Revista Deportes

Un Toro y un Torero

Por Antoniodiaz
 
(Hoy no ponemos foto en honor de Rescoldillo, damnificado por la crítica taurina)

Rescoldillo y Alejandro Talavante. Uno que no parecía de Cuvillo. Otro que parecía más mexicano que español. Uno encastado y fiero. El otro, instintivo y arrebatador. El uno, fue corrido sin pena ni gloria en cuarto lugar. Para el otro, sería la gloria en el que hacía tres. Gente con oficio y mando le faltó al uno. Al otro, garlopo con casta y brío. A Rescoldillo, cuyo nombre es obviado por la crítica, como si no fuese importante, sólo le queda la ovación póstuma al arrastre, pues ni han tenido a bien sacarle una instántanea de su bella estampa. Mientras el otro es el que se lleva flores, cigarros, puros, palmaditas en las espalda, miles de fotos con el Nokia y un esportón de elogios hiperbólicos. Hace tiempo que se perdió el equilibrio en la balanza entre el torero y el toro, que también debe de poner algo en esto, digo yo.
En lo que va un cuarto de hora, que eso es ná, se derramó la escasa suerte de la que goza el aficionado. Qué bello, sin coñas marineras, hubiera sido ver en el ruedo, a la vez, a Rescoldillo y Talavante. Un Toro encastado, como pocos del Grullo se han visto, con un torero que, por fin, ha dejado atrás la pesada y amoral carga de ser sucesor de Jotaté. Pero la realidad nos tenía preparada otro destino.
A el Tala, como lo llaman los partidarios, le tocó lucirse con un jabonero claro que era una carmelita descalza, todo caridad el hombre. Bueno para el coleta desde el principio, obediente o colaborador, como se dice ahora de los bichos sin casta, no tiró un mal derrote durante los veintitantos minutos que se supone, el humano le da para defender su vida. Al del caballo se le tiró con desgana, total, pa' qué, y tampoco es que el piquero pusiera mucho interés en hacer su trabajo. Que se note que es taurino y español. El colmo de la vagancia. Con uno y uno se salvó el trámite. Un puyazo rasgapellejos más una una picadura de pulga. Nos roban el tercio de varas, corrompen la lidia y desvirtuan una de las razones que dan vida a este rito: la demostración, en loor de multitudes, de la bravura de un animal único. Hace ya tiempo que al taurinismo le molesta la casta, tienen pánico al primer tercio, a que el público tome partida por el galafate, a tener que enfrentarse a pavos con poder, así que mejor borrarlo de la faz de la tauromaquia. En toda regla, una ablación a uno de los núcleos de la lidia. Son los mismos que, por el pecado venial de pedir el Toro, te señalan con el dedo: "¡talibán!" O sea que, de aquella manera, sin picar ni mucho menos molestar en banderillas, llegó al último tercio, en el que el extremeño sacó todo su repertorio, colmado de inspiración y donaire, de pases de todas las clases que un alumno de escuela taurina pueda soñar. Arrucinas, pases cambiados, naturales larguiiísimos, gracias al pico de la muleta y a la escasa colocación, triunfal pócima para los públicos de hoy. El toro, a todo esto, de nombre Esparraguero, derrochó clase y buenas intenciones, siguió la muleta por todos sitios como un perrillo faldero y ayudó a su matador a poner la Misericordia boca abajo. El fallo a espadas evitó un rabo, dicen.
Fandila tuvo la mala suerte de llevarse el toro bravo de la tarde, que también fue el de más trapío. Dió guerra desde un principio, la casta, no se achantó en el caballo, empujó en una primera vara en la que recibió más castigo que todos sus hermanos de camada, y en una segunda se arrancó de media distancia con codicia aunque se le dió poco, por la costumbre, ya se sabe. Con los rehíletes apretó, cosa que el Fandi arregló como es habitual en él: desapretándose. Ya en faena, Rescoldillo se comió a mi paisano. Literalmente. A base de embestidas vibrantes y emocionantes fue ganando terreno y moral, hasta que harto de no encontrar enemigo a la altura se termino rajando y siendo tratado de manso. La poca justicia que se hizo con él fue a cargo del aficionado maño, que le tributó una merecida ovación.
La tarde no dió para mucho más, el resto del ganado, mal presentado y de nulo juego para como se esperaba, ni movilidad, ni clase ni nada de nada. Manzanares se justificó en el quinto mientras en el segundo protagonizó otra nueva entrega de su versión moderna del toreo, basada en llevarle la contraria no al toro, sino al maestro Domingo Ortega y su incontestable parar, templar, cargar y mandar.

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