Revista Arte

Un Tristán primigenio y alucinado

Por Felipe Santos
Un Tristán primigenio y alucinado

Quizás no sea una casualidad que la consideración de las alucinaciones como categoría médica se alcanzara en los mismos años que Wagner alumbraba su Tristán. Su definición siempre fue materia de debate, hasta el punto de compartir límites porosos con la percepción errónea o la ilusión. Como nos recuerda Oliver Sacks, todo se debe a que, en realidad, no vemos con nuestros ojos, sino que lo hacemos sobre todo con nuestra mente.

El filtro que beben Tristán e Isolda, causa aparente del enamoramiento súbito de los dos amantes, es visto en esta producción como un MacGuffin, término también sin una definición exacta y que Hitchcock empleó para explicar esos objetos extraños que aparecían en las películas y que sólo servían para empujar la trama. Con filtro o sin él, los dos protagonistas muestran un estado alterado de conciencia hasta el final de la ópera, pero en el concepto artístico de Ralf Pleger y Alexander Polzin ―conocido de la afición del Teatro Real por las escenografías del Lohengrin de la etapa Mortier, La página en blanco de Pilar Jurado o El público de Mauricio Sotelo― este estado se manifiesta incluso antes de que aparezca el MacGuffin y nos remite a un estado anterior: quizá al mismo momento en que Isolda encontró a Tristán en una barca a la deriva.

Ese estado primigenio y alucinado se levanta sobre tres piezas escenográficas de inspiración conceptual, sin aparente conexión temporal entre ellas, pero que remiten a tres momentos de la mente, tres consciencias que van desde el barco subterráneo y fantasmal del comienzo, que recuerda al imaginado interior de la nave de El holandés errante, al bosque enmarañado y encantado del acto central y la pesadilla que horada el ánimo y la espera de Tristán en el acto final.

Los movimientos estáticos recuerdan por momentos a la producción legendaria que dirigió Heiner Müller en el Bayreuth de los noventa. Una propuesta que, curiosamente, había cantado la misma Isolda de este montaje, Ann Petersen, en la Ópera de Lyon. Como entonces, la cantante danesa ha sido una destacada intérprete de los papeles femeninos de Wagner. En Bruselas completó un primer acto excepcional, con agudos timbrados y brillantes, y se mantuvo en un gran nivel en el resto, con un liebestod muy notable. Bryan Register asumió el papel del estreno ante el cambio de última hora del titular, Christopher Ventris, y pese a las inseguridades en los ataques destemplados en piano como "O sink...", mejoró con creces en el acto final.

Voces plenas, redondas y con volumen fueron las de Franz-Josef Selig como Marke y Andrew Foster-Williams como Kurwenal, quizás los dos mejores intérpretes para estos papeles en la actualidad. Nora Gubisch estuvo más cómoda en los pasajes más graves, pero malogró el efecto del "Einsam wachend..." al no poder encadenar el lento legato que exige este pasaje. Alain Altinoglu firmó una versión sobresaliente en otra gran actuación del maestro francés en el foso de La Monnaie.

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Fotos: Van Rompay

Publicado por Felipe Santos

Un Tristán primigenio y alucinado

Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos


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