. Trasladado a la meteorología, sería algo así como que es imposible que llueva porque nos mojaríamos. Ergo, no ocurrirá porque no podemos mojarnos bajo ningún concepto. Mojarse o que caiga el país, las comunidades autónomas o el sistema financiero sería en este caso una consecuencia no un impedimento para esa lluvia, señor Rajoy.
Así que he dormido más inquieta de lo que me levanté. Tener fiesta ayer fue nocivo: vi en directo la rueda de prensa de Rajoy: guiña mucho los ojos y saca la lengua y eso no puede traer nada bueno. Sólo concedió una pregunta por periodista, como si se tratara de pedir un deseo al genio de la lámpara. Ayer, día de asueto, me sobreinformé hasta la médula. Sufrí una intoxicación que me encogía la boca del estómago y me subía la tensión a ritmo de prima de riesgo. Sólo me reconfortó el recuerdo de que durante la mañana me había dedicado a reordenar mis facturas de telefonía, Internet y móvil, reestructurando los costes (es decir, llamando a Orange porque tenía la sospecha –fundada- de que me estaban tomando el pelo hace meses). Es lo que tendrían que haber hecho bancos y administraciones hace tiempo, pero debe resultar más fácil hacerlo a nivel micro. Y con este recuerdo y los ahorros obtenidos no me sentí tan bono basura. No viví nunca por encima de mis posibilidades, ni gasté lo que no tenía, pagué mis deudas, coticé todos mis impuestos sin eludir el fisco y contribuí a la gran caja común de la seguridad social. Reciclo plástico, papel y vidrio, no tiro papeles a la calle, voy en transporte público. Y con todo, podría hacer más: podría rebelarme, negarme a ser un bono basura. Negarme a ese rescate suicida a Bankia, a su consejo de administración y a los especuladores que prefirieron el riesgo de una ganancia rápida y fácil frente a la carrera de fondo que supone ser un ciudadano, con todo lo que comporta en derechos, pero también en responsabilidad.
Y, pese a que ahora sólo se habla de la prima, no nos olvidemos del yerno. Una canción para él: