La historia sigue siendo la original, mantenida con un respeto máximo a los personajes, la fotografía y a la forma narrativa tan especial y característica de Ozu. Un matrimonio que vive a las afueras de Tokyo acude a la capital a visitar a sus tres hijos, ya independizados y adultos. Uno de ellos tiene una consulta médica en casa, otra una peluquería propia y el más pequeño trabaja como escenógrafo en un espectáculo teatral. Los padres quieren ver y disfrutar de sus hijos pero éstos no tienen prácticamente tiempo para estar con ellos. La trama descubre cómo la brecha entre generaciones es cada vez mayor aunque siempre haya estado ahí.
Lo único que, casi inevitablemente, varía respecto a la versión original es el contexto espacio-temporal: Yamada no ha ocultado el paso del tiempo en Tokyo, en sus calles o en sus gentes, tampoco en la tecnología que usan. Quizá ha sido el demasiado respeto al guión original lo que ha impedido que Yamada le diera unas pinceladas de actualidad a las palabras de algunos personajes en el contexto moderno en que se expresan.
La historia no es una historia como tal: la trama es casi inexistente, tal y como Ozu solía narrar a sus personajes -que no sus historias-. La calma con que se suceden los planos, a veces demasiado tosca, inspira paz y deja que el espectador se abra a disfrutar de cada sentimiento, de cada mirada y de cómo cada uno de los actores absorbe las enseñanzas que la vida les otorga en este genial homenaje al mítico Ozu.