La semana pasada me
llevé la grata sorpresa de encontrarme en el blog de Baile del Sol una reseña sobre mi poemario Siempre nos quedará Casablanca,
que había aparecido en la revista literaria La manzana poética (dejo AQUÍ el enlace a su web). Está firmada por
Manuel Ángel Jiménez, a quien no
conozco de nada. Fue realmente agradable pensar que un desconocido había leído
mi libro y le habían podido gustar sus poemas. Me hizo gracia el comentario que
hace sobre mi poema Encuentro en el metro con Leopoldo María Panero; escribe
Jiménez: “unos versos que huelen a recuerdo imaginado o sueño recordado (?)”.
En realidad, estimado Manuel Ángel, lo escrito en ese poema está basado en un
encuentro real con Panero. Ambos íbamos a la Feria del Libro de Madrid. Dejo
aquí ese poema y la reseña:
ENCUENTRO EN EL
METRO CON
LEOPOLDO MARÍA
PANERO
Me encontraréis en la siniestra humedad
de un cubo de basura.
L.
M. P.
Un
escalofrío (cagadas de mono) al recorrer el andén.
Sin
duda. Cuando llegó el metro y entramos
en
la garganta fresca del vagón, me situé enfrente
para
con discreción poder observarle.
En
una bolsa de plástico dos libros de colores chillones
y
la oquedad de cuatro cajetillas de tabaco rubio, cuatro,
los
pantalones caídos igual que si cubrieran a un esqueleto,
el
pelo enrarecido y calcinado: la brocha de Munch en llamas,
de
pez fuera del agua la herida de la boca abierta
como
si el aire estuviese lleno de partículas nocivas,
de
animales crucificados o gritos flotando en semen,
las
mejillas hundidas, los ojos perdidos, ¿qué verían?
Nos
bajamos en la misma estación,
me
adelanté, iba a irme pero me dije:
es él, es el gran
maldito de nuestra poesía,
tengo que saludarle. Me di la vuelta:
«Perdona,
¿eres Leopoldo María Panero, verdad?».
A
pesar de mis dudas se reconoció con una sonrisa,
estreché
su mano de ceniza fría, ceniza fría,
sucia
y pisoteada. Salimos a la calle hablando
de
él y de su hermano Juan Luis, al que confundía
con
su propio destino de interno psiquiátrico.
«Está
en un manicomio», dijo con voz de rencor seco
al
susurro de una habitación a oscuras. Miraba al suelo.
Me
hubiera apetecido invitarle a un café
o
a una cerveza, pero no me atreví o sentí miedo
del
fondo de sus ojos sin fondo, de las cosas negras
y
temibles y sin vuelta atrás que podrían haber visto y yo no.
Esa
mañana yo había quedado con mi bella amiga,
me
esperaba. Sus ojos también me daban miedo.
SIEMPRE NOS QUEDARÁ
CASABLANCA
David Pérez Vega
Ediciones Baile del Sol. Tenerife, 2011
Por Manuel Ángel JIMÉNEZ/La manzana poética - Junio 2013
La pantalla cinematográfica es un espejo, incluso a veces permeable y osmótica
(me estoy acordando de La Rosa Púrpura de El Cairo), como los libros. Escribir
de cine no es lo mismo que escribir de poesía o sí, quizá sí que sea lo mismo.
Porque, al fin y al cabo, es escribir. Sin más.
La poesía de David Pérez Vega en su libro Siempre nos quedará Casablanca nos
invita a zambullirnos en una lectura tan narrativa como de sentimientos, con la
discreción que ofrece una sala en la penumbra de una proyección o a través de
la luminosidad que escupen los sentimientos trasladados en forma de poema. En
el equilibrio. Me imagino al autor, sentado en una cafetería, viendo pasar los
trenes por la Estación Central de Móstoles, los sábados por la mañana, como en
una película de Alain Tanner — pongamos, por ejemplo, En la ciudad blanca-
escribiendo en la soledad de un día gris lejano a la rutina del auditor de
cuentas, en el principio de este milenio, hace ya una década. La obra está
dividida en cuatro segmentos (nombrados como Días de cine, Nos está acorralando
el tiempo, Pequeños homenajes de ida y vuelta y Concurso de camiseta frías) que
juntos conforman una treintena de poemas narrativos y en verso libre, donde nos
encontraremos con más de un homenaje que el autor evoca y retrata,
indudablemente cada lector tendrá la oportunidad de hacerlos suyos en mayor o
menor medida, en función de afinidades, vivencias y gustos. Porque la obra
comienza con todo un canto a lo que se ha convenido en llamar séptimo arte:
Casablanca (como a los personajes de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, siempre
nos quedará París o como a Woody Allen, siempre nos quedará el recuerdo de un
film), prosigue con “Cine de verano” (la nostalgia de la infancia y de esos
días tan azules y noches perfumadas a la luz de la luna, grandes pantallas
donde los sueños se guardaban para siempre), Banda sonora (la de nuestras vidas
que continuamente se va construyendo), “Pan y tupilanes (V.O.S.)” (homenaje a
esos locales donde unas inmensas minorías escuchan y saborean las verdaderas
voces, con sus acentos y acordes tonos, porque aunque la cinta no sea nada del
otro mundo puede trasladarnos a cualquier parte y hacernos caer en el
encantamiento), Marta y alrededores (cuando la vida se entremezcla con la
ficción en el aquí y ahora, en los Cines Princesa por ejemplo), Multicines ( o
la decrepitud del invierno del desencanto cuando las persianas se echan para
siempre y los momentos vividos allí se quedan encerrados en el olvido, sin
posibilidad de futuro), “Fechas borrosas” (como las de esos boletos que
encontramos, ya medio despintados por el tiempo, en cualquiera de los bolsillos
y nos hacen recordar), “Cine militar” (cuando el abuelo era el acompañante y su
tarjeta de reservista era el salvoconducto para entrar en “La Guerra de las
Galaxias”), A oscuras soñándonos (con falsos carnets de estudiante o monedas
ganadas en concursos literarios, entrando en espacios creados por Loach o
Aristarain para hacerse más sabios), Exorcismos (sufridos por el espectador
ávido de otra cosa muy diferente a la que hoy puede encontrar en las butacas
del cinematógrafo, ya sea en Gran Vía o cualquier otra parte los sonidos de un
teléfono móvil, las palomitas del vecino, los comentarios de un público malcriado
gracias a la telebasura te sacarán de la hipnosis y te enfrentarán a la
mediocre y endemoniada realidad en forma de estafa), Sesión de las 4
(instrucciones de uso) (esa hora en que los solitarios hacen una pausa para no
ser conscientes del espacio que ocupan en la realidad que les espera ahí fuera,
en el sitio de costumbre, donde otros tienen pesadillas cuando duermen) Y así,
poco a poco, entraremos en un nuevo capítulo, donde una cita del gran Manuel
Vicent nos avisará de que La vida es la única película en la que siempre muere
el héroe y nos invitará a sumergirnos en un ramillete de poemas de esos que
transmiten retazos de alguien que sabe sobrevivir con la ayuda que ofrece el
arte a quien necesita alimentarse de algo más que un sándwich barato, pues por
algo la lectura de un buen libro (La montaña mágica, Corazón tan blanco), el
placer estético que ofrece una obra de arte, o las casualidades del destino que
pueden cambiarnos para siempre (un encuentro en el metro con el poeta maldito y
el miedo al fondo de sus ojos, tan profundos como los de la mujer que espera)
resultan definitivas e influyentes en el modelado del que no se conforma con
pasar el trámite de vivir y aspira a algo más, dejando escrito lo que a su vez
puede que influya en otros. Para bien. Y como, ya se sabe, es de bien nacido
ser agradecido, el autor no ha dejado pasar la ocasión para corresponder, bajo
el título de Pequeños homenajes de ida y vuelta, a pintores como Pieter
Brueghel el Viejo y su cuadro El triunfo de la muerte, a Van Gogh y su obra Los
descargadores en Arles y, de paso, algún que otro impresionista cuyos lienzos
cuelgan, en el Museo Thyssen-Bornemisza, junto al del genial loco del pelo
rojo; tampoco se olvida del recuerdo al poeta romántico por excelencia, Gustavo
Adolfo Bécquer, un fragmento leído en un libro de 2º de BUP le invitará a
reflexionar y sonreír con ironía mientras piensa en la brevedad de la vida, en
el fracaso amoroso, en la posteridad y el reconocimiento artístico y literario;
aparece, así mismo, como un fantasma en la niebla de una escalera de un
edificio de Turín, a través de la palabra Wstawac´ la sombra del escritor Primo
Levi y su terrible historia hecha poema; y aprovecha para imaginar, de nuevo la
infancia, escapando en la aventura más fantástica gracias a Tolkien, nombrando
a Erebor, la Montaña Solitaria. Leopoldo María Panero también está homenajeado,
abre el poema una cita (Me encontraréis en la siniestra humedad de un cubo de
basura) del autor más maldito y reverenciado de nuestras letras, germen para
construir unos versos que huelen a recuerdo imaginado o sueño recordado (?)...
No sé, quizás... Y, en el trayecto final, el libro se clausura con el capítulo
Concurso de camisetas frías que, bajo una bella cita de Roberto Bolaño (En sus
ojos veo los rostros de todos mis amores perdidos), reagrupa nueve poemas para
recapitular y despedir este canto a la belleza y a la vida, rebosante como una
copa de buen vino.