Normal people (2020), la serie basada en la novela de Sally Rooney, aporta y revela muchas e interesantes cosas que vale la pena comentar, detalladamente y con orden. Empezaré por algunos de los recursos de la narración:
1. El estilo y el tono de la serie son de una intensidad que no decae a pesar de los numerosos giros argumentales, limitando al máximo todo lo que resulte secundario o anodino. Rodada en primerísimos planos, en los que ambos protagonistas --Marianne y Connell-- son los dos soles alrededor de los cuales gira todo. Da igual lo qué esté sucediendo, lo alejados que estén física o sicológicamente una de otro, la cosa es que las audiencias sólo están pendientes de dónde y cómo se encontrarán, qué se dirán, qué sucederá entre ellos, si brotará de nuevo la química (algo a lo que contribuye sin duda la presencia perturbadora Daisy Edgar-Jones, la nueva Anna Taylor-Joy)... La serie no va tanto de lo que les pasa en la vida, sino de los acontecimientos que atraviesan sus existencias; la peripecia de dos adolescentes que un día descubren que --a pesar de pertenecer a universos opuestos en el instituto-- poseen una gran complicidad íntima y sentimental que, sin embargo, se resisten a superar y enfrentar. En este sentido, la serie acierta a transponer el tono introspectivo de la novela, una obra que ahonda aún más en el carácter subjetivo y autobiográfico de la ficción literaria contemporánea (un proceso que abarca ya décadas y que sin duda también va a marcar el imaginario de la Generación Z, aka posmilenial).
2. Las escenas de sexo: un ingrediente emocional que atrae a las audiencias, y de cuyo tratamiento en pantalla --aunque no debería ser siempre así-- depende bastante el tono general de la narración (y si no, ahí está Euphoria). Normal people apuesta por romper con la mayoría de recursos que el audiovisual prácticamente ha banalizado para mostrar el coito, proponiendo a cambio un tratamiento que llama la atención por su naturalidad y delicadeza. Un cambio que abarca no sólo a la mostración igualitaria de los cuerpos masculino y femenino, sino la incorporación de los prolegómenos sexuales, incluso del desarrollo casi completo del acto. Lo cierto, debo admitirlo, es que el resultado es perturbador. Son escenas a las que, deliberadamente, buscan otorgar el mismo tratamiento neutro que cualquier otra escena que transcurra con los actores vestidos, invirtiendo minutos en algo que el cine y la televisión suelen despachar de forma irreal, tópica, exagerada y con una preocupante tendencia a imitar a la pornografía (para empezar, en Normal people no hay sitio para el sexo oral). El mérito de este cambio hay que apuntárselo a Ita O'Brien (tienes un ejemplo de su forma de trabajar en este artículo de Vanity Fair), la coordinadora de intimidad de la serie, demostrando que una figura como la suya hace falta en todos los rodajes: para tranquilidad de los actores, del equipo técnico, evitar abusos y corregir la banalización de algo que ya banalizan bastante las redes sociales. O'Brien está consiguiendo que las series británicas encaren de forma muy distinta la sexualidad en la pantalla, y quizá --con suerte-- consiga que lo hagan también en el resto de Europa y EE UU. Y quizá de paso también provoque que los guiones encaren la sexualidad desde una nueva perspectiva: no como un simple hito material que marque --en lo personal y en lo social-- el proceso de enamoramiento de los personajes, ni como motivación fundamental para sus acciones futuras, ni para darle a la audiencia lo que quiere; sino más bien como un elemento más de la verosimilitud y coherencia de la historia. Igual que los rasgos de carácter y las profesiones de los protagonistas suelen estar coherentemente presentadas, pues con el sexo debería suceder lo mismo.
