Revista Historia

Una pelea entre primos

Por Tiburciosamsa
Dicen que las peores peleas son las que se producen en el seno de una misma familia. Algo de eso hay, porque el descenso de Afghanistán a los infiernos comenzó hace 37 años con una querella entre primos.
Ser Rey de Afghanistán en el siglo XX era marginalmente menos peligroso que reparar cables de alta tensión en medio de una tormenta tropical. El Rey Habibullah Khan, que había intentado centralizar y modernizar el país, fue asesinado en 1919. Su hijo y sucesor, Amanullah Khan, abdicó en 1929, cuando vio que llevaba camino de conocer la misma suerte que su padre. Fracasó como gobernante, pero consiguió morir de muerte natural 31 años después. A su hermano Inayatullah Khan no le intimidó el peligro y le sucedió. Tras tres días en el poder, decidió que aquello era demasiado fuerte y abdicó. Parece que en su decisión influyó la carta que le envió el rebelde tayiko Habibullah Kalakani, diciendo que o abdicaba o le iba a dar una mano de tortas. Habibullah Kalakani se mantuvo en el poder durante 9 meses. El tiempo que tardó el General Mohammed Nadir Shah en formar un ejército para derrocarle. A Habibullah Kalakani le fusilaron el 13 de octubre de 1929. Nadir Shah disfrutó de la corona cuatro años. En 1933 un estudiante le pegó un tiro mientras asistía a una ceremonia de entrega de premios. A su lado estaba su heredero, Zahir Shah, que entonces tenía 19 añitos y debió de pensar que cómo se las gastaban en ese país donde le iba a tocar reinar, si no había disponible un trabajo más tranquilo como domador de leones o así.
Aunque Zahir Shah reinó durante cuarenta años, lo que se dice mandar, mandó más bien poquito tiempo. Durante los primeros veinte años de su reinado, el poder efectivo lo ejercieron sus tíos Sardar Mohammad Hashim Khan y Sardar Shah Mahmud Khan, que ejercieron sucesivamente el cargo de Primer Ministro. Ambos practicaron la política de andar por la cuerda floja: intentaron modernizar el país sin alienarse a los poderosos jefes tribales. No consta que a Zahir Shah le rechinaran mucho los dientes al ver que eran otros los que gobernaban. Por un lado, había accedido al trono demasiado joven como para ser capaz de bandearse en una situación tan compleja como la afghana sin ayuda. Por otro, a Zahir le interesaban más los coches, las mujeres y la buena vida que el rollo ese de gobernar.
En 1953 Sardar Shah Mahmud Khan, que a la sazón tenía 63 años, dimitió como Primer Ministro. Hacía años que las políticas aplicadas por él y por su hermano estaban pisado mucho callos. Uno hubiera esperado que Zahir Shah aprovechara la ocasión para empezar a mandar algo. En lugar de eso, designó Primer Ministro a su primo Mohammed Daoud Khan.
Daoud estaba hecho de otra pasta que su primo. Lo de mandar le gustaba y encima tenía ideas. Tenía algo en común con Zahir Shah: a su padre también lo asesinaron en 1933, en este caso mientras era Embajador en Berlín. Eso resultó una bendición encubierta, porque lo prohijó su tío Sardar Mohammad Hashim Khan, que entonces mandaba más que el propio Rey. Daoud probó antes que su primo lo que es disfrutar de poder real: fue gobernador provincial entre 1934 y 1939. Más tarde fue ascendido a Teniente-General y ejerció distintos cargos militares, hasta que en 1946 fue nombrado Ministro de Defensa. Después fue Ministro de Interior y Comandante de las Fuerzas de Kabul.
Daoud es un personaje mucho más complejo que su bon-vivant primo. Deseaba sinceramente modernizar Afghanistán. En Occidente confundimos modernización con democratización, cuando no tienen nada que ver. Daoud quería mayor libertad para las mujeres afghanas y centrales eléctricas, pero la democracia multipartidista le daba grima. Aunque en un momento dado para algunos haya podido dar la impresión de que era pro-soviético, Daoud era ante todo un nacionalista afghano. Pensaba que Afghanistán debía mantenerse equidistante entre EEUU y la URSS y no echarse ciegamente en los brazos de ninguno de ambos, sino aprovechar lo que cada uno de ellos tenía que ofrecer. A muchos kilómetros de distancia el camboyano Norodom Sihanouk intentó una política parecida. Ambos acabarían descubriendo a su pesar que era tarea casi imposible.
Lo que marcó el mandato de Daoud fue la cuestión de Pashtunistán. Los afghanos nunca habían estado contentos con la Línea Durand que les impusieron los británicos en 1893 como frontera entre Afghanistán y el Raj británico en la India. Dicha frontera dividía a la etnia pashtun, mayoritaria en Afghanistán.
Existen muchas maneras de describir la política de Daoud con respecto a la cuestión de Pashtunistán, pero “éxito” no es una de ellas. Logró que Pakistán le cerrara las fronteras, con lo que Afghanistán dejó de poder utilizar el puerto de Karachi que era el punto de salida natural para sus exportaciones. Mosqueó a británicos y norteamericanos, que eran aliados de Pakistán, y que le denegaron créditos y le vetaron la venta de armas. Eso le forzó a descansar más en la ayuda soviética de lo que hubiera querido. También en el frente interno esa política le creó problemas. Las demás etnias, que ya estaban resentidas al ver que los pashtunes, que representaban el 40% de la población, ocupaban el 80% de los altos cargos, veían con preocupación la creación de un país donde el porcentaje de pashtunes fuese todavía mayor.
