A medida que envejezco, aprecio más y más a los políticos pragmáticos, realistas y posibilistas y aborrezco a los idealistas que nos prometen que nos van a traer el paraíso a la Tierra. Mesías hay de dos tipos: los que generan infiernos y los que acaban crucificados. A veces, cuando hay justicia divina, el mismo individuo pertenece a los dos tipos.
Advierto que no estoy hablando aquí del político cínico, sino de aquél que ha entendido que los seres humanos son como son y que es preferible el bocadillo de mortadela que sí que puedes conseguir, que el de jamón ibérico que está fuera de tu alcance (hoy no he comido y así me va con las metáforas).
Esto viene a propósito de una entrevista que Benoit Cros le ha hecho a Aung San Suu Kyi y que publicó “Público” el pasado día 12. Preguntada por lo que espera de sus negociaciones con el Gobierno, Aung San Suu Kyi responde: “Un cambio positivo hacia la democratización de este país y mejores condiciones de vida para la gente.” Me gusta que no hable de democracia ya ni de que todos los birmanos tengan las condiciones de vida de los españoles (aunque esto segundo es posible que ocurra pronto, si la crisis se sigue agudizando aquí). Sabe que hay lo que hay y que pedir peras al olmo, podría hacer que el olmo se asustase y se secase.
El periodista le pregunta si se fía de los gobernantes birmanos y Aung San Suu Kyi responde: “Creo que se debe empezar con una base de confianza. Si no se tiene ninguna confianza en la gente a la que se le ha pedido entablar negociaciones, no se puede ni empezar.” Esto se lo deberían tatuar en el brazo todos los negociadores. Parece de cajón, pero cuántas veces se olvida. Por ejemplo, cuando oigo hablar del conflicto de Oriente Medio, escucho muchos detalles técnicos de porqué las negociaciones no avanzan. Pocas veces oigo que nadie vaya a la madre del cordero: ¿cómo van a negociar si no se fían unos de otros?
El liderazgo birmano en época de Than Shwe mostró que era cualquier cosa menos algo de lo que uno se pudiera fiar. Trapaceros y mentirosos, siempre andaban buscando la manera de desdecirse de sus compromisos. Dice mucho en honor de Aung San Suu Kyi que esté dispuesta a dar un voto de confianza a las nuevas autoridades que encabeza el presidente Thein Sein. Cierto que Thein Sein fue designado como Primer Ministro por Than Shwe en abril de 2007 y que entre las calificaciones del cargo no estaban las de ser eficaz ni reformista, sino leal a Than Shwe. Sin embargo, desde que asumió la Presidencia de Birmania el pasado marzo ha dado muestras de que quiere cambiar paulatinamente las cosas y eso es lo que aprecia Aung San Suu Kyi. El pasado, pisado.
Ahora que las primaveras árabes están de moda, Aung San Suu Kyi dice: “No sé porqué la gente piensa que la única manera de traer cambios es a través de revueltas populares. En realidad, creo que la mejor manera de llegar a un cambio es mediante un proceso de diálogo y negociación.” Antonio Muñoz Molina tiene una novela, “El dueño del secreto”, en el que el protagonista se queja de que por su indiscreción e incapacidad de guardar secretos, frustró la posibilidad de que España hubiera tenido en 1974 una Revolución de los Claveles como los portugueses. Con la ventaja de la perspectiva, ¿podemos afirmar que fue mejor que la democracia llegase con una revolución como en Portugal o con pactos como en España? En ambos casos llegamos adónde queríamos llegar.
Uno de los problemas de las salidas negociadas es el de la justicia. ¿Qué hacemos con la panda de cabrones que trataron al país como a un muñeco de feria al que se le puede zarandear a placer? Aung San Suu Kyi tiene claro que “siempre tiene que haber un espacio para la justicia”, pero que “tenemos que diferenciarla de la venganza”. Estoy de acuerdo.
Lamento que el entrevistador no hubiera sido más incisivo y hubiera abordado otro tema clave: ¿qué hacer con esos cabrones responsables de tantos desmanes, cuando sabes que si te metes con ellos la transición puede descarrilar? ¿Habría convocado Pinochet el referéndum de 1988 y habría dejado voluntariamente el poder en 1990 si hubiera sabido cómo serían sus últimos años? ¿No se ha dicho que una de las razones por las que Franco no dejó el poder (aparte de la de que el poder le gustaba más que a un tonto un chupachups) fue el temor a lo que le sucedería si se bajaba del machito? Aquí sentido de la justicia y pragmatismo chocan y no hay ninguna solución que sea completamente satisfactoria.
También me gusta la postura realista que adopta Aung San Suu Kyi cuando menciona plazos. “Todos tenemos que trabajar para el cambio real, pero no vendrá de un día para el otro, ni en un mes, ni en un año.” El político idealista e irresponsable promete el cielo para mañana por la tarde y luego se sorprende de que la gente se frustre. Aung San Suu Kyi no niega que será un proceso largo, que salir de una dictadura como la birmana no es algo que se haga en un par de fines de semana. Lo que importa es poner en marcha el proceso de transición y tener claro cuál será el objetivo final.
El periodista le pregunta: “¿Podría representar usted a toda la oposición?” Y aquí Aung San Suu Kyi tiene una de esas respuestas suyas que a mí me encantan porque la definen como persona: “No creo que nadie pueda representar a toda la oposición. El concepto mismo de democracia permite la diversidad, no creo que haya una única oposición.” Para mí Aung San Suu Kyi va mucho más allá de ser una política de oposición. Es un símbolo de que otra Birmania es posible. Y será.A medida que envejezco, aprecio más y más a los políticos pragmáticos, realistas y posibilistas y aborrezco a los idealistas que nos prometen que nos van a traer el paraíso a la Tierra. Mesías hay de dos tipos: los que generan infiernos y los que acaban crucificados. A veces, cuando hay justicia divina, el mismo individuo pertenece a los dos tipos.