3. En cuanto al relato principal y casi único de la serie (la relación intermitente de Marianne y Connell a lo largo del último año de instituto y los primeros de universidad), no se sale en lo básico del esquema general del género romántico más comercial al que, como audiencias, llevamos décadas acostumbrados. Si acaso aporta unos pocos elementos nuevos: los comentados en el punto 2 y lo que algunos denominarían rasgos generacionales del grupo de edad protagonista, y que con el tiempo podrían convertirse en hegemónicos en el cine. Son historias que hablan de mujeres y hombres jóvenes, guapetes, independientes e igualitarios que buscan su forma de estar y expresarse en el mundo; gente para la que el sexo es una opción secundaria, la atracción física un síntoma inequívoco de que el instinto ha elegido al adecuado/a, pero también una resistencia inédita a ceder parte de su libertad vital. Por encima de todo eso, un catálogo inacabable de tipos de relación posibles, de acuerdos sobre intimidad y protocolos para revelarse como comprometidos en sus entornos familiar y de amistades. Son temas que el género romántico daba por hechos, suponiéndoles un consenso tácito y universal, pero que para los posmilenials, que necesitan explicarse todo desde sus propias bases (aunque se inspiren si reconocerlo en sus padre boomers), que requieren un tratamiento prioritario (por corrección política, por visibilización de las opciones de género, quizá para saber si los modelos viejunos encajan total o parcialmente en sus nuevas formas de identidad y de relación). Para todo lo demás, en la serie siguen operando sin apenas variación los recursos del drama de toda la vida: las tribus en el instituto, lo inamovible de sus etiquetas, la obligación de comportarse de acuerdo con ellas; entornos familiares disfuncionales que es necesario superar, las carencias personales que eso provoca... Marianne y Connell viven inmersos en todo eso y, quizá por un deseo instintivo de romper con ello, se sienten mutua y fuertemente atraídos. El problema es que ambos mantienen amplias zonas de su personalidad bajo llave, sin atreverse/decidirse a mostrarlas, lo que les impide hacer profundizar y/o hacer pública su relación. Demasiadas complicaciones, drama asegurado...
4. Y es entonces, cuando el drama echa a rodar (desencuentros, mentiras, comportamientos extraños), cuando la serie echa mano de las adversidades de toda la vida: nuevos novios, soledad, dificultad para encajar en el ambiente universitario, complejos que de pronto estallan como acné adolescente... Y mientras tanto, cada episodio se las apaña para mostrar que ambos protagonistas están llamados a encontrarse y reconciliarse a pesar de su primera e inexplicable ruptura. Incluso el interludio estival italiano rebosante de sensualidad (un clásico del género), no tiene por objetivo relajar el ambiente tenso entre los protagonistas (ella sigue con otra persona) ni permitir que la naturaleza y/o el arte permitan desbordar los sentimientos; más bien busca remachar la idea de que son tal para cual, que el deseo sigue latiendo entre ellos, y que son las barreras que ellos mismos interponen las que les impiden liarse la manta a la cabeza y volver a estar liarse. Y aquí es donde Normal people conquista a las audiencias más allá de cualquier etiqueta posmilenial, con su curiosa variante de drama adolescente de toda la vida impecablemente presentado.
5. a) Sin embargo, todo este planteamiento formal y estético, los aciertos de producción y de casting, se diluyen a medida que la serie avanza, de manera que al final Normal people no se distingue de otros dramas de desencuentro amoroso entre adolescentes del tipo Sex education (2019-...). Y es que ahora le toca el turno a los aspectos más polémicos, los que solemos asociar con valores y actitudes típicamente generacionales: de entrada, debo advertir que he leído No seas tú mismo de Eudald Espluga, así que ya tengo más claro cuando y cómo debo usar la etiqueta "generacional" para definir cualquier producto cultural (más específicamente, audiovisual); por tanto, visto lo visto, declaro que Normal people puede que no sirva como exponente paradigmático --a pesar de los comentarios positivos que ha recibido de expertos y exégetas-- de los claroscuros de la generación , aunque es verdad que da unas cuantas pistas sobre hacia dónde van los tiros en el cruce entre la atracción física, la pasión y la nueva forma de estar en el mundo que han elegido nuestr@s hij@s. Que no es poco.
