Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de una película como con la última de Jacques Audiard, cineasta adorado en Francia como renovador de su cine y aclamado reventador de géneros, como le describió Javier Ocaña hace poco. De sus cuatro anteriores películas he visto De latir mi corazón se ha parado, un genial thriller en el que violencia y lirismo se mezclan a través de un mafioso con sensibilidades musicales. Audiard nos lleva con su nuevo trabajo, que arrasó merecidamente en los últimos César, a una prisión francesa donde un joven analfabeto y sin recursos sobrevive en el complicado tejido mafioso formado por nacionalistas corsos, árabes, narcotraficantes y vigilantes corruptos. Mientras el protagonista –de origen árabe- es repudiado y utilizado a partes iguales por todas las camadas, comienza un ascenso en el organigrama carcelario al mismo tiempo que convive con su fantasma que ,a modo de Hamlet, le persigue en su pequeña celda. Una fantasía que conecta con su anterior película y que consigue mezclar de una manera fluida y original elementos tan complicados de casar, sin perder el ritmo y la tensión durante todo el metraje. Dos horas y media para mostrarnos la caída de un pequeño imperio –corsos- y el ascenso de los nuevos invasores –árabes- a través de unas luchas de poder que, como en el Padrino, acabarán en una guerra abierta de traiciones y venganzas que harán llegar finalmente el manto púrpura a los nuevos bárbaros.
Pitu