Gritamos a menudo para no oírnos, o mejor dicho, para no escuchar a nuestro interlocutor, o quizá, no tenemos nada importante que decir, o a lo mejor, lo hacemos para apagar las voces de nuestra conciencia.
Creo que a veces nos duele la verdad del otro, la razón de sus argumentos de sus coherentes peticiones, por ello enmascaramos nuestras frustraciones alzando la voz desmesuradamente, cegándonos e imponiendo nuestras miserias a base de sinrazones.
Al final la imposición se troca antes o después en amargura, pero nada puede acallar o silenciar la conciencia de la verdad.
Voy a prendiendo a lo largo de Mi Camino de Vida a responder serenamente a los gritos desproporcionados de los demás, con una callada por respuesta, y generar el menor aprecio a esas personas y a esas conductas.
Una retirada a tiempo de una discusión acalorada, es una victoria para mí, aunque los demás la vean como una derrota.
Para que no me griten estoy aprendiendo a respetar a los demás, a no entrar en la guerra despiadada del insulto, de la descalificación o del reproche, que sólo me produce rechazo y por ende, tarde o temprano, hará que me falten el respeto o pierdan la confianza en mí.
Escuchar pacientemente, empatizar con mis semejantes y administrar con paciencia mis momentos de cólera, son entiendo, fundamentales para mi crecimiento personal, básicos pues para vivir en paz, con migo mismo y con los demás.
Yo, cada vez estoy mas sordo e inmune a los gritos, sé que enmascaran ira, miedo, frustración y un sin fin de paranoias de las que huyo despavorido. Noto que cuando grito pongo una piedra de un muro que me separa de los demás.
Me doy cuenta que cuando grito da igual lo que digo, da igual si tengo razón o no, cuando grito pierdo la razón automáticamente. Es así, cada vez lo tengo más claro. Además me genera un desgaste del que cada vez me cuesta más recuperarme.