La poca originalidad de este tipo de historias hace que el espectador sepa, en términos generales, el transcurso de los acontecimientos. Una bala en la cabeza no plantea ninguna novedad, sino que usa los mismos recursos para contar lo ya contado. Jimmy Bobo (el impenetrable Stallone) es un asesino a sueldo con un manera muy propia de actuar.
Ante el asesinato de su amigo y compañero por parte de un conocido sicario (Jason Momoa), se ve obligado a tomarse revancha junto a un policía (Sung Kan) con una visión opuesta a la suya. Junto a él, con quien tendrá sus ida y vueltas, descubren la corrupción dentro de las esferas políticas. Como es normal en este género, el protagonista se convierte en una (buena) máquina de matar. Todo su repertorio está totalmente justificado porque lucha contra los malos. Los eternos y malditos malos, quienes, con la aparición de una mujer (Sarah Shahi), suscitarán en él los sentimientos que todos los hombres rudos lleva muy dentro de sí.
Y Stallone sabe de esto. Líder inquebrantable del filme, lucha contra la vejez, monopoliza las escenas y vuelve a recordar al espectador, por si no lo sabía aún, que los viejos rockeros nunca mueren y que el cine de los ochenta, tampoco. Un elemento destacable es la música. El blues y el rock, en menor medida, son directamente acordes al lugar donde se desarrolla la película, Nueva Orléans.
Otra virtud es ese humor que tienen los héroes dada su incontestable superioridad física y espiritual. Estos toques de humor mezclados con acción siempre logran sacar un par de carcajadas. Una bala en la cabeza no supone nada nuevo, más bien supone algo viejo adaptado a los tiempos que corren. Stallone no defrauda, pero tampoco se reinventa. Al fiel amante de este género la película lo mantendrá entretenido, mientras quien no soporte los tiros, las persecuciones, los golpes y las peleas terminará arrepintiéndose de haber entrado al cine.