Aunque aún no hemos dedicado específicamente un artículo a la esquizofrenia, sí que hemos hablado por separado de los delirios y de las alucinaciones, constituyendo ambos los síntomas principales que la componen. Además de estos, elementos como un lenguaje desorganizado, un comportamiento extraño y una serie de síntomas negativos como la anhedonia o la alogia pueden formar también parte del cuadro.
Pero no quisiéramos dedicar este escrito a describir en profundidad las características de un trastorno esquizofrénico, algo que podéis hacer consultando algún manual o en la misma web si no lo conocéis bien, sino a exponer una idea que consideramos bastante interesante en relación a una de las causas que pueden contribuir a su aparición.
Para entenderlo bien, es fundamental comprender algunos aspectos. El primero de ellos es que al ser humano le es imposible no comunicar. Incluso aunque estemos en silencio, nuestros gestos, movimientos, o nuestras pausas, indirectamente estarán expresando algo a los que están a nuestro alrededor. Por otro lado, en toda comunicación hemos de distinguir entre dos niveles, uno llamado digital, el cual se refiere propiamente al lenguaje verbal; y otro analógico, más relacionado con el lenguaje no verbal o paraverbal.
Una vez entendido esto, quizá nos sea sencillo concluir que ambos niveles no siempre han de coincidir cuando nos comunicamos. Es posible, por ejemplo, que alguien nos exprese una noticia triste y percibamos en su rostro una expresión de cierta alegría, o que otra persona tenga verdaderas razones para estar alegre por algo, pero al contárnoslo parece hacerlo con tristeza o rabia. En estas situaciones se producen los llamados mensajes paradójicos o incongruentes, los cuales terminan por hacernos dudar acerca de cómo hemos de sentirnos o de hasta qué punto determinados hechos han de producir ciertas emociones.
Si aspectos como estos los percibimos siendo adultos y en personas que apenas conocemos, probablemente no nos despierten más que curiosidad, incluso deduzcamos que la persona que nos informa de algunos hechos no está muy bien de la cabeza. Sin embargo, si nacemos y somos criados en un ambiente familiar dominado por tales incoherencias (nuestra madre nos dice “te quiero” pero nos abraza con dureza y frialdad, nuestro padre nos asegura lo orgulloso que está de nosotros pero expresa gestos que ponen en duda la veracidad del mensaje, etc) es muy probable que acabemos planteándonos hasta qué punto podemos “fiarnos” o “deducir” ciertos aspectos u opiniones que los otros tengan sobre nuestra persona.
¿Te suena todo esto a los delirios? ¿Y a las alucinaciones? Pues sí. Aunque no está demostrado empíricamente, numerosos autores aseguran que este tipo de interacción familiar temprana en la que los modelos paternos no son del todo coherentes, pueden contribuir al desarrollo de un trastorno esquizofrénico. El niño aprendería así a desconfiar de las intenciones de los demás (delirios), además de “oír” de los otros una serie de críticas o comentarios referentes a él mismo y que estén relacionados con el contenido del deliro (alucinaciones).
Al fin y al cabo, en estos casos todo esto sucede como si de una cadena se tratase, puesto que seguramente esos padres también estuvieron sometidos a modelos de ese tipo en su infancia, desarrollando el problema en el futuro.

foto|Jeroen van Oostrom