© Pedro Jaén
(@profesorjaen)
Para el que asiste a este aburrido y cansino espectáculo de constantes telediarios con el bol de palomitas como el que ve una película, en la distancia, puede hacer hasta gracia. Pero en el fondo no la tiene. No, porque lo que -a mi juicio- hay detrás de todo este ‘movimiento de masas’ –nunca mejor dicho, pues se anula el individualismo y la verdadera libertad-, es sin duda uno de los mayores programas de adoctrinamiento que en Europa ha sufrido la población de un territorio. Hablo del uso de la educación pública que los políticos regionales en España han realizado y siguen realizando de la educación.
La educación pública debería ser la más exigente, la más justa y eficaz de todas, precisamente para favorecer el ascenso social mediante el mérito de aquellos que no han nacido en las ‘mejores familias’. Pero no es así, por desgracia. Es la más cara y además ha sido convertida en el instrumento ideológico de los políticos de turno de los reinos de Taifas en los que se han convertido las comunidades autónomas. Libros de Historia que son ciencia-ficción o incluso diferentes planes de vacunación infantil según la comunidad en la que se esté, porque como todos sabemos, el virus en Tarragona no afecta igual a la criaturita que vive en Teruel.
Que en una región de España –mal llamada histórica, por vete tú a saber qué otro invento- alcen como valores conceptos como el de desobediencia e inventen –del imaginario hueco en el que viven- un derecho a decidir saltándose toda legalidad constitucional, sólo es comprensible tras una ristra de años en los que desde las aulas se les ha ido instalando a los chicos en el cerebro este software malicioso cuya base es el odio al que piensa diferente. Los que proclaman, en pleno siglo XXI, que la independencia es una solución para algo, en realidad están ocultando sus verdaderas intenciones: anular al que piensa diferente.
No nos engañemos. Todas las personas y territorios son dependientes, ya sea por razones comerciales e incluso identitarias. Si hay alguna idea que debiera ilegalizarse, precisamente es la que pretenda imponerse ante las demás para alzarse como única verdad suprema.
En fin. No sé a qué circo asistiremos el día 1. Lo que sí sé es que después vendrá el día 2, y seguirán viviendo engañados millones de catalanes a los que les metieron en la cabeza esa sarta de mentiras.
Sevilla, septiembre 2017