Revista Cultura y Ocio
Imagino una historia en la que una modelo de éxito ha perdido algo de extrema importancia en su profesión: la capacidad para posar ante el objetivo de una cámara. Las sesiones de fotografía dan como resultado imágenes en las que ella aparece invariablemente parpadeando o fingiendo una pose a veces artificial, a veces demasiado afectada, como la de una alumna sorprendida por una pregunta cuya respuesta desconoce. La desgracia se cebaría con la carrera profesional de la modelo. Poco a poco irían desapareciendo los encargos. Perdería su apartamento de lujo, recurriría a drogas que intentaran cortocircuitar el exceso de conciencia que la poseía en cuanto alguien esgrimía una cámara frente a ella. Pero el anonadamiento a la que la reducían esas drogas tampoco sería la solución para su problema. Desahuciada, incapaz de renunciar a los narcóticos, su cuerpo iría perdiendo poco a poco la belleza natural que atesoraba. Paseando por la calle, ante un gato que cruzara frente a ella, añoraría la elegancia natural e inconsciente del animal. El gato le parecería el animal fotogénico por antonomasia. Desearía más que nada en este mundo ser como aquel gato. Lo había sido durante mucho tiempo, pero ahora le resultaba del todo imposible. Consultaría con un experto, una mezcla de psiquiatra y chamán heredero de la escuela lacaniana. Éste le diría que sólo podía elegir entre dos posibilidades, o bien dejar que su vida cayese de lleno en la depravación (los mendigos, dijo el psiquiatra, poseen asimismo una naturalidad desconcertante en las fotografías), o bien iniciar un camino intelectual que no omitiese los últimos avances de la matemática y de la filosofía. La naturalidad, añadiría el psiquiatra, era privativa del animal y del ser extremadamente complejo. Los extremos se tocaban después de recorrer una curva infinita. Sí, creo que algún día escribiré la historia de la modelo que pierde el don de posar ante las cámaras.