Suele decirse que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. En buena lógica, detrás de todo gran capullo tiene que haber una mujer más grande todavía. Edwina fue esa grandísima mujer que estuvo detrás de ese grandísimo capullo que fue Lord Mountbatten.
Edwina Ashley había nacido en 1901. Su árbol genealógico mezclaba Historia y dinero a partes iguales: banqueros, los Primeros Ministros Palmerston y Melbourne y hasta la famosa Pocahontas. Si los niños vienen con un pan debajo del brazo, ella vino con toda una panadería. Su padrino de bautismo fue el Rey Eduardo VII.
A pesar de todo lo anterior, su infancia no fue especialmente feliz. Su madre murió a los diez años y su padre volvió a casarse con una mujer que hubiera podido representar el papel de madrastra en cualquier cuento. Enviada a un internado, allí sufrió ataques por ser niña rica, judía y de origen alemán (estamos hablando de los años de la I Guerra Mundial). Con esos antecedentes, puede excusársele que se enamorara del apuesto (y capullo) Louis Mountbatten.
Edwina y Mountbatten se casaron el 18 de julio de 1922 en una boda que deja pequeña a la de la hija de Aznar, lo que demuestra lo absurdo de la vanidad: siempre hay alguien que te superará te pongas como te pongas. Su matrimonio fue tempestuoso. Por su carrera naval Mountbatten alternaba las ausencias con los períodos de convivencia conyugal, en los que podía ser un poco pegajoso. Edwina sin duda prefería sus ausencias. Tuvieron dos hijas, él tuvo alguna amante y ella los tuvo innumerables. Mounbatten tenía una extraña dependencia con su mujer y la quería contenta y a su lado. Lo de la cornamenta era un problema menor. Edwina, por su parte, aunque parece que consideraba a su marido un pesado, llevaba bastante mal los poco frecuentes devaneos de Mountbatten.
Edwina parecía condenada a una vida de esposa rica insatisfecha y desocupada. Sin embargo, su llegada a Asia en 1943, acompañando a su marido, que había sido puesto al frente del Mando para el Sudeste Asiático, le cambió la vida. En Asia Edwina encontró una misión y a ella se dedicaría con ahinco hasta el final de su vida: ayudar a los necesitados, visitando hospitales y campos de prisioneros. Incluso mejor que una misión, en Asia Edwina encontró al hombre de su vida: Jahawarlal Nehru.
Uno de sus primeros encuentros tuvo todo el sabor de las películas melodramáticas. Fue el 18 de marzo de 1946. Lord Mounbatten condujo a Nehru al edificio del YMCA en Singapur, en el que Edwina estaba distribuyendo rancho gratis a los necesitados. Acababan de llegar cuando la muchedumbre que aguardaba su turno rompió la cadena de seguridad y se precipitó sobre los ranchos. Edwina fue golpeada y cayó al suelo. Nehru gritó a Mountbatten: “Su mujer, su mujer; debemos ir a por ella”. Los dos acudieron en su rescate. La escena es tan bonita que sólo queda por encontrarle un casting, aunque difícilmente encontraremos actores más apuestos que los tres personajes que representaron la escena original.
La próxima vez que se encontraron fue un año después en la India. Para entonces Edwina era la esposa del último Virrey británico y entre ambos saltaron chispas. En 1957, Edwina escribiría a Nehru: “Diez años… monumentales en su Historia y tan poderosos en sus efectos sobre nuestras vidas personales”. Como se puede ver, romanticismo y buen estilo literario no siempre van unidos.
Alex von Tunzelmann hace ver una y otra vez que más allá de su esnobismo y tontería, Lord Mountbatten tenía un instinto político muy fino y certero. Pues bien, su mujer no le iba a la zaga e incluso es posible que le superase. A poco de haber llegado a la India, Edwina ya había creado su propia red de contactos políticos: se hizo amiga de Amrit Kaur, una de las principales personas de confianza de Gandhi, de la hija de Vallabhbhai Patel, de la Begum Ra’ana Liaquat Ali Khan, que también estaba envuelta en el trabajo humanitario, del líder de los parias, B.R. Ambedkar, de la hermana de Nehru… Un gesto de inteligencia y sentido democrático: muy pocos de estos personajes habían sido invitados anteriormente a la residencia del Virrey británico. Pero Edwina tenía más que inteligencia y sentido democrático, tenía un tacto humano y una capacidad para ser informal y romper con el protocolo cuando era necesario que se ganaban a sus interlocutores. Que yo sepa, ella fue la primera persona británica capaz de generar afecto y confianza en Gandhi.
