Revista Salud y Bienestar

"Una esperanza de vida" de Ramón L. Morales. CAPITULO 15

Por Ana46 @AnaHid46




Poco tiempo después, a mis padres les expliqué en qué consistía el examen del cistograma miccional y de la nueva esperanza que me provocaron los estudios que me realizara la homeópata, y les dejé entrever que ya no quería seguir con el protocolo. Aunque ellos respetaron mi decisión, jamás dejaron de apoyarme y de insistirme amablemente en que lo retomara.
Fue más o menos en este tiempo cuando, por diversas situaciones, mi hijo, mi esposa y yo nos mudamos a la que es nuestra casa, aunque le faltaban varias cosas por terminar como la pintura, el zoclo, el piso (era de cemento), algunos remiendos y enjarres y, lo que más me apuraba, las puertas. Poco a poco comencé a trabajar en algunos de esos “detalles” pero era algo difícil por mi situación.
En fin, continué con mi vida normal pero tomando enormes cantidades de remedios y medicinas, mas esto no era significativo para mí porque podía ver cómo mejoraban los estudios que me hacía… sí, podía ver, pero el sentir era otra cosa. Entre más pasaba el tiempo, mi cuerpo comenzó a protestar más abiertamente: Me comencé a sentir mal. Sentía hambre, pero al llegar a la mesa y observar la comida, se me quitaba el apetito y sólo concebía un desgano general que no podía evitar, pero aun así comía; no por necesidad, más bien por deber.
Me cansaba mucho y más rápido que de costumbre, y lo peor fue que comencé a sentir como si me faltara el aire, como si me estuviera sofocando a la vez que el cuerpo se me entumía. Eran unas opresiones en el pecho que no me permitían respirar bien y que me hacían sentir mucha desesperación. Aparecían de pronto hasta que, al cabo de unos 10 minutos, volvía a controlarme, mas para esto quedaba muy fatigado mental y físicamente.
Mis padres, que como mencioné anteriormente, no dejaban de apoyarme, me comentaron acerca de una clínica naturista donde incluso llegaban a hospitalizarse las personas para someterse a un fuerte tratamiento natural el cual excluía todo lo que no fuera vegetal y cien por ciento orgánico. Incluso el pescado era rechazado, ya que éste normalmente se pesca y después tiene que ser refrigerado por varios días con el fin de llegar a nuestras mesas.
La noche al llegar a aquel lugar, mis padres y yo, y después de esperar unos minutos a que me hablara el doctor, entramos a un consultorio, éste era algo pequeño con paredes pintadas de beige, una sola puerta y frente a ella la pintura de un paisaje adornaba el lugar. Un escritorio y un par de sillas era todo el mobiliario.
El hombre vestido de blanco me recibió, y después de hablar conmigo y de comentarle mi problema, se dispuso a leerme el iris de los ojos constatando de esta manera el daño que tenía en mis riñones.
—Sí, efectivamente tienes daño renal —anunció el galeno después de checarme con una lupa de aumento por varios segundos.
—Oiga… —quise averiguar su opinión acerca de lo que me dijo la Zahorí de que mi bazo estaba en mal estado, pero aunque traté de velar mi cuestionamiento, dudé un poco al hacer mi pregunta y mejor la planteé abiertamente—, me han dicho que mi bazo también está mal, ¿es verdad?
— ¿Eh? S-sí, sí —colocó su lupa frente a mí una vez más, me observó el iris con menos esmero—. Fíjate que sí noté algo, pero es un daño menor, por eso no le di tanta importancia, pero no te preocupes, también te daremos tratamiento para eso.
Su tartamudeo me hizo vacilar un poco, pero él rápidamente continuó con su consulta.
—Te daremos un tratamiento 100% natural —me dijo—, basado en diferentes plantas, que en conjunto con masajes corporales y otras cosas más, lograrán purificar tu organismo.
“¿Masajes corporales? —Pensé a la vez que me esforcé por evitar una sonrisa—. Eso sí está chido. Por fin me encuentro con alguien que me comprende. ¿Cuántas chicas bellas y en bikini (o sin bikini, no voy a ponerme exigente), me pondrán mi tratamiento con esos aceites de colores con aromas frutales? ¿Algunas dos, tres… quince?”
— ¿Eres casado? —Me interrogó.
—Sí.
—Bien, los masajes pueden ser aplicados por tu esposa.
—Muy bien —contesté fingiendo una sonrisa mientras cavilaba: —“Ya se me cebó todo”
—También te someteremos a una dieta rica en granos, vegetales, frutas y verduras, donde haremos a un lado todo tipo de proteína animal, incluso la leche y los quesos.
—Doctor, ¿cree usted que este tratamiento me pueda servir? —Pregunté inseguro.
El hombre de bata blanca, complexión robusta y de edad media contestó:
—Ya hemos tenido casos parecidos al tuyo donde, incluso, hemos logrado mejoras al grado de que le retiraran la diálisis a personas que ya la tenían. Es un tratamiento complejo que, si tú no crees poder llevarlo acabo al pie de la letra, te podemos internar aquí, donde se te hará como es debido, cuidando tus horarios y proporcionándote atención las 24 horas.
Asentí un par de veces y el hombre frente a mí continuó escribiendo en unos papeles los medicamentos o productos naturales a recetarme, junto con las instrucciones de cómo tomarlos y cómo y a qué hora aplicarme los masajes.
Después de terminada la consulta, fuimos a la pequeña farmacia del lugar a recoger y pagar por todo lo que se me recetó.
Al salir de la clínica, y llevar con nosotros varias bolsas con disoluciones, tinturas, hierbas e incluso barro (éste último para realizar los masajes), mi papá me dijo que me tomara unos días de descanso para poder empezar con el tratamiento de manera ordenada, porque se dio cuenta de que era algo laborioso de seguir, sobre todo al inicio.
Tomamos rumbo a casa de mis padres donde me esperaban mi esposa e hijo. Una vez ahí, puse al corriente a mi mujer de qué era lo que teníamos que hacer y cómo se realizaría.
Este sería el último tratamiento alternativo que intentaría, pero ni siquiera pude completar el primer día cuando sucedió un acontecimiento que terminó por desmoronar en mí la poca fe que me quedaba en tratar de evitar la cirugía.
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Próximamente´: capítulo 16
Ana Hidalgo


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