Revista Cultura y Ocio

Una serie de catastróficas desdichas

Publicado el 05 enero 2015 por Debarbasyboinas @DeBarbasYBoinas

Hace unos meses me ocurrieron una serie de catastróficas desdichas. Mi exnovia me había dejado hacía ya mucho tiempo. Yo lo acababa de superar y estaba en la cresta de la ola. Sí, me había deprimido un poco, pero ya estaba bien. Lo malo; había perdido el contacto con la inmensa mayoría de mis amigos. Como consecuencia de ello, me aburría mucho. Mi vida era muy solitaria, pero de pronto, hubo dos semanas en las que mi vida se convirtió en una sucesión de escenas surrealistas.

-“En serio, ¿Qué es lo que pasa?”, me preguntaba a cada paso que daba.

Todo comenzó por estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado, y tremendamente aburrido. Conocí a unas personas, de esto de charlar porque estás aburrido. Pues conocí a esas personas, cuyos nombres me abstendré de mencionar. Todo era una cosa normal, charlabamos un rato, ibamos a tomar algo. Cada vez iba teniendo más confianza con ellos. Supongo que por eso un buen día uno de los chicos decidió hacer una fiesta en su casa en la playa. En teoría iba a ser una tarde. No volví a mi casa hasta tres días más tarde. La verdad, fue muy divertido, pero mi madre ya estaba a punto de llamar a todos los hospitales y comisarías.

No recuerdo muy bien que ocurrió esos tres días, demasiado alcohol, pero debí estar deslumbrante, porque desperté en dos chicas una chispa. No se que había hecho, pero me había convertido en un objeto sexual para esas dos mujeres. Parece algo chulo ¿Verdad?

Debería haberlo sido, pero esas dos chicas eran como dos imanes tirando cada uno de mi en direcciones opuestas. Eran cada una la némesis de la otra.

No estaban nada mal. Las dos eran guapas. Ahí acaban sus similitudes. Una era muy culta, pero era una estirada. La otra lo contrario. Una tenía un caracter de hierro, había que alejarse cuando se enfadaba. La otra, sabía ganar todas las discusiones sin levantar la voz. A mi me gustaban las dos, pero entre ellas se empezaron a odiar. Por mi culpa. Tenía que elegir, pero como soy muy malo tomando decisiones, no hice nada.

Total, que paso lo que tenía que pasar. Un soleado día a las diez de la mañana la estirada me invito a su casa. Yo aún tenía las legañas en los ojos. En fin, le eché a la pobre uno de los peores polvos de su vida. Fue tan horrible, que salí avergonzado de esa casa. Comí tranquillamente y me dije: “Esto no puede quedar así”.

Me presente de nuevo en su casa y conseguí dejar el listón un poco más alto. Tampoco mucho, pero conseguí salir de esa casa sin avergonzarme.

Acordamos que sería un secreto. Su amiga la inculta no debía enterarse. Me dejó bien clarito que era solo sexo, y me sentí un hombre objeto. Osea, que la decisión aún no estaba tomada.

En fin. Yo estaba dolido y eso traería graves consecuencias. Pero ya os contaré como acaba esta catastrófica y desdichada historia otro día.

Orson López


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