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Un western argelino: Lejos de los hombres (Loin des hommes, David Oelhoffen, 2014).

Publicado el 11 septiembre 2017 por 39escalones

Un western argelino: Lejos de los hombres (Loin des hommes, David Oelhoffen, 2014).

Basada en un relato de Albert Camus, Lejos de los hombres (Loin des hommes, 2014), escrita y dirigida por David Oelhoffen, demuestra la perdurabilidad del western como género y su versatilidad temporal e incluso geográfica a través de la historia de dos extraños que, en plenos inicios de la rebelión argelina contra el colonialismo francés en 1954, acompañan sus mutuas soledades en unos parajes desolados. El primero de ellos, Daru (Viggo Mortensen), maestro rural en las remotas y desérticas montañas del Atlas argelino, recibe del responsable local de la gendarmería el ineludible encargo de custodiar al otro, Mohamed (Reda Kateb), un campesino acusado de asesinato, hasta la ciudad más próxima, donde será juzgado y presumiblemente condenado a muerte. La gendarmería necesita todos los hombres disponibles para contener y represaliar la incipiente rebelión, y es el maestro el que, de mala gana, debe abandonar sus clases para cumplir con el mandato de la autoridad. El guion describe la aventura de estos hombres en un trayecto que, además de geográfico, es de mutuo descubrimiento, al tiempo que les induce a una reflexión sobre sus respectivos papeles y posiciones en una sociedad a punto de estallar. Paulatinamente, el espectador va teniendo asimismo noticia de la auténtica realidad de Daru, hijo de huidos de la guerra civil española y poseedor de formación militar adquirida durante la Segunda Guerra Mundial, y de la verdadera naturaleza del crimen de Mohamed, que nada tiene que ver con los sobresaltos políticos del momento. No obstante, es imposible abstraerse del clima enrarecido que poco a poco va extendiéndose por el país, y los primeros grupos de rebeldes y las tropas francesas que van tras ellos se suman a la amenaza de la soledad y de los rigores climáticos.

La película se maneja dentro del minimalismo visual y la contención dramática. La aspereza y la uniformidad del paisaje circundante de montañas y valles desiertos se traslada a las interpretaciones y al trabajo de cámara, en ocasiones tan seco y hierático que resulta intrascendente, rutinario, casi de postal vacía. Esta sobriedad está presente asimismo en los personajes, sirve de metáfora a su construcción interior, en contraste con la destrucción y la desolación generalizadas. El conocimiento y aprecio mutuo se edifica sobre la aventura de supervivencia y el sinsentido de un artificioso e impuesto sentimiento de pertenencia a una comunidad, francesa o argelina, que, en ambos casos, no puede oponerse a la sensación de orfandad, de falta de identificación real con unos y con otros, al convencimiento del propio vacío vital. La sencillez y la austeridad formal terminan por afectar al ritmo narrativo, por momentos excesivamente contemplativo (la película suma apenas los cien minutos de metraje), aun enmarcado en la desnuda belleza de la roca y la tierra rojiza, aunque se compensa con la genuina emoción y el torbellino contenido que se genera gracias a la parquedad gestual y al laconismo de los personajes, en los que se adivina un interior tormentoso. Este se desata en las secuencias de acción, que no escatiman en el empleo de una brutalidad que rompe el marco general de contención y sencillez. Lo mismo que los pozos de agua bajo el desierto, ambos personajes arrastran bajo una superficie tosca y agreste una verdad mucho más maleable, un historial de frustraciones, fracasos y anhelos, su propia rebelión interior frente a sus respectivas realidades vitales; la apertura de la espita supone dejar paso a un torrente irrefrenable.El viaje es de este modo, como casi siempre, aventura de redescubrimiento, asunción de una nueva realidad que enriquece y transforma sus distintas perspectivas sobre la vida. Como el cliché del viaje obliga, los personajes renacen una vez que este ha llegado a su final.

Galardonada en Venecia con un premio menor, otra de las bazas de la película es la banda sonora, compuesta por Nick Cave y Warren Ellis, y que encaja con el tono circunspecto y el tono sereno y concentrado del film. Los protagonistas cumplen adecuadamente con su papel de bloques graníticos que poco a poco se van resquebrajando y dejando patentes sus dudas y su fragilidad emocional, y la breve aparición de Ángela Molina transmite algo de calor -y de diálogos en castellano- a la atmósfera fría y silente de buena parte del metraje. La clave del film está, no obstante, en los diálogos, en la expresión por las distintas partes de cuestiones complejas como los sentimientos de identidad y de pertenencia a una comunidad, la imposibilidad de división de las identidades en compartimentos estancos, la complejidad de las realidades humanas y del sinsentido de llevar estas controversias al radicalismo y al empleo de las armas. Situada en los albores del sangriento conflicto bélico, político y social que finalizó en 1962 pero cuyas consecuencias se vivieron y padecieron durante mucho más tiempo a ambas orillas del Mediterráneo, tanto en el recién nacido país como en la antigua metrópoli con el retorno de miles de franceses que nunca, o solo ocasionalmente, habían pisado la Francia continental, la película sirve asimismo tanto de advertencia como de recordatorio de una dolorosa realidad, en especial para aquellos que se atan a los absurdos sueños de identidad con una tierra determinada, de manera excluyente e incluso violenta (violentando a la democracia o a las personas). Y es que el hombre, independientemente de cuáles sean su tiempo y su sitio, vive en permanente situación de desarraigo si no es capaz de reconocerse en los otros.


Un western argelino: Lejos de los hombres (Loin des hommes, David Oelhoffen, 2014).

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