Revista En Femenino

Uno más uno no siempre son dos

Por Expatxcojones

Uno más uno no siempre son dos

Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com

Llamo a Hamid para que me lleve al barrio de Berchifa. Pero no puede. Me pasa el contacto de otro taxista, un colega suyo. Quedemos en la puerta de mi casa a las diez de la mañana. Me esperan en el local de la asociación en media hora. Cojo la cámara, por si acaso.
El taxista me recoge puntual y nos dirigimos a esa parte de Tánger —como tantas otras— que desconozco por completo. Sólo he leído y escuchado hablar de ella. Esta es, en casi cuatro años, la primera vez que pondré un pie ahí. Después de unos veinte minutos de trayecto, llegamos a Berchifa pero no a nuestro destino; es un barrio extenso. Saco la cámara y empiezo a grabar desde la ventana. En cuanto me ve hacerlo, el taxista me comenta:
   —Esto no es Tánger.   —¿Qué quieres decir? —. Le pregunto.   —Aquí no viven tangerinos —luego, puntualiza —bueno, algunos tangerinos sí que viven pero la mayoría son inmigrantes.   —¿Inmigrantes?   —Gente del campo.
Cinco minutos más tarde me deja frente a un ambulatorio. Le pago y me despido. O eso intento porque él se resiste a dejarme sola. Insisto para que lo haga. Me dice que éste no es un lugar seguro. Le repito que estaré bien. Finalmente, cede. Se monta en el taxi y lo veo alejarse por la carretera. Una vez sola, de pie en medio de la calle, hago dos cosas: la primera, encenderme un pitillo. La segunda, llamar por teléfono a uno de los chicos de la asociación —tal y como habíamos quedado previamente— para decirle que ya estoy aquí.
   —Te veo desde la ventana —me suelta nada más contestar—espera dos minutos, que bajo.   —Ok.
Aprovecho el escaso tiempo para dar un vistazo rápido al lugar. Hay gente entrado y saliendo del centro médico. Un policía —o un soldado, no lo sé —de guardia en la puerta. Enfrente, haciendo esquina, un café —lleno de hombres— y taxis que pasan a toda velocidad. Por mi lado andan madres cargando la compra, niños en grupo y hombres varios que no sé adonde se dirigen.
A primera vista, parece un barrio humilde pero la impresión que me causa no es mala en absoluto. Tengo la sensación que quiénes me han dicho que Berchifa era una zona marginal y complicada han exagerado y mucho. Después, por desgracia, comprobaré que estaban en lo cierto y soy yo —una vez más—la que se equivoca.
   —Buenos días. ¿Cómo estás? —me saluda I, que enseguida me planta dos besos y me ofrece una sonrisa.   —Bien. Con muchas ganas de ver qué hacéis por aquí.   —Sube, que te enseñaré nuestra oficina.
I ha dejado Rabat para venir a trabajar como responsable del proyecto en Tánger. Es alto. Educado. De aspecto afable. Sus rizos alocados me recuerdan a los de Punset. Le pongo unos treinta y tantos.
Cruzamos la calle y entramos en un portal. Subimos unas escaleras y en el segundo piso encontramos la puerta abierta. Este es el local dela asociación, donde I y los demás trabajan cada día. Tienen alquiladas dos plantas en el mismo edificio.Hay un par de zonas comunes, otro par de despachos, una especie de sala de reuniones, una cocina y el baño, que está fuera en el rellano y cerrado bajo llave. I me presenta a la gente. Me dice sus nombres y en qué consiste su trabajo pero soy incapaz de retener la información.
En breve comenzará una reunión. I me ha invitado a asistir para conocer a la gente que participa en el proyecto que él coordina. La idea es que les imparta un par de talleres de documental para que ellos, después, puedan trabajarlo con los chicos.
Son ocho personas. Seis hombres y dos mujeres. Educadores, les llaman. Cada uno viene en representación de una asociación local. Todas desarrollan sus acciones en el barrio. Las hay que trabajan en temas de educación, medio ambiente, derechos laborales, el mundo de la mujer o el deporte. Ellos serán los encargados de formar a los chavales y acompañarlos el tiempo que dure el proyecto. Cada educador tiene un total de sesenta niños a su cargo, repartidos en cuatro grupos.
El objetivo es involucrar a los jóvenes del barrio. Enseñarles cuatro cosas básicas de lenguaje audiovisual y ofrecerles las herramientas para que sean ellos los que cuenten su propia historia, ya sea ficción o realidad. Con esta actividad combinan el trabajo social con el mundo cultural. Y aquí estoy yo, en plan voyeur, cotilleando en su intimidad.
Empieza la reunión. Sentados en la mesa, los ocho educadores, un par de chicas e I. Cojo una silla y me coloco al fondo, donde ni así paso inadvertida. Como no domino el árabe —apenas tengo las nociones básicas para defenderme— me fijo en el lenguaje corporal. Me da información de lo qué está pasando. Apunto en mi libreta lo siguiente: brazos cruzados, miradas perdidas, frentes arrugadas, muecas de desdén, negaciones de cabeza, caras serias y risas por lo bajini.