A quienes no se pudo ganar fue a los hermanos Jinnah, Ali y Fatima, pero de eso no se le puede acusar a Edwina. El adjetivo “simpáticos” no es el primero que a uno se le ocurre para describirlos. Edwina menciona en sus cartas que simpatizaba con sus temores a vivir en un país mayoritariamente hindú, siendo miembros de la minoría musulmana. Pero sus simpatías estaban mal emplazadas. En cierta ocasión comentó a Fatima Jinnah que había visitado un colegio en el que había podido ver cómo las alumnas hindúes y las musulmanas estaban perfectamente integradas. La respuesta fue: “No se deje engañar por la aparente satisfacción de las chicas musulmanas allí. Todavía no hemos podido empezar nuestra propaganda en ese colegio.” Reconozcamos que Fatima no tenía razones para estar especialmente amable con la mujer que se rumoreaba que era la amante del principal rival político de su hermano.
Von Tuzelmann entiende que su papel es el de historiadora y no el de periodista del corazón y no se extiende demasiado sobre los pormenores de la relación entre Edwina y Nehru. Queda a la intuición del lector deducir qué fue lo que unió a los dos personajes. Mi impresión es que cada uno encontró en el otro un compañero intelectual que vivía con la misma intensidad los acontecimientos cataclísmicos que estaban sacudiendo a la India. Mientras Mountbatten se preocupaba porque la futura bandera de la India incluyese un pequeño recuadro con la Union Jack, Edwina andaba atendiendo a las necesidades de los refugiados y Nehru estaba tratando de atajar la violencia intercomunitaria. Mountbatten, que sabía lo que estaba ocurriendo a sus espaldas, hizo igual que en otras ocasiones similares: tolerar y no estorbar. Además, resulta que Mountbatten sentía una extraordinaria simpatía por Nehru. Para Mountbatten el riesgo que Nehru pudiera suponer para su matrimonio era menor. Había una especie de acuerdo tácito por el que Mountbatten permitía las infidelidades de su esposa y puesto a permitirselas, mejor que fuese con alguien de la categoría de Nehru. En cierta ocasión llegó a escribir a su hija mayor: “… ella [Edwina] y Nehru son tan dulces cuando estan juntos…” Von Tunzelmann describe un descanso que los tres se tomaron en un refugio de montaña al inicio de los Himalayas. Mientras Edwina y Nehru daban paseos por los bosques como dos adolescentes enamorados, Mountbatten permanecía en el refugio, dedicado a una de sus grandes aficiones: el trazado de árboles genealógicos. Bueno, se dedicó a eso y a cortejar a una joven empleada anglo-india que atendía en el refugio.
Podemos imaginarnos los sentimientos de Edwina y de Nehru a medida que se acercaba junio de 1948, fecha en la que los Mountbatten tendrían que marcharse de la India. Edwina escribió mientras los calores de Delhi comenzaban: “Pero amo Delhi incluso así y la India y a los indios y me duele el corazón cuando pienso que los dejaré dentro de tan poco.” Mucho tenía que amar a Nehru para escribir eso justo cuando se iniciaba el horrible verano de Delhi. Nehru, por su parte, escribió una carta al Gobierno General británico elogiando los trabajos de Edwina con los refugiados y sugiriendo que se quedase en el país a continuar con su labor. Pero eso era soñar con un imposible y Edwina se lo recordó a Nehru en una carta escrita en aquellos días: “Dickie y tú no podéis eludir vuestro destino, como yo no puedo eludir el mío.” El romance entre Edwina y Nehru era mucho más que una mera cuestión de cuernos. Era una cuestión política y sacarlo a la luz hubiera puesto en cuestión todas las acciones de Mountbatten en tanto que Virrey y la imparcialidad que hubiera debido guiarlas.
Lo más cerca que estuvieron de declarar públicamente su amor fue en la cena de despedida que Nehru ofreció a los Mountbatten el 19 de junio de 1947. Hay una foto de esa cena en la que se ve a Nehru con rostro entristecido y a Edwina junto a él como ausente. En el brindis Nehru dijo: “Los dioses o algún hada madrina te dieron belleza y una gran inteligencia, y gracia y encanto y vitalidad- grandes dones y quien los posea será una gran dama dondequiera que vaya. Pero a quienes se les dio, aún se les dará más: te dieron algo que es incluso más raro que esos dones- el toque humano, el amor a la humanidad, el anhelo de servir a quienes sufren y están en situación de necesidad. Y esta sorprendente mezcla de cualidades produce una personalidad radiante y el toque del sanador. Dondequiera que has ido has llevado descanso y has llevado esperanza y ánimo.” Si esto no es una declaración de amor…
Edwina salió de la India el 21 de junio de 1948. Su relación con Nehru prosiguió a distancia, con visitas de Nehru a Londres y de Edwina a la India y un continuo flujo de cartas. Edwina murió en 1960. Marie Seton, amiga de la hija de Nehru, escribió sobre el efecto que tuvo la muerte de Edwina sobre Nehru: “… pienso que fue la muerte que le dejó más privado de compañía. Ella era la amiga que le había estimulado y animado más.” Nehru la siguió cuatro años después.