
Me basta abrir el libro por la reproducción del cuadro El triunfo de la muerte de Pieter Brueghel El Viejo para conseguir la calma. Me fascina penetrar en sus detalles. ¿Os habéis fijado en las elegantes trompetas que sostienen los esqueletos sobre el río o el que tras la mesa intenta violar a una doncella? ¿En la brillante pala encima del carro de las calaveras? Entonces qué importan el estrés, los plazos y los horarios de esclavo de las pirámides de Egipto, las tristes ambiciones de los triunfadores tristes. Con terapia de guadaña a lomos de un caballo rojo, tu jefe sólo es otro cráneo, de los que se caen del carro de tan lleno. Ojalá hubiera conocido la calma del cuadro de Brueghel en la adolescencia, en el desdén presuntuoso de las muchachas, en la pantomima de los que se esconden debajo de la mesa. ¿Y en el ángulo inferior derecho el joven del laúd cantando, y la Muerte que toca el violín? Y un 1012.
