Hacía tiempo que no dejaba aquí uno
de mis poemas. En navidades fui al cine a ver El despertar de la fuerza,
con un amigo con el que había visto El retorno del jedi hace casi
treinta años en unos cines de Móstoles que ya no existen.
Vuelve a estar de moda la saga de
La
guerra de las galaxias (o Star Wars como dicen ahora), y me apetece colgar aquí un poema sobre la
primera vez que vi La guerra de las galaxias en el cine. Debía ser el año 1981 o
1982 y mi abuelo me llevaba al cine.
Este poema pertenece a mi libro Siempre
nos quedará Casablanca.
CINE MILITAR
Mi abuelo no tenía que pagar
entrada,
con la pinza de su tarjeta de
reservista
del ejército colgada de la camisa,
y yo cinco duros que él sacaba del
fondo
de su monedero. Era el cine del
cuartel,
al que mi abuelo me llevaba cada
domingo,
tan alto, con sus largos pasos de
determinación
y desfile. Recuerdo el vértigo de
esquivar
la prolongación de los cañones de
los fusiles.
Me llenaba de orgullo cuando los
soldados
se cuadraban alzando su brazo y
decían
a mi abuelo: «¡A sus órdenes, mi
teniente!»,
y yo apretaba fuerte su mano.
Bonitos
y robustos tanques paseaban
alrededor
del cine. Yo no sabía nada de
política,
tenía siete años. El cuartel era un
lugar hermoso
y vital, de recias esquinas y
uniformes de piedra
y tenía un cine, donde vi o soñé,
ahora no lo recuerdo exactamente,
La
guerra de las galaxias.
Su arena sedienta,
los androides brillaban y las
espadas láser brillaban,
como la pinza de la tarjeta que
colgaba
tan alta de la camisa de mi abuelo.