Nunca había estado en una reunión —y he participado en unas cuantas— dónde el ambiente estuviera tan crispado. Me hace pensar en un campo de batalla. Desorganización. Incomunicación. Ataques. Explosiones. Escaqueo. Quizás exagero. Quizás se asemeje más a una clase de E.G.B. Llena de niños aburridos, ensimismados, algún que otro listillo y el boicoteador de turno. Sin olvidar a ese maestro cansado, pero todavía con ganas e ilusión, que intenta en vano motivarles. Apenas consigue poner orden. De hecho, cuando lo contrataron para el puesto uno de los requisitos que le exigieron fue: RE-SIS-TEN-CIA.
Cosas tan sencillas como leerse las instrucciones que les dan, responder los mails que les envían o rellenar las fichas de las reuniones, son peticiones que requieren de un esfuerzo titánico. Y aún así, inútiles. Los educadores son incapaces de hacer autocrítica. Defienden sus errores con argumentos rocambolescos. Justifican lo injustificable. No tienen experiencia en el mundo del cine pero se aferran con uñas y dientes a razonamientos descabellados.
Un ejemplo: Uno de ellos, llamémosle M, ha comenzado con su grupo la escritura del guión para un cortometraje. Han empezado a escribir sin saber absolutamente nada de lenguaje audiovisual. Lo segundo precede a lo primero. Es evidente. ¿Cómo van a escribir un guión si no pueden especificar lo que es un plano medio, uno general o un contrapicado? Pues sí, M lo hace y no satisfecho con eso, lo defiende. A muerte. El tío erre que erre, que da igual. Que escriben el guión y luego ya verán cómo la hacen. Sobre la marcha.
Y yo me pregunto: ¿Cómo piensan enseñar a los chavales si ellos mismos son incapaces de aprender? Ya no hablo de lenguaje audiovisual, me refiero a la actitud. Escuchar. Aprender de los demás. Trabajar en equipo. Tomar nota de los errores. Definir los objetivos. Tener claras las estrategias. Aspectos esenciales para llevar adelante cualquier proyecto y, sobretodo, uno de esta magnitud.
Luego, una de las chicas me dice algo que aclara, en cierto modo, lo que presencio. Los educadores no tienen formación ninguna. Son nombrados —a dedo— por los presidentesde las asociaciones. Son sus protegidos y éstos los defienden —tengan o no tengan razón— a capa y espada. Es su decisión y es inamovible.
Nepotismo a parte, me indigno —y me jode tener que disimular— al ver cómo algunos de ellos tratan a las dos chicas que se encargan (una, de formarles y otra, de coordinarlo todo). Las dos son listas. Tienen estudios superiores, formación técnica. Con experiencia en el campo de la imagen. Una viene de Rabat, la otra de Casablanca. Para las dos es la primera incursión en el mundo asociativo.
   —Es frustrante —se queja una —sólo por el hecho de ser mujer no me escuchan. Tiene que ser I el que les diga las cosas para que hagan caso.   —Estoy harta de explicarles lo mismo una y otra vez —añade la otra— no hay manera de que hagan su trabajo cómo deben. Como soy una chica se creen superiores, aunque no tengan ni puta idea.
Los lamentos de las dos siguen y siguen hasta el infinito. A veces, lo que cuentan es tan de otro mundo que, por fuerza, acabamos las tres riéndonos. Las escucho e intento animarlas. Decirles que por algo se empieza. Que están abriendo un camino. Que antes sería impensable que una mujer ocupara un puesto de responsabilidad como el suyo. Que el proyecto merece la pena. Que los muchachos merecen la pena. Ellas asienten pero se nota el cansancio en sus rostros. Mepongo de su parte. Es inevitable. Soy una mujer. Lo he visto con mis propios ojos. Lo que dicen es cierto. Durante la reunión los hombres no las han escuchado. No las han respetado. Se han mofado de ellas. Las han ninguneado. No han aceptado sus órdenes ni tampoco sus ideas.
Veo un muro. Es grueso. De piedra. Alto. Bien construido. Imponente.Enfrente, dos pequeños y endebles martillos. De colores vivos. Brillantes.Difícil.Pero no imposible.Es cuestión de tiempo. Perseverancia. Ganas. Ilusión. Y esfuerzo. Mucho, mucho esfuerzo.
Al final de la reunión, I me presenta al grupo. Les cuento rápidamente cómo he pensado estructurar el taller. Título: Pasos básicos para la elaboración de un documental. De la idea inicial a la edición final. Les hablo de la diferencia que hay entre idea y tema. De la importancia de la Sinopsis. En qué consiste el tratamiento. Y, sobretodo, intento transmitirles la importancia de la escritura, parte esencial del proceso. Al escribir ordenamos las ideas en nuestra cabeza. Les damos forma. En este momento, uno de los educadores levanta la mano y me pregunta:
   —Pero.. ¿te refieres a qué es importante escribir y pensar para ser más creativos?   —No. Es importante escribir para poder empezar a trabajar. Luego, lo de creativos, ya se verá.
Veo que otro levanta el brazo. Ingenuamente pienso que el grupo se ha animado, que después de la tensa reunión que han tenido, hablar de cuestiones prácticas que pueden aplicar en su trabajo diario ha despertado su interés. Qué idiota. Cuando abre la boca es para decir que están cansados y quieren irse. Risas. Adiós. Adiós. Hasta otro día.

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