Advierto que no estoy hablando aquí del político cínico, sino de aquél que ha entendido que los seres humanos son como son y que es preferible el bocadillo de mortadela que sí que puedes conseguir, que el de jamón ibérico que está fuera de tu alcance (hoy no he comido y así me va con las metáforas).
Esto viene a propósito de una entrevista que Benoit Cros le ha hecho a Aung San Suu Kyi y que publicó “Público” el pasado día 12. Preguntada por lo que espera de sus negociaciones con el Gobierno, Aung San Suu Kyi responde: “Un cambio positivo hacia la democratización de este país y mejores condiciones de vida para la gente.” Me gusta que no hable de democracia ya ni de que todos los birmanos tengan las condiciones de vida de los españoles (aunque esto segundo es posible que ocurra pronto, si la crisis se sigue agudizando aquí). Sabe que hay lo que hay y que pedir peras al olmo, podría hacer que el olmo se asustase y se secase.
El periodista le pregunta si se fía de los gobernantes birmanos y Aung San Suu Kyi responde: “Creo que se debe empezar con una base de confianza. Si no se tiene ninguna confianza en la gente a la que se le ha pedido entablar negociaciones, no se puede ni empezar.” Esto se lo deberían tatuar en el brazo todos los negociadores. Parece de cajón, pero cuántas veces se olvida. Por ejemplo, cuando oigo hablar del conflicto de Oriente Medio, escucho muchos detalles técnicos de porqué las negociaciones no avanzan. Pocas veces oigo que nadie vaya a la madre del cordero: ¿cómo van a negociar si no se fían unos de otros?
El liderazgo birmano en época de Than Shwe mostró que era cualquier cosa menos algo de lo que uno se pudiera fiar. Trapaceros y mentirosos, siempre andaban buscando la manera de desdecirse de sus compromisos. Dice mucho en honor de Aung San Suu Kyi que esté dispuesta a dar un voto de confianza a las nuevas autoridades que encabeza el presidente Thein Sein. Cierto que Thein Sein fue designado como Primer Ministro por Than Shwe en abril de 2007 y que entre las calificaciones del cargo no estaban las de ser eficaz ni reformista, sino leal a Than Shwe. Sin embargo, desde que asumió la Presidencia de Birmania el pasado marzo ha dado muestras de que quiere cambiar paulatinamente las cosas y eso es lo que aprecia Aung San Suu Kyi. El pasado, pisado.
Ahora que las primaveras árabes están de moda, Aung San Suu Kyi dice: “No sé porqué la gente piensa que la única manera de traer cambios es a través de revueltas populares. En realidad, creo que la mejor manera de llegar a un cambio es mediante un proceso de diálogo y negociación.” Antonio Muñoz Molina tiene una novela, “El dueño del secreto”, en el que el protagonista se queja de que por su indiscreción e incapacidad de guardar secretos, frustró la posibilidad de que España hubiera tenido en 1974 una Revolución de los Claveles como los portugueses. Con la ventaja de la perspectiva, ¿podemos afirmar que fue mejor que la democracia llegase con una revolución como en Portugal o con pactos como en España? En ambos casos llegamos adónde queríamos llegar.
Uno de los problemas de las salidas negociadas es el de la justicia. ¿Qué hacemos con la panda de cabrones que trataron al país como a un muñeco de feria al que se le puede zarandear a placer? Aung San Suu Kyi tiene claro que “siempre tiene que haber un espacio para la justicia”, pero que “tenemos que diferenciarla de la venganza”. Estoy de acuerdo.
Lamento que el entrevistador no hubiera sido más incisivo y hubiera abordado otro tema clave: ¿qué hacer con esos cabrones responsables de tantos desmanes, cuando sabes que si te metes con ellos la transición puede descarrilar? ¿Habría convocado Pinochet el referéndum de 1988 y habría dejado voluntariamente el poder en 1990 si hubiera sabido cómo serían sus últimos años? ¿No se ha dicho que una de las razones por las que Franco no dejó el poder (aparte de la de que el poder le gustaba más que a un tonto un chupachups) fue el temor a lo que le sucedería si se bajaba del machito? Aquí sentido de la justicia y pragmatismo chocan y no hay ninguna solución que sea completamente satisfactoria.
También me gusta la postura realista que adopta Aung San Suu Kyi cuando menciona plazos. “Todos tenemos que trabajar para el cambio real, pero no vendrá de un día para el otro, ni en un mes, ni en un año.” El político idealista e irresponsable promete el cielo para mañana por la tarde y luego se sorprende de que la gente se frustre. Aung San Suu Kyi no niega que será un proceso largo, que salir de una dictadura como la birmana no es algo que se haga en un par de fines de semana. Lo que importa es poner en marcha el proceso de transición y tener claro cuál será el objetivo final.
El periodista le pregunta: “¿Podría representar usted a toda la oposición?” Y aquí Aung San Suu Kyi tiene una de esas respuestas suyas que a mí me encantan porque la definen como persona: “No creo que nadie pueda representar a toda la oposición. El concepto mismo de democracia permite la diversidad, no creo que haya una única oposición.” Para mí Aung San Suu Kyi va mucho más allá de ser una política de oposición. Es un símbolo de que otra Birmania es posible. Y será.