Revista Cine

Una de estas mañanas

Publicado el 29 junio 2015 por Jesuscortes
UNA DE ESTAS MAÑANAS En algún lugar entre los melodramas más perfectos de los años 50 y varias de las películas emblemáticas que llegaban o estaban aún por venir de las cinematografías más pujantes, las que abrían camino a lo que fue el cine de los años 60, está "Kyô no mata kakute ari nan", no sé si la mejor, pero sin duda una de las más deslumbrantes obras de Kinoshita Keisuke. Setenta y tres minutos de belleza y misterio derramándose de una de esas fracturas que se estaban produciendo en el cine y más ampliamente, entre maneras de entender la vida, una brecha en la que habían incidido o estaban a punto de hacerlo "The quiet American" y "La pyramide humaine", "Une femme est une femme" y "Akasen chitai", "The Chapman report" y "Onna ga kaidan wo agaru toki".
Y al igual que sucede con ellas, la fragmentación de sus múltiples partes se integra serenamente, quizás porque, conscientes sus autores de estar pisando un terreno cambiante e incierto, su preocupación no es ni lo que se desmoronaba del pasado ni el futuro, sino las personas que lo debían vivir. Tan difícil sería resumirla como sencillo resulta sentirla. Kinoshita remueve las heridas de la guerra, las modernas formas de organizar el capital, las viejas formas de aprovecharse de él - quizá las escenas con yakuzas y mafiosos más extrañas que haya visto -, las viejas tradiciones y las nuevas y hasta un recién llegado, el rock n' roll, y no sale "en limpio" ni una sola teoría, sólo gestos, pequeños monólogos, miradas, modestos objetos, ni una metáfora, ni un discurso.
Y todo en presente. El estoicismo japonés ayuda, desde luego a sacar partido a ideas como esta y sorprende que no haya un buen aluvión de películas tan clarividentes como esta procedentes de una industria entonces en sus máximos creativos.
O tal vez sí las haya. El mismo Kinoshita es aún me temo que mal conocido y "avisos" como este debieran ser un nuevo aliciente para seguir rebuscando y revisando de entre una montaña inverosímil de obras maestras.
Para ello, es bonito tomar itinerarios; por directores o siguiendo por ejemplo los pasos de alguna de las muchas grandes actrices de aquel país; no las hay más fiables.
En "Kyô no mata kakute ari nan" tenemos a Kuga Yoshikô, más hermosa que nunca, veintisiete años, que no es de todas formas - ese será el signo de los nuevos tiempos - la protagonista de este drama sin soluciones, sino su primera espectadora.
Ella es la resignada mujer de un marido arribista con malas cartas para conseguir de verdad agarrarse al siguiente peldaño de la escala laboral, la madre de un niño permanentemente enojado (el mismo año de "Ohayo"), la comprensiva y única audiencia de un fantasma (un buen hombre herido por su cobardía en la guerra y que no encuentra la manera de redimirse por fin) o la hermana de un taxista involucrado por azar en un muy opaco asunto de gangsters. 
En su rostro se van acumulando estas pequeñas o grandes circunstancias cotidianas y otras que laten por detrás y le afectan indirectamente (como la de un chico, un Pat Boone local, que no sabe si se ha enamorado ese verano de una niña rica; una subtrama que alimenta a varias principales) hasta que una de las historias enfila la tragedia y parece que servirá de catalizadora para las demás, pero...
UNA DE ESTAS MAÑANAS

UNA DE ESTAS MAÑANAS

Fotos de rodaje

Kinoshita atiende cada uno de los escenarios con orden y en paralelo, pero imprevisiblemente.
Creo que un lógico planteamiento como ese, el de mirar de manera uniforme a estas historias cruzadas que lógicamente caminan a velocidades distintas, evita que resulte él pretencioso y refuerza a cada una de las intrigas, porque prevalece la impresión de que no necesita sacar "algo más" de ellas.
Sólo cuando importa algo que sucedió en el pasado, todo se detiene (la traducción del título sería "Y así otro día", restando trascendencia a cuanto pueda ocurrir ya de entrada), y llegan varias conversaciones en que se rememora algún episodio, sumamente largas y filmadas sin un corte, como la famosa de "Two rode together" de Ford y en dos ocasiones, también, frente a un río. 
Pero si hay una conexión curiosa - y sorpresiva conociendo un buen puñado de films de Kinoshita - no es con el cine del de Maine, sino con el de Alfred Hitchcock. Un Hitchcock sin humor naturalmente.
Serán sin duda coincidencias las similitudes de varias escenas del film con otras de "North by Northwest", pero llama la atención lo que comparte con la obra del maestro que mejor reflejó la falla del entendimiento entre generaciones, "The birds", con lo que volvemos al principio.
El estado de permanente incertidumbre de la película, su tensión y sus secretos, sus frustraciones - no hay un solo personaje que haya conseguido o vaya a conseguir lo que verdaderamente desea -, en un tono más acusado incluso que el que aparece en los dos Naruse finales - "Hikinige" y "Midaregumo"; a medio camino estéticamente de ambas anda "Kyô no mata kakute ari nan" -, no se concreta físicamente en alteraciones del orden natural como en la obra de Hitchcock - o de alguno de sus epígonos ensimismados sobre todo por cuanto filmó entre "Vertigo" y "Marnie", como Jean-Claude Brisseau - y por eso va a resultar siempre árida cualquier intento de ponerlas en paralelo.
Pero lo cierto es que al mismo borde de aparecer ese elemento sobrenatural, contenido por el dique de esa imperturbabilidad de la que hablaba, están los mismos súbitos primeros planos (de Jessica Tandy en "The birds" y antes uno célebre de Barbara Bel Geddes en "Vertigo", aquí asignados a todos y cada uno los personajes que, como ellas, sufren impotentes un conflicto) la misma tendencia hacia la abstracción de lugares (docenas de ejemplos en Hitchcock de escenarios anodinos o domésticos transfigurados en algo muy distinto por la amenaza generada y aquí en Kinoshita muy particularmente las casas), parecida profundidad para resultar emocionante (recordemos la prodigiosa escena de la conversación nocturna de Suzanne Pleshette con Tippi Hedren y ya tendremos la clave en que se instalan las que aquí mantiene Kuga Yoshikô), un similar entendimiento de la música (diegética, nunca un reflejo o un acompañamiento insustancial de lo que sucede), una coincidencia en plantear planos muy abiertos y en movimiento para no subrayar el dramatismo o, justamente en el lado opuesto, esa capacidad para dotar de entidad a insertos "innecesarios" que el inglés dominó como nadie y que brilla particularmente en esa campanilla con que se cierra el film y antes en un monedero, una letra bordada en la ropa o un carácter caligrafiado para una tumba.  

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