5. b) De entrada, cabría ver todo este despliegue novedoso en el tratamiento de la sexualidad como el indicador de una nueva ética, consolidada desde la juventud que, a su vez, es utilizada por los viejunos como prueba de la presencia y éxito en la ficción de las nuevas ideologías/identidades de género (diversidad, simultaneidad, respeto, punto de vista no patriarcalista). Quizá esa sea la parte que más enorgullece a la crítica progresista, incluso a los jóvenes que realizan esta puesta en valor frente a ficciones precedentes que cometían todos los errores que ahora se evitan/denuncian. Pero no sólo eso, también está la inclusión de pautas, actitudes y protocolos que se presentan --directa o implícitamente-- como normativos: protocolos de acercamiento, formas de actuar antes, durante y después del coito (aunque luego todo esto esté cortocircuitado por las respectivas carencias sicológicas de los protagonistas; este segundo elemento formaría parte del drama, no de los aspectos que aspiran a ser normativos). En este contexto, es imposible no advertir la inversión simbólica que se produce en determinadas situaciones: partiendo de la base de que la relación entre los protagonistas se mueve en parámetros de respeto mutuo (especialmente en su intimidad), resulta chocante que una misma escena se pueda interpretar de manera opuesta dependiendo de qué roles interpreten el hombre y la mujer. Ahí va un ejemplo: Marianne y Connell coinciden en una fiesta tras su primera ruptura; ella está seriamente perjudicada por el alcohol y además está más salida y caliente que el pico de una plancha, pero aun así inicia un torpísimo acercamiento a Connell, totalmente patético. Prácticamente le suplica que se la folle; pero él, de acuerdo con los nuevos estándares, se comporta como debe: la trata con delicadeza e ignora sus insinuaciones bastorras. Lo que destaca la narración es la reacción correcta de Connell (lo que los hombres no suelen hacer en esas situaciones). Imaginemos ahora la misma escena, los mismos diálogos, pero con los papeles cambiados (Connell borracho y ella serena): lo que veríamos es el comportamiento inapropiado y hasta violento de él ante Marianne. ¿No se vería la escena como un buen ejemplo de denuncia del acoso a las mujeres, independientemente de cómo acabara la escena? Es curioso cómo diferentes marcos mentales que tengamos activados hacen que interpretemos las mismas cosas de manera totalmente opuesta.
5. c) Y por último, un apunte sobre la playlist de la serie: al igual que sucede con la ficción milenial, es de base ochentera; pero mientras los noventeros tiraban directamente de canciones de la década anterior (éxitos denostados, olvidados, incomprendidos, incontestables pero redescubiertos, rarezas... conocidos a través de herman@s mayores), los centúricos tiran directamente de versiones nuevas. Destaco sobre todo la increíble versión de Love will tear us apart, el petardo hit de Joy Division al que, versionado al piano por Nerina Pallot, su letra parece cambiar por completo de significado. Un indicio más de que no se ha avanzado tanto. Además de otras piezas más actuales --Hope Sandoval, London Grammar-- no puedo dejar de mencionar el efecto que me produjo descubrir el Hide and seek de Imogen Heap, que yo conocía por la versión que hizo Tiësto al final de la que me parece la mejor sesión de su carrera --In search of sunrise 6: Ibiza (Part 1) (2007)-- y que sigo prefiriendo cien mil veces más. Aunque bien está conocer la fuente.
Encuentro demasiados elementos clásicos en Normal people para poder afirmar que es inequívocamente innovadora, demasiado lastrada por la ficción viejuna: la serie no deja de mostrar que a Marianne, cada vez que él se le acerca y la toca se pone como una moto, que está loquita por sus huesos; la típica gasolina sentimentaloide que alimenta a las audiencias comerciales. En cambio, casi en ningún momento se mencionan explícitamente --a través del diálogo-- esas barreras que ambos interponen (sus motivos, sus causas, el ambiente frío y distante en el que ha crecido). Aun así, sí se apuntan nuevos caminos por donde la ficción adolescente y romanticoide pueden encontrar nuevas vetas.
A mí me parece que el libro que da pie a la serie es el testimonio de una joven que ha digerido sus experiencias con ficción, como tant@s otr@s, en este caso bendecido por el éxito. Si acaso, es inevitable encontrar (y ese es su mérito) novedades en cuanto a personajes, situaciones y temas... Pero para todo lo demás, el resultado se podría condensar en la típica pregunta que se hacen los fans del género ante este tipo de dramas, al menos desde el estreno de Love story (1970) o Tal como éramos (1973): ¿por qué mierda estas dos personas que conectan tan bien no pueden estar juntas? Si al final acabas preguntándote algo parecido después de ver Normal people, es que no es una serie tan rompedora como muchos aseguran...