Revista Cultura y Ocio

Un grito por la memoria

Publicado el 18 julio 2013 por Benjamín Recacha García @brecacha
Bolsa de Bielsa

Evacuación de la población civil durante la Bolsa de Bielsa – Archivo Alix

18 de julio. Una fecha infame en la historia de España y, sin embargo, día de celebración para todos los defensores de la libertad, porque hoy hace 95 años que nació Nelson Mandela. Pero no voy a hablar del héroe surafricano, sino del golpe de Estado que el 18 de julio de 1936 significó el punto de partida de una terrible guerra, la instauración de un régimen genocida encabezado por el dictador Francisco Franco y casi 40 años de implacable represión, cuyas consecuencias aún pagamos hoy en día. Miles de víctimas del golpe militar, la guerra y la represión franquista continúan desaparecidas, ignoradas por las instituciones “democráticas”, enterradas en cunetas y fosas comunes.

Nadie ha pagado por esos crímenes, ya que en España se ha cortado de raíz todo intento de investigarlos y de reclamar responsabilidades. Es inaudito. Con la excusa de no abrir viejas heridas cientos de miles de crímenes contra la humanidad han quedado impunes. La única esperanza por que se haga justicia, aunque sea de manera simbólica, radica en las iniciativas judiciales surgidas desde Argentina y Ecuador. Podría calificarse de surrealista de no ser por la extraordinaria gravedad del asunto. Asesinatos, ejecuciones sumarias, secuestros y desapariciones forzosas, encarcelamientos injustificados… Aceptados y olvidados por un Estado que presume de ser una “democracia moderna”. Recientemente el PP volvió a rechazar una propuesta parlamentaria de Izquierda Unida para que el 18 de julio se convirtiera en día de repulsa al régimen franquista. Los herederos del franquismo hace tiempo que se quitaron la careta y no disimulan su ideología reaccionaria. En fin, no voy a seguir por ahí, que me caliento.

La efeméride, sin embargo, me sirve para explicaros por qué decidí escribir el libro que he escrito y no otro. ‘El viaje de Pau’ iba a ser una novela diferente de la que ha acabado siendo. Cuando imaginé la historia que quería explicar era mucho más sencilla: un tipo hastiado de su vida cómoda pero vacía en la gran ciudad conoce a un viejo pastor del Pirineo y se muda a un pueblecito en la montaña. Allí descubriría otra forma de vivir, en un entorno natural maravilloso. Iba a ser, pues, una historia sencilla, bastante costumbrista y bucólica, un homenaje a una tierra que llevo en el corazón desde niño, pues he pasado en el Valle de Pineta los mejores veranos de mi vida, en contacto directo con la naturaleza. El resultado final sigue teniendo mucho de agradecimiento al lugar donde se desarrolla la trama, pero el argumento ha ganado en complejidad y en implicación ideológica.

Cuando me documentaba para escribir el libro, buscando información sobre los pastores del Pirineo Aragonés, topé con la Bolsa de Bielsa. En un primer momento pensé que se trataba de algún tipo de mercado de ganado, pues encontré varias fotos relacionadas en las que aparecían pastores con vacas. Pero cuando me puse a leer sobre el tema me di cuenta de que era algo mucho más trágico. En Bielsa y los pueblos de montaña de la comarca del Sobrarbe la Guerra Civil fue muy cruenta. Durante varios meses una pequeña división del ejército republicano, la 43, quedó atrapada en las escarpadas montañas que rodean Bielsa, sin posibilidad de recibir ayuda a través de la frontera francesa, pues el gobierno francés la había cerrado al abastecimiento militar, ni de huir. Así que tuvo que resistir durante meses las acometidas de las hordas franquistas, que contaban con potente armamento, incluidos aviones que bombardeaban la zona continuamente. Cuando se les acabaron los recursos materiales, los milicianos republicanos optaron por cruzar la frontera, evacuando a toda la población civil. A su espalda, el ejército golpista arrasó todo cuanto encontró a su paso, dejando los pueblos reducidos a escombros y ceniza. Así acabó la Bolsa de Bielsa. Posteriormente, buena parte de la población civil regresó a sus lugares de origen y acometió la penosa tarea de la reconstrucción. La mayor parte de los milicianos se reincorporaron al frente a través de Catalunya.

Tal descubrimiento me dio pie a construir una historia mucho más compleja, en la que la recuperación de la memoria histórica debía ser un elemento central. Introduje nuevos personajes y la angustia de una familia que durante años ha vivido con la incertidumbre de no saber qué pasó con el padre. La búsqueda de este hombre, que escribía un diario, pasó a ser la columna vertebral del relato.

‘El viaje de Pau’ es, pues, no sólo un homenaje a un entorno natural privilegiado, sino también y, sobre todo, a todas esas personas que, tantos años después y a pesar de los innumerables obstáculos que encuentran en su camino (empezando por la incomprensión de las instituciones y de buena parte de la sociedad), no se resignan a aceptar la injusticia. A todas esas personas que luchan por conocer la verdad y por restituir la dignidad de miles de represaliados cuyo único delito fue defender la democracia y la libertad.

‘El viaje de Pau’ es mi humilde aportación a la recuperación de la memoria histórica, una voz más que se suma al grito de tantas personas decentes que no están dispuestas a que la verdad quede enterrada, porque, contrariamente a lo que proclama el discurso oficial, investigar la verdad no significa abrir viejas heridas, sino todo lo contrario. Es el camino para curar por fin tantas heridas que siguen abiertas e ignoradas.

 “Aunque el otoño de la historia cubra vuestras tumbas con el aparente polvo del olvido, jamás renunciaremos ni al más viejo de nuestros sueños”.

Miguel Hernández


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