Revista Cultura y Ocio
Llevo tiempo sin actualizar este blog. Quizás porque ocupo demasiado tiempo últimamente actualizándome a mí mismo. Por ejemplo, ahora escribo desde otro lugar, un lugar distinto del que he usado para escribir durante los últimos cinco años. Ha sido un lugar productivo. En él he escrito tres libros de poesía, dos novelas y un libro de relatos. Los tres libros de poesía se han publicado. Una novela también. Y el libro de relatos saldrá muy pronto, antes de que acabe el año. Ahora que lo pienso ha sido un lugar de escritura cojonudo. Y me da un poco de miedo que éste no sea tan bueno. La mesa es distinta, más estrecha, más alta, de origen chino. Casi todos los muebles de esta casa son chinos. Antes vivía rodeado de chinos y ahora mis muebles son chinos. El protagonista de mi novela todavía inédita es chino. China me persigue. Y la verdad es que no tengo ni idea de cuál puede ser el motivo. Espero publicar pronto mi novela, aunque esté escrita en otro lugar y el protagonista sea chino. Aquí no sé qué escribir de momento. Primero debo pararme y olfatear, como hacen los perros del desierto. Para elegir un camino. Primero hay que detenerse. Y encontrar algo más acá del horizonte hacia lo que dirigir los pasos. O quedarse sentado y esperar a que eso mismo llegue. A veces ocurre. Muy pocas. Ahora tengo que elevar las manos unos centímetros más que antes. Puedo corregirlo subiendo el asiento de mi sillón de Ikea (de las pocas cosas que no son chinas en esta casa), pero no quiero. Para escribir hay que gozar de cierta incomodidad. He dicho gozar. Es cierto. Hay incomodidades que se gozan. Y ésta es una de ellas. Si no me creen pregúntenle a Kafka. Las teclas están un poco más arriba de lo habitual, y yo tengo que ponerme a su altura. Es como cuando a uno de niño le colocan el chocolate en el estante de arriba y tienes que ponerte de puntillas y estirar los brazos hasta que te duelen las articulaciones, pero sabes que lo lograrás, porque puedes crecer todavía. Algo así. Hay que crecer. Se lo digo a mis codos, a mi cerebro, a cada una de mis células. No queda otro remedio si queremos llegar hasta ahí arriba.