"Hay un cuadro muy notable del pintor Kramskói, que lleva por título El Contemplador: representa un bosque en invierno, y en un camino hay un pequeño mujik extraviado, cubierto con un caftán roto y calzado con abarcas de corteza de árbol, completamente solo, en la más profunda soledad: se ha detenido y parece que está cavilando, pero no cavila, sino que "contempla" alguna cosa. Si se le diera un empujón, se estremecería y se os quedaría mirando como si acabara de despertarse, pero sin comprender nada. Cierto, volvería en sí al instante, pero si se le preguntara en qué había estado pensando, mientras permanecía parado, lo más probable es que no recordara nada, aunque seguramente conservaría con todo cuidado en su interior la impresión que experimentaba mientras había permanecido en su actitud contemplativa. Esas impresiones le son caras, probablemente el mujik las va acumulando de manera imperceptible, e incluso sin tener conciencia de ello: tampoco sabe para qué, con qué objetivo: a lo mejor, súbitamente, después de haber estado acumulando impresiones durante muchos años, lo abandona todo y parte para Jerusalén, en peregrinación y en busca de la salvación de su alma, pero también es posible que pegue fuego de repente a su aldea natal, y cabe que suceda lo uno y lo otro al mismo tiempo. Entre el pueblo hay muchos contemplativos. Uno de ellos era, seguramente, Smerdiákov, y también iba acumulando con avidez sus impresiones casi sin que él mismo supiera aún para qué."
El Contemplador de Ivan Nicolaevich Kramskói, 1876