En marzo de 1963, Zahir Shah decidió que ya había tenido bastante de Daoud y le forzó a dimitir. En general la población recibió con alivio la salida de Daoud. Le estaba agradecida por la modernización y las reformas económicas que había traído, pero le parecía que en el tema de Pashtunistán se había pasado varios pueblos. De cara a lo que ocurriría diez años más tarde hay que reseñar dos elementos que vieron con resquemor cómo le daban la patada: los pashtunistanistas más fanáticos y los jóvenes izquierdistas, que pensaban que le habían echado por ser demasiado pro-soviético. Aunque la excusa oficial de su salida fue el fracaso de su política con respecto a Pakistán, uno sospecha que después de 30 años en el Trono a Zahir Shah finalmente le apetecía mandar algo. De hecho nombró Primer Ministro a un tecnócrata, Mohammad Yusuf, que no tenía nada que ver con la familia real.
La gran obra de Yusuf fue la elaboración de la Constitución de 1964. Era una constitución técnicamente buena, que preveía elecciones libres con un sistema de sufragio universal, igualdad para las mujeres, reconocía los derechos políticos de los ciudadanos y establecía un poder judicial independiente. Otro punto importante de la constitución, que da alguna pista de lo que pensaba Zahir Shah de sus tíos y de su primo: prohibía que los miembros de la familia real ocupasen puestos en el gobierno.
El gran problema de la Constitución de 1964 es que había sido redactada en buena medida por personas que no acababan de fiarse de que el pueblo afghano estuviese preparado para la democracia y que se inclinaban por una institución monárquica fuerte y con poder real. Así, para que el parlamento no diese demasiado la lata, la Constitución estableció una separación muy nítida entre el legislativo y el ejecutivo, que a la larga llevó a que el ritmo de aprobación de leyes fuese renqueante. Esto, que ya hubiese sido serio, se hizo todavía más acuciante cuanto que la Constitución preveía que muchísimos temas fuesen regulados en el futuro por ley. Uno de esos temas precisamente era el de los partidos políticos. El Rey y el gobierno se acojonaron ante la perspectiva de unos partidos políticos organizados que no controlasen y nunca los autorizaron. Otra cosa que tampoco dejaron que existiese fue una prensa realmente libre, aunque, comparado con lo que vino luego, se dio una libertad de expresión apreciable.
Aunque vistas las cosas en perspectiva, aquellos años parezcan una edad de oro, lo cierto es que para 1973 dominaba la frustración. El parlamento estaba paralizado y los gobiernos parecían cada vez más débiles e inestables. La vida política se estaba polarizando entre conservadores e izquierdistas. Entre 1970 y 1972 hubo sequía, que fue seguida por una hambruna en la que puede que murieran unos 100.000 afghanos. La ayuda de emergencia fue muy mal gestionada y surgieron rumores de que había habido acaparamiento y corrupción. Los pashtunistanistas levantaron la cabeza con motivo de la secesión de Bangladesh de Pakistán en 1971, que parecía una ocasión demasiado buena como para dejarla escapar.
Dos elementos que en esos años mostraron una inquietud creciente fueron los jóvenes izquierdistas y Daoud. Los primeros estaban descontentos con la deriva pro-occidental que creían que había tomado el país y la falta de avance hacia una auténtica democracia. El segundo estaba rabioso: la Constitución le impedía hacer la cosa que más le gustaba en el mundo, mandar.
En 1973, mientras el Rey estaba en Europa para tratarse de una afección en el ojo y de lumbalgia y para disfrutar de paso de los placeres de la vida, Daoud le dio un golpe de estado, que fue incruento. Zahir Shah no reaccionó. Al igual que Alfonso XIII en 1931, dijo que prefería abdicar que conducir a su país a una guerra civil. Como en el caso español, eso mismo fue lo que al final tuvo Afghanistán.
El golpe de estado de 1973 fue bien recibido por la población. Daoud era popular y existía el sentimiento de que el estancamiento de la vida política del país no podía seguir. Para dar el golpe Daoud se apoyó en buena medida en elementos izquierdistas, que tenían su propia agenda, de la cual o no se dio cuenta o no se quiso dar cuenta Daoud.
Daoud instauró la República y anunció su intención de trabajar sobre todo a favor de los favorecidos y de los jóvenes y de crear un entorno económico y espiritual positivo. Si pensamos en lo que vino a continuación, comprobaremos la verdad del dicho de que el camino al infierno está plagado de buenas intenciones. El propio Daoud fue uno de los primeros afghanos que pudo constatar la verdad de ese dicho. Fue asesinado durante la revolución del 28 de abril de 1978. Después de eso, Afghanistán entró en barrena.

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